Tercera Parte: Nuevos reyes XXV

3 0 0
                                    

AMUNET

Y sí que no había terminado. Los heridos debían atenderse; las armas de los hicsos, recogerse; los caballos, domarse; las tiendas, rearmarse, pues estaban todas en el suelo...

Quizás, se hallaban viviendo el momento más sentimental de todos, ese en el que se descubría quién había muerto y quién sobrevivido. A pesar de su dureza natural, Amunet ya no podía fingir que no se preocupaba por nada ni por nadie; una pizca de ella extrañaría la ayuda y la compañía de varios de los guerreros, aunque de otros no tanto...

Los caídos al inicio de la batalla fueron Sahure, Gahiji, diferentes guerreros. arqueros y escuderos de los Halcones Negros, Dorados y Verdes, y el líder de estos últimos, quién sería reemplazado por Hatshepsut.

Zoser había resultado muy malherido, su vida ya no sería la misma, al menos no durante un tiempo, pero había sobrevivido, y eso era todo lo que importaba. Amunet lo observó mientras charlaba con Auset. Logró captar que le decía que, habiendo perdido la visión de un ojo, ambos lucían incluso más bellos.

—Fíjate bien —le respondió con alegría —, quizás el corte fue más profundo y llegó a tu cerebro.

—Puede ser, puede ser...

Luego, el nubio le dio un beso en la mejilla, lo que provocó que la guerrera se sonrojara y se parara.

Un par de chicos estaban ocupados con Kefrén, aunque no era gran cosa.

El único que le daba importancia a Snefru era Uadye. Juntos, integraban el dúo dinámico, o pasivo, mejor dicho. Al tonto lo había golpeado un escudo cuando la primera brisa comenzó a soplar, ya que todavía no habían pronunciado el hechizo. Nunca más intentaría participar en una pelea con un arco, o de ninguna manera en general.

A todas estas reflexiones, llegó Badru corriendo, rojo y exhausto.

—Amunet, al fin te encuentro —Y, sin previo aviso, la abrazó. Amunet disfrutó del momento, mas se aseguró de que fuese breve.

— ¿Qué necesitas? —dijo una vez que se separaron.

—Hallé el cuerpo de Seneb, pero se transformó en flores, en muchas de ellas.

— ¿Se supone que eso debe tener sentido?

—Lo sé, lo sé, pero lo vi. Pasó enfrente de mí.

— ¿Y qué quieres que hagamos con un par de florecillas?

— ¿Te estás escuchando, siquiera? ¿O a mí, al menos?

—Sí.

No tenía idea de a qué se refería. Claro que había oído que el cuerpo de Seneb ya no existía y que...

—Oh.

—Lo notaste.

—Sí...

Sí, Seneb no podría ser embalsamado para pasar el resto de su vida en el otro lado. Sin embargo, luego recordó en lo que los dioses le habían dicho y trató de mantener la calma y confiar.

—No te preocupes, han pasado muchas cosas.

—Exacto. ¿Por qué no me acompañas a tomar un vaso de agua y te cuento un poco?

—Está... ¿bien?

Amunet no podía culparlo: ni ella comprendía su comportamiento. Estaba nerviosa. Sí, la gran batalla ya había ocurrido y sus resultados fueron los esperados. Sólo quedaban un par de asuntos por resolver, pero nada más. En definitiva, se había quitado esa pesada mochila que venía cargando desde hacía semanas. Cualquiera pensaría que ya estaba, que ya no habría razones para preocuparse ni estresarse por los futuros planes. El problema era que Amunet no era una persona normal. Estaba acostumbrada a seguir impulsos, sólo que no los de esa clase.

En el camino a la tienda, trató de resumir, exceptuando la parte de Seneb. Cuando ingresaron, la muchacha bebió lo prometido y también le ofreció a su compañero.

— ¿Te encuentras bien, Amunet? —la interrogó luego de que se quedaran parados allí, sin emitir palabra alguna.

Ella se tomó la cabeza y comenzó a dar vueltas.

—Te... te odio. Es como si mi mente se hubiese vaciado y...

Su rabia se había evaporado, mas la precaución había vuelto.

— ¿Y...? —la incitó a que siguiera.

—Y... —Tenía que largarlo, así que lo hizo, aunque con un tono bastante monótono:— tú ahora ocupas todo ese espacio.

Él simplemente se rió.

— ¿Todo?

—Bueno, todavía poseo responsabilidades, pero están en un segundo plano.

Badru se le acercó con ojos brillosos y la abrazó.

—Badru...

—Me alegra que estés sana y salva —interrumpió su protesta.

—Me alegra haberte pedido que me acompañaras.

Apenas volvió a cerrar su boca, se arrepintió por completo de haber pensado en eso. Insistió en que ella no era así, que no... que no...

Y entonces lo besó. Lo besó con urgencia, porque hacía tiempo que deseaba deshacerse de sus barreras, de sus miedos. Se separó para respirar y unieron sus labios otra vez. Amunet colocó sus manos en las mejillas de Badru y él, en su cintura.

No quería pensar porque, si lo hacía, pararía, ¿y por qué frenar aquella bella sensación? ¿Para qué iba a seguir reprimiendo sus sentimientos?

Podía escupir su corazón en cualquier momento, pero no le importaba; ya nada parecía más relevante. Y todo se puso peor cuando Badru tocó sus brazos, ya que ella no entendía qué pretendía, hasta que lo concretó: la empujó y la apartó.

—No deberías abusar —se explicó Badru citando una de sus frases.

—Muy gracioso.

—En serio, comprendo que la guerra y... todo en general te haya afectado, pero debes pensar con claridad.

Claridad no le faltaba, aunque era verdad que no había pensado.

—Es que... lo siento.

—No tienes que disculparte.

—No, no por esto: por todo. Estaba asustada, y no es que sea una buena persona, pero no quiero exagerar contigo... Hago esas cosas porque los demás no me importan, porque no sirven, pero tú sí sirves.

— ¿Sirvo para qué?

—Para hacerme sentir que no estoy muerta, que no soy un objeto roto que nadie ni nada puede reparar.

No supo en qué momento se había puesto a llorar, mas su cara estaba mojada de punta a punta. Badru la sostuvo en su brazos al instante.

—No necesitas ser reparada —le susurró —. Eres perfecta tal cual eres.

—No, no lo soy.

Se agarró el vientre y lo apretó con nostalgia, como si allí hubiera algo que ella pudiera extrañar.

—Amunet, Amunet, ¡mírame!

Estaba temblando, pero obedeció. No había más que cariño en su mirada, lo que le daban más ganas de lagrimear.

—Estoy aquí.

Eclipse Rojo (Luna Negra II)Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu