Primera Parte: Dolor y lamentos II

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BADRU

Era muy consciente de que estaba cometiendo la acción más estúpida de su vida y de que pronto se lamentaría con creces. Sí, pasaría un largo tiempo preguntándose qué estaba haciendo en ese preciso momento. ¡Por todos los cielos! Sabía que no era algo prudente... Pero no podía evitarlo. ¿Por qué su maldito corazón le estaba ordenando que espiara un rato para ver qué descubría?

—No, Badru —se dijo—. ¿Qué estás haciendo? Cada vez que te involucraste en los asuntos de Amunet terminaste herido... y ella también. Nada bueno puede salir de esto y lo sabes, así que detente.

Su respiración se aceleró y le vinieron imágenes de su sueño a la mente: sangre, resplandores, viento...

— ¡Detente! —gritó sin notarlo, pero lo consideraba totalmente necesario— Detente...

Terminó la palabra con lágrimas en sus ojos y con un vacío en su interior. Esa mujer lo había destruido, y lo peor era que él la había ayudado para que tuviera éxito.

—Irónicamente, te odio, Amunet.

Sí, en unos minutos había pasado de la preocupación al odio por amor, por no mencionar que una risa silenciosa se iba alzando por su garganta. Largó aire por la nariz y dejó salir una carcajada aguda, torpe y chillona.

—Sí. Sin dudas, estás primera en mi lista.

Finalmente, se vio vencido por la curiosidad y ese deseo irrefrenable de hacer algo aunque no tuviera idea de qué podía ser. Tal vez había estado mucho tiempo escuchando las tonterías que salían de la boca de Seneb.

Se escondió tras una pequeña roca y esperó a que algo pasara mientras la luz del día desaparecía poco a poco y las estrellas comenzaban a salir y a bailar en el cielo. Por suerte —para su cansado cuerpo y su ansiosa mente— no tuvo que aguardar mucho tiempo. La tierra bajo sus pies tembló y Badru estuvo seguro de que de no haber estado sentado, se habría caído, al menos por la sorpresa.

Nunca había experimentado algo semejante. En Egipto, que él recordara, el suelo simplemente no vibraba, las rocas no se movían y dejaban caer pequeños fragmentos de sí mismas...

Salió de su escondite y se palpó por todo el cuerpo para quitarse el polvo. Con la valentía que nunca había tenido, se acercó reptando a la guarida de Zaid Ziyad. Era obvio que se veía tonto, pero había tenido la idea repentina de que los reptiles podían sentir mejor lo que pasaba en el suelo cubriendo más superficie sobre él.

En efecto, tal y como creía, el temblor se acrecentaba a medida que avanzaba, por lo que la explicación podía ser sólo una: eso era obra del heredero de Ra.

Aunque fuera un loco asesino, nunca había presenciado que perdiera los estribos de semejante manera, y no consideraba factible que fuera una simple demostración en una clase. Algo lo había hecho enfadar, y mucho. Obviamente, no iba a marcharse, pues algo había sucedido y Amunet podría estar afectada o, por qué no, se le presentaba otra oportunidad para averiguar cómo destruir los colgantes. Sí, era verdad que había prometido largarse de la zona, la ciudad, el nomo, el Bajo Egipto y, si pudiera, del Egipto mismo también, pero no negaría que unos minutos más u horas, tal vez, podrían brindarle conocimientos nuevos. ¿Quién se enteraría que empezó su vida solitaria un día después de lo planeado? Nadie, y, en esos momentos, él se perdonaría el atrevimiento. Entonces, como si de repente Seneb le hubiese regalado su paciencia, se sentó sobre la tierra y mantuvo su mirada atenta ante cualquier movimiento.

Eclipse Rojo (Luna Negra II)Where stories live. Discover now