Segunda Parte: Viejo y nuevo XXIII

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BADRU

Si bien no comprendía una milésima de la situación que estaba protagonizando, pues Seneb estaba raro y se encontraba dirigiendo sus pasos hacia el campamento de los hicsos una vez más, no se quejó ni volvió a hacer preguntas. Tal vez era esa nueva actitud del anciano, que le transmitía que un gran cambio se avecinaba, y eso lo aterraba. Lo aterraba pero no impedía que siguiera adelante.

Sí, quizás estaba confiando demasiado en lo que las deidades se suponía que deseaban, ¿mas que otra cosa podía hacer? Ya había intentado todo lo que se le había ocurrido. Actuó sin engañar a sus principios y, también, los traicionó. ¿Qué le quedaba? ¡Oír al loco de los ojos perdidos!

Pasaron varios días y, finalmente, lograron ver a lo lejos su objetivo.

—Bien, ¿cuál sería el plan? —dijo Badru entre el entusiasmo y el cansancio.

—Ustedes, los jóvenes, deberían dejar de hablar de planes. ¿O es que todavía no se dieron cuenta de lo inútiles que resultan? Y, además, tú no estás involucrado.

—Lo sé, sólo soy un escolta.

—En ese caso, continúa caminando.

Badru estuvo a punto de cuestionarlo, pero sabía que no tenía sentido. Todo lucía suicida, todo era demasiado raro y las probabilidades no estaban de su lado. Si no fuera por Seneb, saldría corriendo de allí antes de que...

—Badru, deja de quejarte.

— ¿Qué? Yo no dije nada...

— ¿Y esperas que no note la energía negativa que emanas?

Al muchacho le hubiese encantado contestar un rotundo "no", pero se contuvo, aunque, pensándolo bien, para ese entonces el anciano ya debía de haber descifrado todo eso y mucho más.

—Nos sentaremos aquí, pues ella pasará pronto.

— ¿Te refieres a Anaid?

— ¿Acaso conoces a otra hicsa?

—Estás distinto últimamente.

— ¿Una persona no puede ser graciosa y seria a la vez?

Sí, era obvio que algo estaba por pasar, y que era importante, pero qué, no podía saberse con exactitud.

En efecto, tomaron asiento sobre la dura tierra. Ese pronto se volvió eterno, pues la mujer en cuestión no aparecía. En poco —o en mucho — el cielo comenzó a oscurecerse. Las escasas esperanzas que residían en su interior, ya se habían mudado bien lejos, aunque Seneb le aseguró que no faltaba demasiado.

—Define demasiado.

—Guarda silencio y mira.

Badru se volteó y se asomó por la roca que los cubría: se estaba acercando alguien. No fue necesario esperar para descubrir su identidad, pues, como por arte de magia, las palabras de Seneb habían adquirido una certeza repentina. Él estaba a su lado y, a medida que pasaban los segundos, no hizo más que eso: no habló, no realizó señas, nada.

Cuando la ocasión parecía propicia, se dio a ver. Anaid no lucía diferente a la última vez que la había visto, pero él debía de tener algo, ya que le devolvió una mirada asustada, dejó caer su cesto y salió corriendo.

— ¡Espera! —le gritó no muy fuerte, a lo que ella no dio contestación.

El joven no conocía qué tanto sabía sobre el idioma, o qué impresión de él había formulado luego de que lo rescataran. La única forma era acelerar el paso y tomarle el brazo, y fue exactamente lo que hizo. La hicsa intentó resistirse, mas no hubo caso.

—Sólo quiero hablar contigo —le aseguró Badru con el tono más amable que fue capaz de expresar entre los forcejeos.

Ella, sin embargo, respondió en su propio idioma y no se rendía.

—No te haré daño, sabes que no. ¿O es que te traté mal?

—Verdad negra —dijo apretando los dientes.

— ¿Qué? ¿A qué te refieres?

—Está diciendo que mentiste —acotó Seneb.

Anaid se asustó más, pues, al parecer, no había visto al anciano, y ya trataba de huir otra vez. La situación parecía no tener remedio, menos si el vidente no brindaba un apoyo digno. Sin embargo, ocurrió lo que Badru menos se esperaba: Seneb comenzó a hablar en otro idioma y, para colmo, Anaid lo comprendía. Además, entablaron una conversación justo enfrente de sus narices, como si él no estuviera allí.

— ¿Qué está sucediendo?

La mujer le contestó, pero fue como si no lo hubiese hecho.

—Gracias por acompañarme, Badru —dijo Seneb mostrando una gran amabilidad —. Puedes seguir tu camino.

— ¿Qué?

Su paciencia estaba a punto de alcanzar un punto crítico en el que ya no soportaría los malditos acertijos de ese viejo. No, no quería aguantarlos más. La vida ya era lo suficientemente difícil como para que alguien llegara y le diera discursos filosóficos sobre lo que tenía que hacer y cómo debía actuar. Estaba cansado, pero, esta vez, de verdad.

—Seneb, realmente intenté entenderte y obedecer tus locas órdenes, pero acabas de obligarme a venir hasta aquí sin motivo alguno, cuando tú te las arreglas perfecto solito. Y, mientras tanto, el cuerpo de Amunet debe estar siendo lanzado a una fosa, porque el plazo ya ha pasado. Maldigo el día en que me pusieron en tu celda.

La respuesta tampoco fue la lógica, ya que recibió un abrazo en lugar de un contraataque o una defensa. No duró mucho, pero fue bastante incómodo, especialmente, porque no le encontraba sentido. Se separaron y Badru escuchó que le aclaraba con calma:

—El destino tiene sus tiempos, y mi deber era hacer tiempo. No me gusta la mentira, mas era mi mejor opción.

—Ahora el mentiroso eres tú. Eres... eres...

Se pasó una mano por la cabeza y se rascó los brazos por el nerviosismo.

— ¿Sabes qué, Anaid? No confíes en él. No lo hagas, porque le miente a todos, incluso a quien se supone que es la persona más importante de todo Egipto.

Ellos discutieron tranquilamente y, luego, volvieron a hablar en esa lengua.

—Badru, la gente jamás me ha comprendido. Por eso ando como un ser solitario. Pero tú eres diferente, sé que lo eres. Ahora no lo logras ver, mas te juro, te lo juro, que esto no es un capricho mío. Este tiempo que te quité a ti, alguien más lo necesita.


Eclipse Rojo (Luna Negra II)Where stories live. Discover now