Primera Parte: Dolor y lamentos V

3 0 0
                                    

BADRU

A pesar de que un fuerte dolor de cabeza lo atormentaba, Badru se puso de pie y se dirigió a la guarida de Zaid Ziyad. Sí, estaba loco por intentar interrogarlo nuevamente, pero no tenía otra opción. Algo verdaderamente terrible había ocurrido y sabía que necesitaba informarse. Sí, podría ser algo desagradable y sí, podría ser asesinado, mas estaba seguro de que el asunto tenía que ver con Amunet o, de otra manera, no se hubiese puesto aun más loco cuando la nombró. Así es cómo había terminado en el suelo, golpeado por una enorme energía negativa.

Como no era la primera vez que lo hacía, infiltrarse no fue difícil, sobre todo porque todos estaban tan asustados que se enfocaban en vigilar a sus sombras temiendo que fuese Zaid Ziyad quien se acercaba. El miedo no los dejaba tener los sentidos en un correcto funcionamiento y se sobresaltaban con cada minúsculo ruido que escuchaban, por lo que, para cuando Badru emitía algún sonido, ellos ya estaban en una crisis nerviosa, listos para salir corriendo.

La puerta del Salón Real estaba entreabierta y se asomó para comprobar si él estaba en su interior. En cuanto halló una negativa, alguien lo tomó por detrás y lo obligó a retroceder con fiereza.

— ¿Tú de nuevo? —dijo el guardia que tenía a sus espaldas.

—Sí, ¿algún problema?

—Tendrás que acompañarme a la celda. Allí tu amigo Seneb te est...

Aprovechando que todos lo tenían por tonto, Badru le dio un codazo en la nariz. El hombre quedó bastante sorprendido y se tomó la parte herida, lo que permitió que su espada quedara descubierta. Sin dudarlo, el heredero la agarró y golpeó a su oponente en la cabeza con el mango de la misma. Badru se sintió caer cuando lo tiró hacia abajo, pero consiguió embestir otro golpe antes de perder la ventaja. Ahora sí había quedado inconsciente.

Salió trotando silenciosamente. Amunet estaría orgullosa de él, al igual que su padre. Pero él de sí mismo, no tanto... ¿Acaso se había dejado...?

Interrumpió sus propios pensamientos para continuar con su búsqueda. Para eso, le fue necesario plantearse la siguiente pregunta:

—Si yo fuera un hombre malvado y solitario, si yo fuera Zaid ZIyad, el pulverizador, ¿a dónde iría cuando estoy molesto y triste?

Se le ocurrieron dos respuestas factibles: la Biblioteca y el Salón del Destino. Como el último era un lugar más bien sagrado, optó por hurgar en el primero, cuya puerta estaba cerrada. Verificó el movimiento de sombras y la producción de sonidos, mas nada. Tragó saliva.

Eso dejaba una opción que podría ser bastante errónea. Si sus suposiciones eran acertadas, estaría irrumpiendo en la habitación más importante de todo Egipto y recibiría una gran paliza, pero si no, simplemente ofendería a los dioses. No sonaba tan mal...

Gracias a Ra, irónicamente, no tuvo ninguna clase de inconveniente. Ingresar fue lo más sencillo del mundo si se lo comparaba con la obligación de permanecer en aquella posición, sin perturbar su semblante. Kafele lo miró con enorme dolor y rabia e hizo un atisbo de detenerlo, pero estaba tan falto de energías que Badru se le adelantó. Cayó de rodillas sobre la seca tierra y estiró sus brazos. Extendió sus manos sobre aquel bello rostro, aquel bello rostro que no respiraba. Cada parte de él era perfecto. Las curvas de sus mejillas estaban cubiertas por un tegumento que brillaba como las estrellas del cielo nocturno.

Tomó su mano tibia mientras las lágrimas saltaban de sus ojos. No, no podía ser... No era posible. Amunet no podía estar muerta. Debía ser un truco, tenía que serlo. No había otra explicación.

—Aléjate de ella —dijo Kafele entre dientes luego de hacerlo retroceder.

— ¿Qué le ha sucedido?

—No es asunto tuyo.

— ¿Qué le has hecho? ¿Por qué no respira?

—Porque esta muerta imbécil —exclamó clavándole sus ojos amarillos.

—No, no es cierto. ¿Qué le has hecho? Déjala respirar.

Zaid ZIyad levantó el cuerpo inerte de Amunet y lo apoyó sobre una larga mesa de madera, haciendo caso omiso a sus palabras.

—No es gracioso. ¿Qué clase de juego es este?

—Ojalá fuera un juego —susurró.

Lo que había visto y la sinceridad en la voz de Kafele no ayudaron a negar la situación. De hecho, provocaron que Badru fuera consciente de la seriedad del asunto.

Se acercó y le susurró al oído algo que sabía que le haría enfadar:

—Quieres ser mala con cada inspiración que das, pero nadie puede ser la misma cosa todo el tiempo. Sé que hay bondad en ti, Amunet, lo sé. Ahora abre los ojos y niégalo.

Observó sus párpados, aún cerrados, al igual que sus labios. Sacudió su hombro mientras comenzaba a temblar.

—Amunet. Amunet... —la llamó entre suspiros.

— ¡Te he dicho que te alejes!

Badru permaneció junto a ella hasta comunicarle que realmente necesitaba que lo negara. Más que nada en el mundo.

Las lágrimas no se detuvieron ni un instante, como cuando Isis perdió a Osiris e hizo crecer al río Nilo. Pero ese pobre hombre no produciría nada. Su dolor y lamentos no le servían de nada a nadie, ni siquiera a él.

¡Maldita sea! La mujer que amaba ya no estaba. Nunca le había dicho todo lo que sentía, no con propiedad, sin omitir nada. Nunca le había demostrado que sus sentimientos eran reales, desinteresados, puros... Ni siquiera estaba seguro de haberle pedido disculpas por haber sido tan egoísta cuando cedió a la petición de su padre hacía un año atrás. Jamás sabría lo mucho que se lamentaba por no ser capaz de hacerla feliz. Eso era lo único que le importaba, lo único que siempre le había importado y, recién ahora, con Amunet sin vida, notó que nunca había sido su meta concreta, porque estaba demasiado ocupado siendo él: Badru el Cobarde, Badru el Tonto, Badru el Ciego, Badru el Badru. Estaba tan concentrado en cumplir su sueño —uno tan inalcanzable, en verdad—, que no se fijó en lo que ella quería.

Luego de muchos años, había logrado comprenderla en parte, pero ya era demasiado tarde. La enmienda de sus errores no era relevante. Sin Amunet, nada lo era.

Eclipse Rojo (Luna Negra II)Where stories live. Discover now