Segunda Parte: Viejo y nuevo XXII

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SENEB

— ¿Estás listo?

—No, pero si no queda otra opción, me obligaré a hacerlo.

Badru sonaba sin energías y su mirada temblaba. Seneb sabía muy bien que poseía un gran corazón, aunque este era sensible y necesitaba un trato especial. Haría lo posible para no herirlo, pero algunas cosas debía decirlas y no las omitiría en el momento en que debían revelarse.

—Las personas ocultan secretos. No importa que tan abiertas sean, siempre hay algo que se silencia. Para entender tu destino, debo darte a conocer un secreto que no es de mi propiedad.

Aguardó unos segundos y comprobó que el muchacho no le estaba prestando mucha atención. Pronto, eso cambiaría.

—El secreto es de Amunet.

Instantáneamente, sintió una mirada penetrante sobre él y continuó.

—Ella es una persona complicada, retorcida y malvada, pero está dolida. Se conoce a la perfección y sabe que no es capaz de soportar un dolor sentimental, que eso la destruiría y que la llevaría por caminos que no podría dejar jamás.

»Su naturaleza no implica ni una pizca de bondad, mas la dureza de su corazón reside en un escudo que ella misma ha creado para protegerse de su mayor debilidad: el amor. Todo es culpa de su madre, quien perdió la fe en este sentimiento por el engaño de su madre.

»Amunet nunca querría ser un blanco fácil, porque ella no es así. Pero de allí a dejarse morir por ti...

— ¿Qué? —exclamó sorprendido y ansioso.

— ¿No lo sabías? La elegida está enamorada del chico más iluso de todo Egipto.

—Buen chiste.

— ¿Por qué crees, si no, que está sumida en un sueño?

—Porque... emm...

Badru realmente trató de hallar una excusa. No tuvo éxito.

—Ahora, te diré otro secreto: los dioses no buscan un corazón endurecido, sino uno fuerte, valiente y preparado para todo. No quieren a dos personas sin miedos, pues todos le tememos a algo y está bien que así sea. Sólo esperan que sepan enfrentar lo que los aterra.

—Pero entonces...

—Entonces —lo interrumpió Seneb —, no es posible ser una buena persona y un excelente gobernante a la vez, y tampoco un asesino que acaba con cientos de vidas a sangre fría.

—Esa es la descripción perfecta para Zaid Ziyad.

—Eso es lo que tú piensas, mas no lo conoces. Luego de matar a toda su familia, Kafele encontró su rumbo y sabiduría.

—No entiendo...

—Kafele no actúa sin un motivo. Un verdadero rey pone al frente a la mayoría. Por más que tenga poderes, sigue siendo una utopía pensar que la igualdad total es posible. Créeme cuando te aseguro que Kafele es lo que más necesita Egipto en este momento.

—Yo también creo que Zaid Ziyad es el único que puede detener a los hicsos, pero de allí a...

—No, no. Él posee una mente clara. El problema es que debe limpiar la última mancha y, para ayudarlo, estás tú, Badru.

— ¿Yo?

—Sí.

— ¿Qué? ¿Cómo?

—Eso lo decidirás tú.

— ¿Por qué debo confiar en ti?

—No es que debas. Puedes no hacerlo si no quieres.

— ¿Y para qué me cuentas esto?

—Porque cuando llegue el momento, te darás cuenta de que lo de la misión no era una broma, y yo no podré estar allí para aconsejarte.

—Algo de desierto, ¿no es cierto?

—Algo de hicsos. Les haré una visita.

—Te harán pedazos. Después de mi partida, no creo que deseen aceptar a otro extraño en su campamento.

—Cierto, Badru. Es por eso que me escoltarás hasta allá.

Probablemente, la última vez que Seneb había sacado a la luz tantas verdades había sido hacía mucho tiempo atrás. Aun así, extrañaba el misterio que siempre generaba; no podía privarse de agregarle un poco de enigma a lo obvio. Además, valoraba que el muchacho se esforzara por preguntar cada una de las dudas que se le presentaban.

— ¿O es que tú eres un extraño?

—Lo soy...

—Pero ya te conocen: saben tu nombre y tus actitudes.

—Sí, porque todo lo demás era falso.

—Incluso una mentira revela tu verdadero ser.

El anciano dio unos pasos hacia la derecha y, luego, hacia la izquierda, sin alejarse ni una pulgada de su lugar original. Distinguía cómo Badru se cansaba.

—No todos los hicsos son malos.

—Lo sé.

—Entonces, ¿qué estás esperando para llevarme a una de sus tiendas?

—Seguridad, paciencia, confianza, valentía... entre otros.

—Los hallarás en el camino.

Sin previo aviso, comenzaron a caminar en silencio y a gran velocidad. Seneb tomaba la delantera y el joven trataba que la distancia entre ellos no se ampliara cada vez más.

— ¡Espere!

—No hay tiempo para esperar.

— ¡Y quién lo dice! —exclamó entre carcajadas asustadas — Tan sólo quiero saber qué haremos con Amunet.

—No te preocupes por ella.

—Pero debo recogerla de donde está.

—Confía en los dioses: nada le pasará.

Esta vez, emprendieron su rumbo sin complicaciones.

No es que Seneb quisiera apurarse, sino que los dioses se lo habían pedido. Su propia misión estaba cerca, y ni siquiera sabía sobre qué se trataría. De todos modos, el final podía ser uno solo.


Eclipse Rojo (Luna Negra II)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant