Tercera Parte: Nuevos reyes XII

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KAFELE

Sólo perdieron una vida, lo que no agradó a nadie, pero la mayoría supo comprenderlo.

Se suponía que debían quedarse con algunas de las armas robadas y que otras serían devueltas a sus dueños. El intercambio la próxima vez sería diferente: las dejarían a simple vista sobre la arena, aunque en las circunstancias menos problemáticas posibles.

Si sus cálculos no eran erróneos, en dos días estarían combatiendo y venciendo definitivamente a los hicsos. Ese era el motivo por el que todos revoloteaban de acá para allá, no había tiempo que perder y las cosas que faltaban por organizar eran muchas. Kafele ya estaba listo, por así decirlo, mas los demás necesitaban entrenar, practicar, dividir tareas, entre otros.

Trabajaron día y noche y repasaron los pasos una y otra vez para asegurar que no faltaba nada. Así llegó el día, y todos se hallaron en sus posiciones mientras un grupo reducido devolvía el armamento. Una quincena había conseguido el dominio mediocre de esos juguetes y, otros, se adaptaron al uso de cascos, por ejemplo. También intentaron construir nuevas flechas, aunque alcanzaron un número insatisfactorio y una calidad parecida pero no mejor a la de los hicsos.

El heredero de Ra había mandado a poner una carpa con el pretexto de que deseaba orarle a los dioses antes de salir a la batalla. No era del todo mentira, mas el verdadero motivo era que debía raparse la cabeza. Amunet ya no estaba, ya no importaba, y el duelo jamás había valido la pena. Había sido lindo conocerla y la había extrañado aunque lo hubiese negado, pero era el momento de apagar esas emociones; un faraón no se dejaba llevar por esas cosas, y él tendría ese titulo pronto.

El cabello cayó pronunciando las palabras que Kafele había decidido callar. A continuación, elevó sus palmas al cielo y fue recordando a la mayor cantidad de dioses posibles, iniciando desde los más locales y menos poderosos hasta los centrales.

Le hizo un pedido especial a la Gran Maga: aunque él no fuera su protegido, se volvió pequeño ante ella, pues necesitaba la ayuda de todos. A falta de heredero de Isis, él sería ambos por un día.

Dejó a Ra para lo último. Repitió el procedimiento, aunque le dio más importancia. Con esto se refería a la colocación del cuenco con agua del Nilo en dirección Oeste, el incienso hacia el Este, las velas hacia el Sur y las pequeñas pirámides de arena, al Norte. En el medio del altar se encontraba la figura del dios y los pétalos de unas flores. Ofreció su gesto y lo invocó con una gran fe.

Cerró los ojos y eliminó cualquier rastro de sentimientos, cualquier atisbo de su pasado. A pesar de que Seneb se lo había repetido siempre y que incluso las divinidades se lo ordenaron, él simplemente sabía que aquella no era una batalla que Kafele pudiera ganar, pero Zaid Ziyad sí. Para eso había sido creado y entrenado.

Se puso de pie sin temblar, sin dudar, sin temer, y retornó al exterior. Hondo se le acercó. Él sí lucía nervioso, aunque cualquier persona normal lo estaría.

— ¿Hace falta algo más? —preguntó el que solía ser su amigo.

—Sólo sangre hicsa chorreando por mis manos.

Eclipse Rojo (Luna Negra II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora