Tercera Parte: Nuevos reyes XXVI

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BADRU

El tiempo que habían pasado dentro de la carpa era desconocido para Badru. Luego de muchos llantos y lamentaciones, secó las lágrimas de su amada y le dio varios besos para ruborizarla y levantarle el ánimo.

Le hubiese encantado que existiese una frase o un consejo que pudiera comunicarle, mas no se le había ocurrido ninguno. De todos modos, consideraba que su proceder había sido el correcto, pues ella no necesitaba palabras mágicas. No, ser madre era un sueño que tenía bien oculto, y nada iba a cambiar su imposibilidad de cumplirlo. Un "todo estará bien" no iba a funcionar porque lo esencial era sacar ese dolor de su interior, para liberarlo y dejarlo partir. Badru deseaba poder escurrirse en su mente y averiguar si la herida estaba comenzando a sanar, o si todavía le quedaba un largo camino por recorrer.

Como ambos estaban distraídos, no vieron venir a Zaid Ziyad, que llamaba a Amunet para realizar una reunión ante todos los sobrevivientes. A su pesar, tuvo que separarse de ella.

Todos se acomodaron en una ronda e hicieron silencio rápidamente mientras se pasaban cuencos con diferentes infusiones. También había dátiles para disfrutar, aunque Badru no tomó ninguno, pues le parecía poco honesto consumir lo que debería ser de otro, de otro que realmente lo necesitaba.

—Miren al cielo —pidió Zaid Ziyad —. ¿Notan algo diferente?

Cada uno de los soldados negó con la cabeza. Ni uno sólo dudó siquiera, mas Badru sí veía algo distinto en aquel amanecer. No era nada concreto, sino los colores, el brillo y las estrellas. Y allí fue cuando unió las piezas: las constelaciones seguían igual de relucientes que a medianoche, no estaban desapareciendo.

Se lo comentó a quienes lo rodeaba y ellos lo fueron esparciendo por todo el campamento.

—Eso significa que hemos ganado. El cielo es testigo y aprueba nuestra victoria. Amunet y yo...

—Nosotros continuaremos nuestra tarea y, luego de eso, ocuparemos el trono del Alto y del Bajo Egipto.

De inmediato, la gente se alzó en asombros, algunos asustados y otros concordaban.

Claro, Badru ya lo sabía desde hacía bastante. Sin embargo, esa era la primera vez que tomaba consciencia de lo que iba a suceder: su ¿novia? gobernaría la nación más grande y poderosa de la tierra, y junto a Zaid Ziyad. ¿Acaso había una diferencia? ¿La idea le aterraba más por tener la presencia de ese hombre? No, su problema no era con él. Por supuesto que no le agradaba y que jamás habría química entre ellos, pero lo que realmente le preocupaba era la influencia que él podría tener sobre Amunet. A su vez se puso a pensar: ¿los herederos eran tan malos? Alguien debía estar al mando, y ellos iban a volver a unificar a Egipto. ¿Quién más podría hacerlo? Además, no le era posible negar el cambio en ambos. La intención de los dioses nunca fue que unos desquiciados se convirtieran en Horus vivo en la tierra, y ellos no lo habían sido ni lo eran. Entonces, ¿a qué debía temerle?

—Prometemos ser los mejores gobernantes —continuó Amunet — y repre...

— ¿Y cómo derrocarán a los reyes actuales? —preguntaron muchos.

—Ninguno de ellos es un rey legítimo —dijo Kafele —. Se supone que el faraón es un dios en la tierra. Saquen sus conclusiones: a nosotros sí nos eligieron los dioses.

— ¿Qué harán con los colgantes? —quiso saber Auset.

—Los emplearemos con sabiduría, no te preocupes.

— ¿Cómo sabremos si no abusarán de su poder como muchos otros ya han hecho? —hizo su aporte de quejas Snefru.

—No lo sabes y, si los egipcios ya estamos tan acostumbrados a esa clase de gente, no debería haber ningún problemas si nosotros somos como ellos. Excepto que conozcas a alguien digno del trono, escriba.

Eclipse Rojo (Luna Negra II)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt