Primera Parte: Dolor y lamentos III

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KAFELE

Maldijo a todos los dioses que se le ocurrieron en el momento y no tuvo piedad con ninguno. ¿Cómo podía ser que le hubieran fallado de esa manera? ¿Acaso él no era el más leal de sus súbditos? ¿No había hecho respetar su nombre? Y Amunet, ¿no era ella la indicada? Por más que su fe no fuera la más firme, se haría más fuerte, estaba seguro de eso. ¿Podría ser esa la razón de su muerte, porque ella era quien les había fallado? O tal vez, simplemente no estaba destinada a salvar Egipto.

Cuando terminó de descargar su ira sobre todo lo que lo rodeaba, se puso a pensar en cómo resultarían las cosas ahora. Tendrían que hacer un cambio de planes, excepto que... Todavía existía un heredero de Isis que pudiera... Pero, ¿qué estaba diciendo? En ningún país Badru le sería de utilidad; probablemente estropearía todo. Pero no podía descartarlo aún, aunque odiara admitirlo.

Si de algo estaba seguro era de que debía volver a Bubastis, y rápido. No conseguiría nada que pudiera serle útil en la Biblioteca, y sólo Ra sabría dónde estaba Seneb en ese momento. De todos modos, ¿para qué quería su opinión? Se expresaba mediante claves y no tenía tiempo para eso. No partía al instante sólo porque le daría a Amunet la oportunidad de descansar totalmente en paz. Sin embargo, aún no se sentía preparado para comenzar. Era una tradición muy fuerte y todavía no llegaba a aceptar que todo eso hubiese pasado. Era tan irreal... Pero tenía que seguir adelante. Nada lo había frenado antes, así que ni tenía por qué pasar ahora.

Salió a tomar algo de aire para ganar fuerza y valentía. Lógicamente, no se cruzó con nadie en los pasillos; sus sirvientes ya estaban bien acostumbrados a no dirigirle la mirada o la palabra. Cuando pisó el exterior, realmente no notó si estaba nublado, si era de noche o de día, o si los pájaros cantaban a lo lejos. Apenas era consciente de sus propias pisadas. Cada músculo le dolía, pero no le dio importancia.

La única vez que había estado tan ido fue cuando acabó con toda su familia, pero en ese momento lo agobiaba la felicidad y la euforia. A partir de entonces, sus sentimientos habían sido resguardados en una caja fuerte con mil llaves de oro. Y luego de tanto esfuerzo, llega una mujer que despoja todas las cerraduras, entra en lo profundo y se va para dejar un gran vacío. En definitiva, toda esa situación era un insulto hacia su persona y una actitud decepcionante por su parte.

Una piedra se topó en su camino y lo hizo trastabillar. Claro que, en realidad, él había ido directamente hasta ella, pero no estaba de humor para echarse la culpa por otro asunto más.

Lo que le faltaba. Ahora tenía ganas de gritarle a esa roca por su atrevimiento, como si eso fuese la respuesta a todo. Si algún ser vivo, de cualquier especie se le cruzaba, no tendría piedad.

¿Por qué la vida siempre terminaba siendo tan complicada? ¿Es que no existían los finales felices, los triunfos y los sueños cumplidos? ¿Eran todas mentiras esparcidas en los cuentos de la infancia? Aunque a él nunca le habían contado uno cuando lo pedía, en su interior, siempre se había consolado con que algún día alcanzaría la plenitud, a través del medio que fuese.

El mundo era injusto y los dioses tenían sus propios planes, los cuales no incluían a los humanos como tales, sino como simples marionetas.

No, no podía pensar eso. Probablemente, esa clase de reflexión había condenado a Amunet; no permitiría que también le ocurriera a él. Aunque fuese difícil, su fe debía permanecer. La fe era más grande y fuerte que cualquier otra cosa...

Un ser vivo exhaló y Kafele, como un depredador que persigue a su presa, entró en contacto con su garganta y la estrujó. Para ser honesto, estaba esperando a que algo apareciera para aniquilarlo.

Disfrutó de cada partícula de oxígeno que le quitaba. Esos aullidos de dolor no eran más que música para sus oídos, pero ¿eran aullidos? Si lo pens...

No, no dejaría que esa situación lo ablandara, mas tampoco permitiría que los sentimientos se adueñaran del control de sus poderes. Sin embargo, ya era tarde para las lamentaciones. Esos cortos segundos en los que había dudado, habían bastado para que descubriera que estaba asesinando a un hombre, a uno particularmente tonto y torpe...

—Pensé que mantendrías tu sangre fuera de mi alcance —dijo Kafele entre un rechinar de dientes.

—Y yo... pensé que no intentarías sacármela por la fuerza. Creía que...

—Haz algo decente y cierra la boca, ¿o es que no te das cuenta de que tienes que respirar?

—No... me callaré. Algo pasó y no puedes negarlo. Tú no pierdes los estribos así.

— ¿Cómo te atreves a tratarme con tan poco respeto? ¡Yo soy el gran heredero de Ra! ¡Soy el elegido!

— ¡Y un mentiroso! Sé que algo pasó. Kafele, tus ojos te delatan.

—Cállate o serás polvo.

—No me harás nada.

— ¿No? ¿Y qué es ese ataque de valentía?

—Lo llamaría curiosidad. ¿Me dirás lo que sucede?

—No tienes ningún derecho a saber nada, y nada pasa.

— ¿Lo ves? No me has hecho nada aún.

— ¡Ya basta!

Kafele tensó todos los músculos de su mano y le dio una cachetada mágica a aquel gusano. Lógicamente, fue más potente que una física, por lo que el gusano comenzó a chillar mientras contaba cuántos dientes le quedaban. Luego, el gusano descubrió que le salía sangre de la nariz y, para agregarle algo de diversión, creó una serpiente de arena que fue mordiéndolo a lo largo de toda la pierna. El gusano volvió a caer al suelo y el reptil continuó mordisqueando su muslo derecho. Lo de ahora sí eran gritos.

—Ya que eres tan valiente, ¿por qué no le preguntas a mi creación el motivo de su enfado contigo?

— ¡AAAAHHH! Páralo, por favor.

—Tranquilo, que esta no es la forma en que morirás; no tiene veneno y apenas puede hundir sus colmillitos, pero sí que proporciona mucho dolor, ¿verdad? ¿Verdad, Ba...? ¿Cómo era tu nombre, gusano inútil?

— ¿Sabes? —contestó entre quejidos— Soy tan inútil que no sirvo ni para recordar mi propio nombre. Pero sí recuerdo el tuyo: Kafele.

—No te perdonaré eso dos veces.

—Yo seré un cobarde y estaré rezándole a los dioses para que me liberen de este sufrimiento, pero prefiero eso a ser un asesino a sangre fría como tú, o tan egoísta y manipulador como Amunet.

Su nombre lo bloqueó. Su respiración se aceleró a medida que revivía todo lo acontecido en su cabeza. El cuerpo inerte de Amunet pasó una y otra vez por sus pensamientos y dejó de ver a lo que tenía a su alrededor. De fondo, se oía gritando. La sensación era tan intensa que no pudo soportarlo y largó el aire que había estado conteniendo.

Cuando abrió los ojos, Badru yacía inconsciente en el suelo, aunque no estaba muerto. Lo dejó allí y continuó con su caminata.

El Kafele que no controlaba sus emociones había vuelto.

Eclipse Rojo (Luna Negra II)Onde histórias criam vida. Descubra agora