Tercera Parte: Nuevos reyes I

2 0 0
                                    

AMUNET

Sintió frío en todo su cuerpo, exceptuando la cara. Al abrir sus ojos, descubrió que reposaba sobre la superficie de un estanque gris. Por unos segundos, se desesperó, pero luego se acomodó verticalmente mientras se esforzaba por flotar. Miró a su alrededor: no había suelo, no existía el pasto o la arena, sólo la niebla que lo cubría todo, como si estuviera levitando dentro de una nube. Sin embargo, el aire estaba vacío, inmóvil, muerto. Podía ver el rocío suspendido, moviéndose con lentitud al ritmo de su respiración. Parecía una lluvia de celestinas que convertía al lugar en un sombrío pero blanco territorio sin fin.

Tres cuervos pasaron volando muy alto haciendo un ruido ensordecedor, mas, al segundo, chocaron entre sí y formaron el árbol más grande que Amunet había visto jamás. Su tronco crecía hacia arriba y hacia abajo y, luego, al tocar el suelo, si es que había uno, le salieron raíces, raíces que entraron en el estanque. No la alcanzaron, para su suerte.

Por su forma era un olivo, pero el que estaba frente a sus ojos era negro como las plumas de aquellas aves.

Amunet estaba ida, perpleja y sin habla. Se preguntaba qué era ese lugar, por qué se encontraba allí, por qué sola, sin Zaid Ziyad; por qué un trío de animales se había transformado en un árbol...

Badru... ¿Por qué estaba pensando en él?

Todo estaba saliendo mal... Bajó sus párpados y pretendió que era un sueño, un horrible y extraño sueño...

Algo áspero, fino y fuerte le tomó el tobillo y tiró de él hasta sumergirla por completo. Logró distinguir que eran los retorcidos pies de la planta. Luchó por subir, pataleó para soltarse, intentó seguir mirando, pero todo daba vueltas y se tornaba más y más oscuro. No tenía sentido continuar así... Mas, de repente, ya no le faltaba el aire: le sobraba. Ya no estaba sumida en las tinieblas azules de la profundidad del agua, sino en una luminosidad pura y enceguecedora. Además, una raíz ya no la agarraba del tobillo, no se hundía: ¡estaba volando sujeta a los tres cuervos! Los pájaros avanzaban, mas el estanque no parecía quedarse atrás y, el árbol, como se lo había imaginado, había ido a parar a sus hombros y espalda.

Otra vez experimentó un cambio —en ese lugar nada parecía durar por mucho tiempo, pues todo era momentáneo. Nada la sostenía porque los cuervos se convirtieron en hojas secas, obviamente, negras. Cayó mientras se tragaba cientos de gotas. Aterrizó con la cara, pero no le dolió en absoluto.

Se levantó con un extraña lentitud. Había sido involuntario, pues una parte de ella le decía que estaba en un lugar en donde debía guardar respeto. Sí, sin dudas sentía que alguien más estaba allí. Pero... era diferente. La sensación no era del todo nueva, sólo diferente. Se parecía mucho a...

Entonces, escuchó su nombre, y lo próximo que notó fue que se estaba hundiendo en arena movediza. Como ya se es sabido, luchar empeora las cosas, aunque, a veces, es imposible quedarse quieto sin hacer nada.

Amunet no iba a dejarse morir, si es que no lo estaba aún. ¿Es que Anubis la estaba esperando para llevarla ante Osiris?


Eclipse Rojo (Luna Negra II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora