Tercera Parte: Nuevos reyes XXX

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KAFELE

Muchas palabras se habían pronunciado y Kafele ya estaba cansado de escucharlas y de emitirlas, así que se enfocó en avanzar a toda velocidad hacia Bubastis. No había fallado, pues llegaron antes de lo esperado.

Poseía una vaga idea de lo que harían para eliminar a los hicsos rebeldes y para acoger a los débiles e indefensos sin borrar del todo sus tradiciones, ya que algo debía quedar para cuando abandonaran el trono, algo que convenciera a los egipcios de las generaciones futuras de que los extranjeros sí habían tenido existido. Esperó que los detalles les fueran dictados, o que la inspiración llegara a él.

La ciudad era bonita, mucho más preciosa que la antigua capital, pues su muralla, su templo, sus jardines y los brazos del río que lo atravesaban lucían más atractivos ante los ojos de Kafele. Sin embargo, no todo era igual: la gente no andaba alegre y había tinajas rotas en la calle, y cajones, y cestos... Los tres comenzaron a asustarse, pero rápidamente comprobaron que los daños no era mayores a los que veían. Quizás, algunos habían muerto ante la llegada de los invasores, pero no parecía ser algo importante. Y ya que mencionaban a los enemigos, ¿dónde estaban? ¿Se escondían? ¿Los esperaban ocultos para atacarlos? ¿O quedaban sólo civiles pacíficos?

Badru había prometido que, en cuanto arribaran, iba a, gracias a los dioses, desaparecer. Sin embargo, debía de estar asustado, pues se mantenía cerca de Amunet mientras Kafele dirigía el grupo. Quizás, debía admitir que más que cobarde estaba siendo precavido. Ahora eran un equipo... no por su elección, pero los lazos emocionales los unían, Amunet los unía.

Llegaron hasta el centro, allí donde se alzaba el gran templo, sin oír nada sospechoso. Él estaba manejando de maravilla la situación, mas eso ya rebasaba su propia paciencia y ansiedad. ¿Cuánto aparecería la acción?

Amunet pareció leer su mente, pues dijo:

—Si hubiera peligro aquí, ya lo sabríamos. ¿Por qué no expandimos nuestros sentidos?

—Hazlo tú y yo te cubro.

Así, la heredera —y la elegida — cerró los ojos y comenzó a dejar volar a su mente.

Kafele no comprendía cómo no se les había ocurrido antes.

Tal vez —se le ocurrió — era porque no había nada qué descubrir. Es decir, ¿para qué perderían tiempo en una situación sin riesgos?

En fin, ya era tarde para arrepentimientos. Además, nunca un chequeo estaba de más. Finalmente, las dudas se aclararon:

—Sólo hay gente normal encerrada en sus casas. No percibo metal.

— ¿Eso significa que ya no existe el problema con el metal? —quiso saber Badru. En efecto, esa debilidad había sido uno de los temas en el viaje.

—No.

—Aún seguimos sin poder controlarlo —agregó Kafele.

Eso era cierto. A pesar de haber realizado la función, nada cambiaba el hecho de que no eran capaces de crear nuevos collares. Podían hacer cualquier cosa, pero eso no. Irónico, chistoso y tonto, pero justo.

— ¿Te fijaste en el interior del templo?

—Es lo más inteligente que te oí decir. Pruébalo, Amunet.

Con la certeza de que ningún grave peligro los amenazaba y perseguía por detrás, todos se permitieron estar un poco más relajados que antes.

—Definitivamente algo raro está sucediendo en el templo.

Eclipse Rojo (Luna Negra II)Where stories live. Discover now