Tercera Parte: Nuevos reyes VII

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AMUNET

—Toma asiento —le dijo Isis.

Obedeció a la diosa y se acomodó. Frente a ella había un juego de Senet flotando en el aire a pesar de que debajo de él había una mesa.

—No sé jugar muy bien —protestó —. No he tenido con quien practicar, sinceramente.

—No es necesario. Ya verás qué fácil que es.

Isis tiró las tablillas y movió una ficha dos casilleros. La caja era de un color turquesa y, el tablero, marrón oscuro y blanco. Amunet era los conos y, su oponente, los cilindros. Eso y que al caer en el Nilo se retrocedía demasiado para su gusto, era lo único que recordaba. Había visto a mucha gente jugar y poco había entendido. En realidad, la observación no le bastó porque nunca puso interés.

Arrojó ella también las tablillas y avanzó. Pronto, la partida se fue dando de forma natural y notó que no era tan complicado, aunque no impedía que le continuara resultando aburrido.

—No te diré por qué estás aquí ni qué es este lugar, pero me gustaría saber qué piensas tú.

Amunet enumeró mentalmente la suficiente cantidad de insultos como para quedarse corta con los dedos de las manos y de los pies. Ya estaba comenzando a perder la paciencia.

— ¿Para qué?

—Sólo responde, Amunet.

—Esta bien —aceptó con amargura —. De alguna manera, fallecí y estoy a mitad de camino para encontrarme con Osiris. Y supongo que estoy aquí porque quieres decirme lo decepcionada que estás.

—Estoy decepcionada ahora. ¿Realmente crees que tu destino ha llegado a su fin?

—Estar hablando con la diosa que tanto me ha evitado sugiere eso.

—Es más sencillo llegar a la conclusión de que los dioses te abandonaron, ¿cierto?

—Si no me das más pistas y ya no contestas mis preguntas... No sé qué pretendían conmigo. Nunca los entendí y jamás lo haré.

—Sí respondí, ¿o acaso no conoces a Seneb?

— ¿Qué tiene que ver Seneb en todo esto?

—Kafele y tú no son los únicos elegidos por los dioses.

—Entonces admites que la leyenda es cierta.

—No cambies de tema.

—Pero...

—Y también está Badru —prosiguió como si nada —. Recuerdas a Badru, ¿cierto?

En un instante, todas las vivencias que habían pasado juntos se mostraron ante sus ojos. Los momentos en que la había herido se marcaron con firmeza y se superpusieron al resto.

—Desearía no hacerlo.

— ¿Sabes que si deseas algo con todo tu corazón y le ruegas a los dioses, se cumple? Hemos oído tus oraciones, pero ninguna era sincera. Si quisieras, ni siquiera te enfadarías al escuchar su nombre, mas no es así.

— ¿Qué estás sugiriendo? —dijo la heredera con tono amenazador.

—Que acabo de ganarte.

En efecto, Isis acababa de derrotarla en el Senet, pero apostaba su casa y todas sus riquezas a que también se refería a la discusión.

Amunet, enfadada, tomó las piezas y volvió a colocarlas en la posición que correspondía. No importaba que ese juego fuera lo más aburrido de Egipto, no se conformaría con el último puesto. Sin embargo, en cuanto apoyó la segunda ficha, el tablero entero se desvaneció en el aire, al igual que las sillas. La diosa anduvo con una elegante presencia, mientras la humana se recuperaba de la caída al suelo. Al parecer, tardó bastante, pues, apenas repuso su postura y compostura, la figura femenina se había convertido en una imagen borrosa tras la niebla.

— ¿A dónde vamos ahora? —le gritó mientras la seguía.

—Al inicio.

Eclipse Rojo (Luna Negra II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora