Tercera Parte: Nuevos reyes XVI

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AMUNET

Al pasar por Menfis, descubrieron que se rumoreaba que la próxima batalla transcurriría a las afueras de la ciudad de las murallas blancas. Si su población ya había huido cuando nada era seguro, sin dudarlo lo haría ahora. Los únicos que se quedaron fueron los que no tenían qué perder, o los que querían demostrar valentía. Quizás, sólo deseaban encontrar una buena historia que contar a sus nietos.

Tras una corta exploración, concluyeron que debían de encontrarse del otro lado del Nilo, el cual cruzarían gracias a los poderes del collar. El problema era que no había probado que funcionaran. Sabía que lo hacían, pero no conocía su potencia y estabilidad, y sentía que no estaba preparada para usarlos. No estaba cansada físicamente como Badru —y él no había estado veinte días sin mover un solo músculo—, mas suponía que su interior sí lo estaba, era lo más lógico.

Estaba atardeciendo y la idea era no parar. Sin embargo, el muchacho a su lado pidió que se sentaran un rato. A él no le iba a venir mal, aunque Amunet sospechaba que había algo más, que el descanso era una excusa, y lo era.

—Amunet, ¿qué miedo tuviste que superar?

—Yo no te he dicho por qué estuve allí.

—No, pero no fue necesario.

—Has comenzado a implementar la razón, al fin.

Se suponía que era un chiste, pero en cuanto lo miró a los ojos, que se veían más oscuros de lo normal porque estaba de espaldas a Ra, su risa decayó. Ya ni siquiera tenía ganas de mentirle... ni de seguir con su tonto juego.

—Odio a la gente —dijo con una voz nueva —, de verdad. Los humanos son tan detestables... Pueden elegir, pero siempre escogen mal. Pueden no dejarse llevar, pero deciden amar de una forma ciega. Algunos creen que son capaces de controlar la vida de los demás, y el amor también es eso. Yo no quería dejarme controlar por el amor, no quería ser rechazada. Tú sabes cómo soy, más allá de lo que mi madre me haya dicho, es mi forma de ser, pero decidí escuchar el consejo equivocado. Odio las relaciones, odio a quienes las construyen, odio a esas familias que fingen amarse cuando no es así, odio a los hicsos, odio tantas cosas, pero a ti no te odio.

— ¿No?

La respuesta usual hubiese sido otra, mas, al parecer, sus palabras sonaban sinceras. Mejor así, porque lo eran. Ya había empezado, no había vuelta atrás.

—Soy... estéril. Así fue cómo descubrí lo satisfactorio de confiar sólo en uno mismo. Si lo piensas, un líder no puede permitirse flaquear ante los sentimientos, y yo puedo separar mi corazón de mis decisiones. Además, soy capaz de deshacerme de aquel que se interponga en mis objetivos —De repente, estaba hablando a la velocidad de una mosca —, y eso, eso es lo que los dioses buscan en un humano. No querían a alguien sin corazón, sino a uno fuerte que jamás cediera, a uno que estuviera en paz consigo mismo.

Amunet alzó los ojos y se topó con la mirada más dulce que podía existir en el Bajo y el Alto Egipto. Todo su ser tembló, especialmente con las palabras emitidas por Badru:

—Sólo Atum puede hacer brillar así a tus ojos.

—Atum no.

Volvió a observarlo y, luego, se puso de pie y caminó un poco. Él la siguió, la tomó del brazo y se colocó frente a ella a menos de un codo de distancia.

—Amunet, está bien.

Ella mantuvo la cabeza gacha, gritando en silencio que ansiaba correr de allí. Pronto, una mano apareció de la nada sobre su mejilla izquierda.

—No hay nada que temer. Mírame —agregó. Le costó, mas obedeció —. Sabes que te quiero, ¿cierto?

—Sí —susurró.

Eclipse Rojo (Luna Negra II)Where stories live. Discover now