Segunda Parte: Viejo y nuevo XVIII

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KAFELE

La segunda víctima fue su abuela. Este asesinato fue un poco más elaborado, ya que debió planear que su entrada y salida se adaptara a un día que ella se quedara sola, cosa que nunca sucedía porque siempre tenía visitas o compañía. Sin embargo, supo hallar el momento tras varias semanas.

Hizo de cuenta que ansiaba verla, como si se llevaran bien. Adentro, le perforó un pulmón y, luego, la golpeó en la cabeza con el mango de su cuchillo. Entonces, tuvo que guardar en su bolso las joyas más costosas que vio y revolver los muebles y los objetos de todas las habitaciones.

Tras el crimen, se dirigió a la ciudad más cercana y dejó lo robado en la puerta de una humilde casa. Por visitas anteriores, sabía que allí vivía una familia pobre con muchos chicos. Si tenían suerte, su situación económica ya no sería tan mala y, si los atrapaban con las pertenencias de una mujer asesinada, estarían, ciertamente, en problemas.

A partir de entonces, Kafele podría afirmar que se le hizo más fácil; no siempre era sencillo ajustar sus ideas a la realidad, pero, cuando la oportunidad arribaba, efectuaba su tarea de tal manera... La mano no le tembló nunca. No titubeó cuando observó cómo el esposo de su tía segunda la golpeaba hasta dejarla inconsciente por descubrirla en una situación impetuosa con un hombre a quien Kafele le había pagado para acercársele un poco.

Acabar con su prima fue uno de sus asesinatos preferidos: ella gritó fuerte en la noche y la oyeron, pero ya era demasiado tarde. Era atractiva, aunque, pobre, era una idiota que disfrutaba de los aciertos de su hermano. Ella iba a ser la mujer de su hermano, pero de nuevo, pobre, era demasiado molesta y compartía su sangre. Sin embargo, hubiese sido más satisfactorio comunicarle que Sefu nunca había estado interesado en ella y que la iba a reemplazar fácilmente.

Le siguió la más joven de sus tías, quien tuvo la mala suerte de ingerir carne en mal estado. Otros también lo hicieron en esa reunión familiar, mas tan sólo obtuvieron un malestar porque su comida no estaba cargada con mucho veneno. Como la cena se había realizado en la casa de aquella desagradable persona, que no era rica ni por asomo, el alimento rojo no abundaba y no todos se daban el gusto de comerlo por falta de costumbre. Él, por supuesto, exclamó que no le gustaba la carne de vaca y, después de esa noche, no fue el único.

Por obra de magia, el sexto murió naturalmente, pues padecía una rara enfermedad pulmonar provocada, al parecer, por alguna flor. ¡Vaya a saber Ra qué le pasó!

El séptimo fue el hermano de este último, asfixiado con una sábana hasta que dejó de patalear. Tontos, creyeron que era una enfermedad familiar y, pronto, el padre no aguantó la soledad y se suicidó.

Su otra tía, recibió un final más divertido. Sólo tuvo que tomar prestado el collar y utilizarlo para controlar a una bonita serpiente.

Le gustaban esas criaturas porque no reflejaban sentimientos. No tenían corazón. Parecían pequeñas en comparación con los hipopótamos, pero eran mucho más peligrosas con sus afilados colmillos.

Una vez más, pasaron por su mente las palabras de su hermano: 

"Me debes una disculpa, Kafele. O, al menos, devuélveme el collar". Detestaba obedecerlo, aunque ya no podía impedir que cometiera un asesinato. Pronto sería su turno y vería quién era el mejor. Descubriría que el hijo menor de Abasi era el elegido, que todos lo seguirían por su poder, porque nadie podía superarlo.

A Sefu nunca le haba resultado tan sencillo acabar con una vida, no tenía lo que era necesario. Pero Kafele sí. Kafele jamás titubeaba, su mano no temblaba cuando un plan debía cumplirse y no se cansaba de afirmarlo. Excepto cuando se vio obligado a acabar con el bebé.

No sabía si ese bebé poseía algo de especial o si eran los pequeños en general, pero cuando ingresó a su habitación por la noche, algo le dificultaba la acción que estaba prevista.

Su primo, que lloraba, hizo silencio al oírlo entrar y, en cuanto lo vio, esbozó una simpática sonrisa cargada de inocencia, pureza y felicidad sencilla.

Kafele llevaba una almohada consigo, mas supo que no era capaz de hacerlo, no si encima ese niño se le reía en la cara y dejaba escapar grandes gotas de saliva.

Bajó los párpados y se recordó a sí mismo quién era, cuál era su mayor deseo y cómo esa era la única manera de conseguir todo lo que siempre había ansiado. Pero, ¿acaso también no quería que alguien lo quisiese, que le mostraran cariño? ¿No se la pasaba exclamando que lo habían convertido en lo que era? ¿No era su perdición porque lo habían tratado con odio, indiferencia y desprecio?

Un ser humano se encontraba ante él, ofreciéndole el amor más sincero y, aun así, debía rechazarlo. Un minúsculo, insignificante, inútil y asqueroso cachorro en la versión del hombre le estaba dando lo que su infancia había necesitado con urgencia, lo que cualquier chico merecía, sin importar sus características.

Había creído que sería bonito que él lo criara para que, en el futuro, pudieran quererse mutuamente. Si tan sólo no tuviera el gen del heredero de Ra en su sangre... las cosas podrían haber sido muy diferentes.

Pero Kafele era Kafele, y ansiaba demostrarle a los demás que no sería lo que ellos le habían impuesto.

Así que abrió los ojos y tomó el almohadón con la seguridad recuperada. Lo hundió en el rostro del bebé y este lo pateó con sus piernas y pies en el brazo derecho... hasta que estaba hecho y no había vuelta atrás.


Eclipse Rojo (Luna Negra II)Where stories live. Discover now