Segunda Parte: Viejo y nuevo XII

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KAFELE

¿Quién necesitaba una montura cuando se podía ir sobre un bloque de tierra?

Los diecinueve —Hondo se les había unido— fueron caminando hasta las tiendas, evitando ser vistos para poder llegar al objetivo. Con el momento propicio, comenzó el ataque: todos se montaron sobre la tierra movediza a toda velocidad.

La victoria en general, siempre había descansado sobre los hombros de Kafele, pero esta batalla específica, dependía sólo de él. Él producía el medio de transporte, él desviaba milimétricamente las flechas contactando con la madera, él había fabricado las esferas de vidrio con fuego en su interior... ¿debía seguir enumerando?

Los hicsos se alejaron en cuanto notaron que no se detendrían, pero, para muchos, ya era demasiado tarde: bajaron de un salto con daga en mano, la cual cayó sobre la espalda de los enemigos. Luego, Kafele estiró el brazo derecho y golpeó a quien se le acercaba mientras mantenía sus conjuros. Algunos recibieron fuego, otros agua y aire o el frío metal. Todo ocurría muy rápido y los seres caían como muñecos. Cualquiera pensaría que el derramamiento de sangre era tan sencillo que daba miedo. Pues sí aterraba lo que los hombres podían hacer.

Sin embargo, cuando tres hombres lo atacaban a la vez, se sumó un cuarto por detrás. Instintivamente, levantó una pared de rocas, pero, al sentir el tacto del filo, se deshizo como si fuera un viejo papiro. El dolor surgió de su omóplato izquierdo, mas lo utilizó como combustible para dejar inconscientes a sus adversarios.

Le lanzaron un puñado de flechas y, al ver que una le había dado en un brazo, liberó una ráfaga de viento en todas las direcciones. Como consecuencia inmediata, lo aquejó la jaqueca y tuvo que detenerse. Se tomó la frente llena de sudor y rechinó con los dientes. Eran los dioses, impidiéndole que fuera superior a ellos. El heredero, en un pacto tácito, les pidió que se pusieran de acuerdo, pues no podía poseer tantas limitaciones y vencer sin ningún problema.

De a poco, se le fue pasando. Abrió los ojos lentamente, y lo único que tuvo frente a él fue un enorme semental de esas bestias. Estaba parado en dos patas y se las mostraba con orgullo.

Los segundos transcurrieron como días. Era difícil no admirar a aquel animal; su belleza era única e inigualable.

En cuanto volvió a parpadear, fue arrojado al suelo por el impulsor de ese breve momento de debilidad, el cual ya se había esfumado. Le asestó unas cuantas patadas en el estómago y en las costillas, pero Kafele fue lo suficientemente listo como para mover el piso bajo su cuerpo, quedar a un costado, tomar uno de sus puñales, levantarse y generar un enorme tajo en la garganta del jinete. El caballo sufrió el mismo destino.

Por Ra, sí que estaba enojado: tenía deseos de destruir todo con un soplido, quería que todos estuvieran bajo sus órdenes y ansiaba convertir a esos malditos hicsos en polvo. Por eso, alzó sus párpados y corrió a toda velocidad con las palmas en llamas. Rostro que se topaba, rostro que quemaba hasta la muerte.

— ¿Saben con quién se metieron? —chilló Kafele— ¡Con Zaid Ziyad! ¡Les diré lo mismo a sus familias cuando las aniquile! ¡No quedará ni uno de ustedes, cocodrilos inmundos!

Sentía cómo el poder se elevaba por su cuerpo y cómo le llenaba el alma. Cada gota derramada le sacaba una sonrisa, pero, al mismo tiempo, creaba puertas que debían ser abiertas y descubiertas. Cada vez eran más y más... Incontables.

—Zaid —alguien gritó a la distancia—, ¡el fuego!

El aludido volteó su cabeza y, en efecto, vio las llamaradas, que no paraban de crecer. Su color era naranja intenso y su altura, de unos cinco codos. Estaban descontroladas rodeando a uno de sus compañeros, aunque no podía distinguir de quién se trataba.

Comenzó a disminuir el flujo, mas escuchó pasos a sus espaldas. Una persona normal creería que debe escoger entre sí mismo y sus amigos. Pero él era Zaid Ziyad y ellos no eran sus amigos. Giró sobre sus talones y combatió por diez segundos hasta que venció. Luego, regresó su atención a los que lo necesitaban y, con un chasquido, trasladó el problema a las tiendas.

Con el fuego a un lado, pudo apreciar que dos de sus hombres tosían y que otro yacía inmóvil en el suelo, con la mirada perdida en el cielo azul. Más allá de eso, el resto peleaba. ¿Aquello era entusiasmo, o era lo que esperaba que expresaran? Observó bien: Hondo mostraba ira entre sus movimientos para secar su sudor, Sahure lucía exhausto y Rahotep estaba a parpadeos de ser asesinado. Una medida debía implementar o todo se iría al demonio, por lo que provocó un temblor. Como lo esperaba, se detuvieron un instante, que, con su corta duración, bastó para desequilibrar al oponente.

El heredero de Ra realizó la señal de retirada mientras preguntaba con la mirada si los ladrones habían conseguido su acometido. Le pareció que le informaban que sí.

Salieron corriendo al mismo tiempo que golpeaban a quienes intentaran herirlos. A continuación, se subieron a los bloques y se alejaron tan rápido como a la ida. Avanzaron sin cesar hasta que estuvieron fuera de vista y de alcance, lugar cercano a donde todos los demás soldados se hallaban.

Por primera vez, se cuestionó cómo lograrían otra infiltración en el campamento, especialmente ahora que ya conocían sus tácticas, virtudes y debilidades. Sería mucho más difícil, por no decir imposible. ¿Qué estrategia les serviría para...?

—Ya van cinco muertos de los nuestros —le dijo un muchacho— en el lapso de una hora. ¿Estás feliz ahora?

—Las guerras se ganan con más de cinco muertos —contestó con sequedad.

— ¿Estás diciendo que te "harás cargo" de nosotros y luego nos abandonarás para alardear tus poderes? ¿Sólo somos peones en tu juego?

—Sí, todos somos peones en el juego en que los dioses nos han obligado a participar. Yo tengo que cumplir mi parte y tú debes cumplir la tuya.

—Es fácil decirlo, pero cuando...

—Suficiente —lo interrumpió Hondo—. Yo me encargo.

Su aliado dio un par de pasos y se colocó a su lado. Irradiaba inseguridad y tristeza cuando debía de enseñar fortaleza y sabiduría. ¿Qué clase de líder era? ¿O es que le tenía miedo?

—Amigo, ese muchacho tenía algo de razón... —comenzó con un tono tímido.

— ¿Ah, sí? —contestó con indiferencia.

—Tú... emm... tú estabas... fuera de ti mismo. Era como si no hubieses estado ahí, como si hubieses...

— ¿Perdido el control? —completó Kafele.

—Pues sí.

—No tienes nada de lo que preocuparte. Y recuerda: yo tengo más responsabilidades de las que crees.

Hondo asintió y se apartó para dejarlo solo.

Lo último que había dicho había sido la mejor explicación que se le había ocurrido. ¡Claro que sabía que había perdido el control! La forma en que había actuado y asesinado era propia del Kafele que había acabado de evaporar a todos sus familiares. Esa desmesura era inaceptable, pero es que, simplemente, no había podido evitarlo: ese caballo lo había derribado y debía demostrar que él no se dejaba derrotar. Él nunca, nunca perdía.

Antes de todo eso —de Amunet y de su partida, vuelta y muerte—, su vida seguía una estructura y un orden que nadie era capaz de alterar. El destino de los dioses permanecía en su curso sagrado. Nada salía mal. Y fue en ese entonces, luego de tanta calma, que apareció esa mujer para arruinarlo todo. Ella, con sus ojos celestes como los de ninguna persona de por allí, con su arrogancia, con su particular forma de ser... Había llegado a producirle sentimientos que creía muertos en él. No entendía qué era ni por qué la extrañaba tanto porque era bastante nuevo en eso de las relaciones. Es decir, su papá jamás lo quiso, su hermano tampoco, no tenía amigos... En lo que a él respectaba, podía ser cualquier clase de sentimiento, pues todos eran extraños y ajenos.

El gran problema era que Amunet no se merecía ese afecto ni esa nostalgia, ni esos pensamientos que estaba produciendo en ese mismo instante, porque ella no había sido nadie. No era la elegida; sólo brindó ayuda en la formulación del plan, nada más.

Debía enterrar su recuerdo como lo había hecho con sus familiares, mas ¿realmente los había olvidado?


Eclipse Rojo (Luna Negra II)Where stories live. Discover now