Primera Parte: Dolor y lamentos XVIII

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KAFELE

Con cada paso que daba y que pisaba la tierra seca con sus sandalias, se producía un sonido que era agradable para los oídos de Kafele, pues la naturaleza nunca había parecido muy interesante ni merecedora de su atención.

En cuanto se encontró con un chiquillo en el camino, lo tomó por el pellejo y lo arrastró hasta la puerta de Hondo. Por lo tensas que estaban las cosas, el heredero de Ra bien sabía que existían altas probabilidades de que el niño muriera o fuera gravemente herido. Y así fue. El niño chilló con todos sus pulmones hasta que, finalmente, se calló. De una forma u otra, se quedó sin aire. Qué pena.

Con tal de calmar su mente ante el recuerdo del tormentoso pasado, se propuso entrar y salir de la guarida varias veces y traer a más de esos críos. La maldad era el único remedio cuando las cosas no resultaban como él quería. Siempre lo había sido y siempre lo sería.

Todos los guardias lo recibieron con expresiones sorprendidas, pero no por lo que había hecho, ya que sacrificar gente inocente no era algo inusual en él, sino por la forma en que se dirigió a la entrada del pasillo: sin mirar, saludar o esperar, reflejando el apuro que quería transmitirles a todos. Ya habían perdido mucho tiempo.

Al toparse con Kefrén y Rahotep, les informó que se realizaría una reunión inmediatamente y que fueran a la sala. Snefru también estaba por allí, y no se mostró muy contento de recibir órdenes de Kafele.

— ¿Te vas a quedar mirando, Snefru? —dijo con la mayor sequedad posible.

Abrió la boca, la cerró indeciso y luego habló:

—Es que ya se está oficiando una reunión... señor.

Si un pordiosero le pidiera que ordeñara a todas la vacas del mundo, lo haría con más placer que como el escriba pronunció "señor" al referirse al gran Zaid Ziyad. Si sabía lo que le convenía,  mantendría la lengua quieta.

— ¿Y de qué es esa reunión?

—Es entre los halcones —informó Rahotep—. Están ajustando algunas...

—Perfecto. Les diré que no tiene sentido que continúen. Avisen a todos los que vean.

Los tres asintieron —algunos con más entusiasmo que otros— y salieron en diferentes direcciones. Mientras tanto, Kafele efectuó su gran entrada en la sala de reuniones.

—Esta sesión se suspende y comienza otra —exclamó con firmeza bajo el umbral—. Grandes cambios deben realizarse.

— ¿Qué ha sucedido, amigo?

Antes de responder a Hondo, oyó susurros de los demás integrantes de la habitación. Seguramente estarían cuestionando la actitud de su amo, que se dejaba dominar por ese hombre con aires de poderoso. Con la mirada les sugirió que se callaran, pues sí era poderoso.

—Amunet ha muerto.

Eclipse Rojo (Luna Negra II)Where stories live. Discover now