Segunda Parte: Viejo y Nuevo IX

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KAFELE

Partieron de Bubastis de forma puntual, recibiendo miradas inquisidoras de los pobladores; debía ser la primera vez que una masa tan grande de gente se movía por esas calles llenas de personas con bajo perfil con pasados que deseaban ocultar y olvidar.

Avanzaron hacia Ra, deteniéndose lo menos posible para tomar agua y alimentar a los asnos. Así continuaron todo el día hasta que, finalmente, lograron ver a los hicsos en el horizonte. No parecían muchos, pero la distancia era demasiado grande como para destinar un número que se aproximara a la realidad.

—Están avanzando —dijo Hondo.

— ¿Qué hacemos? —preguntó Zoser.

—Escondernos y esperar a que se detengan para comenzar —indicó Kafele—. Deben estar preparados para cualquier cosa en cualquier momento, a partir de ahora.

Y eso fue lo que hicieron. No serían los soldados perfectos, pero confiaba en ellos, confiaba en que estuvieran listos.

Como decidieron cambiar la estructura del ataque por razones obvias, lo primero en la lista era el intercambio de armas. La carpa con la mayor concentración de armamento estaba a un costado del campamento, al norte. Fue bastante sencillo determinar su ubicación, ya que Kafele sólo tuvo que concentrarse en el material que inhibía sus poderes. Encontrando todo se formaba un hueco sospechoso. Sin embargo, eso le impedía conocer su clase, por lo que podrían ser simples cuchillos o cascos.

Los infiltrados serían dos, ambos voluntarios de los Halcones Negros. Se alimentaron bien y bebieron mucha agua en caso de que fueran capturados y porque, además, harían varios viajes, alternando con dos muchachos de los Halcones Dorados.

Salieron corriendo sin nada que los estorbase para ganar velocidad y perder sonido y espacio para portar armas.

Mientras aguardaban a que regresaran, Kafele no podía evitar que la ansiedad lo consumiera por dentro. Necesitaba saber cómo iban, qué pasaba. Siempre poseía una buena posición para observar lo que sus hombres hacían. Nada, nunca, lo tomaba por sorpresa; él no era de aquellos desprevenidos. No sólo eso: era precavido también, pues consideraba todas las opciones posibles y les hallaba solución a los problemas que pudieran surgir. Así había derrotado a quienes se le opusieron. Sin embargo, esto era tan opuesto que lo sobrepasaba. Era como sacarle todo su poder y sabiduría. No es que todo le resultaba fácil, pero esta batalla era demasiado importante como para no preocuparse. Es decir, no sólo peligraba su reputación si perdían, sino que Egipto sería un país totalmente diferente si los extranjeros llegaban al trono. El gobierno ya estaba dividido, mas no había necesidad de empeorar la situación. Ninguno de ellos mantenía una concepción del poder como él. El país estaba primero; era más esencial salvar a una mayoría que a un puñado de gente; la población, incluyendo la esclava, integraba un escalón de la sociedad y, si se eliminaba, debía ser por una decisión premeditada, y no por egoísmos políticos o enemigos con aires de superioridad rebalsada. Eso era lo que nadie comprendía: Egipto era su pueblo, sin él, no era nada, no funcionaba, no despertaba, no ganaba batallas, porque un Estado no estaba conformado por gobernadores que manejaban la vida de sus súbditos porque las cuarenta y dos confesiones negativas de Maat decían que no debía provocarse el mal y el sufrimiento al otro. Los cumplían por obligación, no porque conocieran y entendieran el verdadero valor de esas personas. De hecho, intentaban aferrarse a todo asunto que les sirviera como excusa para adquirir ventaja y riqueza. Y poder, más y más poder, porque nunca era suficiente.

Kafele había asesinado a inocentes porque habían cuestionado su autoridad, porque estorbaban o porque, simplemente, no tenían lo que era necesario, pero eran pasos que debían realizarse para llegar a la posición en la que se enorgullecía de estar, sin mencionar que ninguna de sus acciones tuvo una consecuencia fatal para una ciudad o un nomo entero. Ser malo y carecer de compasión no le quitaba a nadie la capacidad de ser estratégico e inteligente.

—Se acercan —informó un hombre, interrumpiendo sus pensamientos.

—Parece ser uno, más bien —dijo Auset.

—Oh, Ra, ¿qué demonios? —susurró Kefrén, quien había hablado antes.

De repente, todos los ojos de los centenares de guerreros se fijaron en aquel compañero suyo. Corría como podía, alternando miradas hacia atrás con frecuencia, hasta que una flecha atravesó su cráneo.

Permanecieron en silencio durante varios minutos. Parecía que realmente tenían esperanzas de que el otro chico regresara; Kafele bien sabía que su cuerpo ya estaba listo para ser momificado.

—Prepárense para el fuego —dijo el heredero de Ra.

—Pero... —se quejó Rahotep.

—Que un grupo intente robar las armas.

—Eso es suicida, señor —dijo Sahure.

—No si lo hacen bien. No dejen en claro sus intenciones mientras nosotros los ayudamos.

—Amigo, nos están esperando.

—Esperan que recojamos sus cuerpos para el funeral, no que los aniquilemos.

—Zaid Ziyad, creo que... —continuó Hondo.

—Ustedes quince —exclamó Kafele sin oírlo mientras señalaba a los elegidos.

Eclipse Rojo (Luna Negra II)Where stories live. Discover now