Tercera Parte: Nuevos reyes XIX

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AMUNET

Badru regresó con confianza en sí mismo y un cuerpo erguido: estaba orgulloso de sí mismo.

— ¿Lo conseguiste?

—Nunca estuvo en mi poder vencer ese miedo. Creo haberle dado una mano, pero ahora todo lo que queda depende de él, y ni tú puedes ayudarlo.

—Ya lo sé.

— ¿Qué deberíamos hacer mientras esperamos? —cambió de tema el muchacho.

—Averiguar qué nos hemos perdido.

Comenzaron a caminar, recorriendo e ingresando en todas las carpas que se topaban. Finalmente, encontraron a Hondo, que se hallaba junto a Menkaura y Zoser, los cuales parecían los integrantes de una seria conversación. Los dos primeros pusieron cara de susto, pero el nubio no parecía sorprendido.

—Mis hombres no mentían —susurró Hondo.

—Señora —dijo Zoser mientras se inclinaba y pronunciaba una palabra proveniente de sus tierras natales.

—Tenemos que hablar con Zaid Ziyad —agregó el otro espía.

—Ya lo hemos hecho —aclaró Badru.

— ¿Tú qué haces aquí? —dijo Auset de repente, saliendo de su escondite.

—Cumple su deber —intervino la heredera.

—Van a acabar con él antes de que pueda extrañar su casa.

La guerrera y Badru se dirigieron una mirada algo rara. Primero, gritaba un "te odio", mas luego tomó un aire de complicidad, como si ninguno de los olvidara un momento que vivieron.

Les contaron lo del ataque fallido y el plan actual. Amunet creía conocer la raíz del problema.

—Los esfuerzos que pongan para obtener una victoria serán inútiles: los dioses nunca les permitirán ganar si Zaid Ziyad y yo no hacemos la fusión; eso es lo que quieren.

—Entonces fusiónense.

—No es tan sencillo, Auset.

—Nunca lo es. Necesitamos que sea ahora, antes de que partamos.

—Zaid Ziyad no está listo.

— ¡Pues que lo esté!

—Tranquila, Auset —le murmuró el hombre de tez negra.

—Tú tampoco estás lista, Amunet, aún estás cansada.

La lógica diría que sí, pero no estaba segura. Es decir, no se sentía mal.

—Amunet, ve a hablar con Zaid Ziyad —le pidió el líder.

A pesar de que no iba a obedecerlo porque consideraba que no podía interrumpir la reflexión de su aliado, asintió. Cuando salió de la tienda, notó que Badru no la acompañaba.

—Por Isis, Badru...

— ¿Qué sucedió con Bubastis? —oyó que el aludido preguntó.

A una gran velocidad, Amunet se colocó a su lado para escuchar la respuesta. No sabía de dónde había surgido la pregunta, aunque tenía coherencia formularla: si estaban acampando allí, no era sólo porque se imponían al avance enemigo para poder combatir de frente, sino que ya no les era posible estar en otro sitio.

—Ya es tarde para salvar Bubastis —dijo Menkaura.

— ¿Al menos saben lo que pasó? —cuestionó Amunet — Me refiero a todo lo que pasó.

—No, pero...

—Es obvio que van a destruir nuestra ciudad y no dejarán nada que pueda salvarse —lo interrumpió la otra mujer en la conversación.

—No creo eso. Badru estuvo con ellos, nosotros mismos vimos cómo quedó Avaris. No van a acabar con una ciudad tan importante y no van a matar a todas las personas que vean; ¿a quién gobernarían entonces?

—A su propia gente, pueden venir más.

—Sí, pero ellos no saben cómo funciona el país, y no olvides que Egipto tiene extensas tierras. Tardarían décadas en cubrirlas, mas, para ese entonces, la agricultura y el ganado habrán sido descuidados. Nos necesitan. Quizás nos maten a todos, pero no ahora.

El carácter de las dos mujeres siempre había chocado por su similitud. Sin embargo, la heredera de Isis ya no era la misma: ya no tenía la necesidad de discutir a los gritos y con insultos. Se daba por sentado que jamás hablaría con un tono totalmente amable, pero no levantaría arena a propósito.

—Vámonos, Badru.

Mientas ambos caminaban bajo las diferentes luces del cielo, su acompañante le dijo:

— ¿Qué vamos a hacer ahora?

— ¿Crees que Seneb tenga algo para decirnos?

—Sabes de sobra que si quiere comunicarnos algo, él vendrá a nosotros.

—Lo sé. Es sólo que... siento que nos estamos saltando cosas importantes.

—Tranquila, todo saldrá bien.

Entonces, Badru estiró una de sus manos y le acarició el brazo. Instantáneamente, la muchacha la corrió con delicadeza y le dedicó una sonrisa falsa.

— ¿Puedes controlar tus emociones? No hay tiempo para esto ahora.

—Lo siento...

Amunet sintió una presión en el pecho y no pudo evitar bajar la cabeza. A ella también le dolía, mas no había nada que pudiera hacerse.

—Sabes de sobra que no somos más importantes que todo Egipto.


Eclipse Rojo (Luna Negra II)Where stories live. Discover now