Tercera Parte: Nuevos reyes XV

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KAFELE

Los muros de piedra y fuego ya estaban listos, al igual que los soldados egipcios.

Los arqueros esperaban la orden de su líder, quien se había aislado de todo para percibir el avance del enemigo.

Kafele llevó a su mente bien lejos y la dejó vagar entre las barreras de metal. Calculó cuántos eran y qué hacían, aunque sin la exactitud que hubiese deseado, pues aquel material seguía molestándolo; siempre encontraba una manera de atrasar sus planes.

Dio la orden de que estuvieran atentos porque se estaban moviendo, por lo que todos mantuvieron sus sentidos al máximo. Aguardaban por algún ruido o una sombra, cualquier cosa que delatara su ubicación y cercanía.

El tiempo pasó. Era posible que Kafele hubiese sentido que se alargaban los minutos, pero estaba seguro de que no estaba exagerando cuando decía que algo debía de haber pasado ya.

Volvió a usar sus poderes y recibió un gran golpe: su mente había sido bloqueada al nivel del suelo. Eso significaba que estaban detrás de las paredes. Demolerlas no era una opción, el fuego tampoco serviría de mucho y sus ideas parecían no tener sentido en ese momento. Tenía que pensar rápido y bien, sin errores.

Sin embargo, alguien, cuya identidad era desconocida para el heredero, no deseó que resolviera el problema. Se oyeron decenas de gritos en la retaguardia. Hicsos que no llevaban metales encima estaban venciendo sin inconvenientes a los egipcios aún sorprendidos. Con un solo parpadeo, el caos se desató y el polvo voló por todas partes. Nada era fácil de ver y su frustración no lo dejaba percibir, hasta que entró en razón.

Se decidió a derribar los muros hacia sus enemigos con la esperanza de que ellos se distrajeran. A su vez, alzó las llamas y las distribuyó en diferentes direcciones, intentando esquivar a sus propios soldados. Liberó a los que estaban junto a él de la arena y no dudó ni un segundo al enfrentar a un hicso, robarle su arco y sus flechas y usarlas para su beneficio. Por supuesto, agregó su toque personal: cuando las flechas llegaban a su objetivo, su madera explotaba en astillas.

Estaba sudando y el calor comenzaba a subir poco a poco, así que expulsó todo lo que podría molestarlo más tarde, lo que provocó que distinguiera dos figuras que no se hallaban muy lejos de él. Volteó rápidamente y observó a sus oponentes, uno a la derecha y otro a la izquierda. Movió una pequeña porción de tierra para desequilibrarlos mientras se preparaba para lanzar. Sin embargo, alguien le había disparado a Kafele y su prioridad había pasado a ser defenderse a sí mismo. Finalmente, logró desviar la amenaza sin siquiera dejar de mirar a los primeros rivales en la cola, quienes obtuvieron su merecido: un agujero en sus caras.

Los combates de Kafele no parecían tener mayores inconvenientes que esos, pero no todos estaban teniendo esa suerte: Hondo tenía problemas, aunque no eran tan complejos en comparación con los de Rahotep, Menkaura y muchos integrantes de los distintos Halcones. Optó por colaborar con los más necesitados. Algunos resultaron heridos, otros salieron ilesos, mas, con el calor de la batalla, Kafele no logró diferenciarlos; ya ni siquiera sabía a quién estaba salvando, todo se estaba descontrolando. Era como si los hicsos poseyeran algo de información sobre ellos y estuvieran sacando el mejor provecho de ella.

No tardaron en comunicarle que las bajas estaban siendo demasiadas si se les sumaba la gran cantidad de heridos de gravedad. Veía cómo Hondo intentaba acercarse a él para llegar a un acuerdo. Si tan sólo fuera posible gritarle que no se detendría hasta acabar con sus oponentes sin sonar como un egoísta. Por lo que continuó con lo suyo, pero, a medida que iba pasando el tiempo, sus rivales comenzaban a adquirir un patrón común: estaban cubiertos de metal. Poco a poco, los derrotados por minuto fueron menos. Además, el agotamiento no quería ausentarse, en señal de que no estaba haciendo con exactitud lo que los dioses querían. ¿Qué deseaban entonces? ¿Cómo pretendían que cumpliera su destino sin Amunet si no era de esa manera? Se estaba mostrando superior, no sólo porque lo era, sino porque la situación lo ameritaba. ¡No era su culpa!

Eclipse Rojo (Luna Negra II)Where stories live. Discover now