Tercera Parte: Nuevos reyes VI

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KAFELE

Apenas los rayos de Ra salieron por el horizonte, Kafele levantó sus párpados y salió de la cama. Era una mentira afirmar que la noche de sueño había sido eso, de sueño, pues se la había pasado dando vueltas de un lado al otro, intentando descifrar las dudas que residían en su cabeza, especialmente la de cómo mejorar las armas. Para cuando la idea perfecta llegó, no pudo contener la ansiedad de continuar maquinando planes. Según él, los mejores pensamientos se concebían entre el sueño y la vigilia. El único problema de ese método era que existía el riesgo de un adormecimiento que podría derivar en el olvido de lo descubierto. De todos modos, Kafele no era la clase de persona que se dejaba vencer por algo tan humano como el descanso. En sus inicios, se había comportado como muchos, pero luego comprendió que los designios de los dioses eran más importantes que cualquier otra cosa.

Ingresó a la habitación en donde había dejado sus elementos de trabajo y se puso manos a la obra mientras se escuchaba cómo el movimiento comenzaba a aparecer en la guarida.

No pudo encontrar la concentración porque alguien se le había acercado.

—Estoy trabajando.

—Lo sé —dijo Hondo —, por eso vine.

Kafele intentó seguir con lo suyo, aunque era bastante imposible, pues sentía la presión de la mirada de quien solía ser su amigo. A veces le costaba recordar que si deseaba tener éxito debía mantener firme la dureza de su corazón; los sentimientos no podían influenciar sobre sus acciones.

— ¿Has visto tu reflejo?

—No tengo tiempo para mirarme a un espejo —contestó rápido y utilizando la menor cantidad de energía posible.

—Entiendo que es algo importante lo que estamos viviendo aquí, pero no estás descansando bien últimamente.

— ¿Algo importante? Un país entero depende de nosotros. Además, hablas como si no me conocieras.

—Te he dicho esto justamente porque te conozco, al menos en parte. Estás esforzándote más de lo normal.

—Quizás sea porque vale la pena, porque es mi deber o porque soy el único que tiene las mayores responsabilidades aquí.

—Deberías descansar un poco y, mientras tanto, nosotros nos ocupamos.

—Ya descansé lo suficiente, gracias. Puedes retirarte.

—Zaid Ziyad...

—Como dije, estoy trabajando.

Hondo asintió y se marchó sin agregar nada.

Por fin, Kafele pudo continuar y, tras un par de horas, obtuvo lo que se había imaginado, ni más ni menos.

Estuvo hasta el mediodía con el resto de las armas y, para cuando todo estuvo listo, llamó a una reunión. Él pidió expresamente que concurrieran todos. Por supuesto, eso no era posible, pero consiguió que asistiera la mayoría de los residentes del lugar. Esta vez, prevendría todos los errores y nadie se equivocaría. No importaba si tenía que tratar con niños de trece años, era esencial que todos, absolutamente todos, comprendieran cada una de las partes del plan final. Si existían dudas, las aclararía. Si alguno se echaba para atrás, no permanecería allí ni un segundo más. Ese era el momento para poner todos sus cuerpos, todas sus almas, sus ib, ba y sheut en la misión.

Y el discurso empezó con esta idea:

—Hoy es el último día: el último día para no preocuparse, el último día para no servir a Egipto. Hoy es el último día de sus vidas, porque luego de este reunión, serán entregadas a mí y sólo a mí me obedecerán. Pero también será el último porque muchos de ustedes morirán. No lo diré de otro modo. No nombraré a Osiris ni a Anubis porque no me interesa lo que les pase luego de la muerte, pues ya no me servirán. Algunos perecerán en la tragedia, mientras que otros serán sacrificados por un bien común. Si a alguien le parece que sus cuerpos no valen más que un Egipto libre, puede retirarse ahora mismo, que jamás volverá a ver mi rostro.

Eclipse Rojo (Luna Negra II)Where stories live. Discover now