Segunda Parte: Viejo y nuevo XXI

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KAFELE

El viaje era duro, pero le quedaban los últimos dos trayectos por recorrer: su hermano y su padre.

Volvió a acabar con su hermano y continuó después de haberse colocado el colgante.

Avanzó con pasos firmes y silenciosos. La noche era tranquila, pero él la había convertido en un torbellino de emociones fuera de control. Sí, estaba fuera de control y era capaz de hacer cualquier cosa en ese momento. Cualquier cosa mala.

Oyó voces en su interior y sintió escalofríos. ¿Por qué habría de temer? Mas Kafele conocía con detalles la procedencia de esos sentimientos: no podían ser más que la ansiedad de toda una vida acumulada en un sólo momento. Luego de eso, su verdadera vida podía comenzar.

La puerta del cuarto en cuestión estaba abierta, como era habitual, pues su padre se quejaba todo el tiempo de que hacía demasiado calor para su gusto, incluso cuando Ra ya no se encontraba en el cielo.

Las dos respiraciones eran profundas y pausadas, propias de quienes dormían hace rato. Con dos se refería a su padre y a su amante momentánea. Por todos los dioses, cómo odiaba a todas las mujeres que pasaban por su casa para complacer a su progenitor. Y, por suerte, se había encargado de revisar que ninguna de ellas había quedado embarazada. De todos modos, tendría que matar a la que estaba frente a sus ojos porque quería un momento íntimo con su padre.

Se conectó con el cuerpo de la muchacha como lo hacía con los animales y penetró en su mente para acabar con ella desde adentro. Esa había sido la primera vez que lo intentaba con un humano, y no le resultó tan sencillo como esperaba. Requirió una gran concentración de su parte y un silencio inquebrantable.

Tras muchos ataques, consiguió explotar varias arterias de su cerebro, y oró por que fueran importantes en el funcionamiento de su organismo.

Entonces, se acercó a su víctima y, básicamente, le saltó encima y lo tomó por los hombros para que fuera incapaz de escapar en cuanto abriera los ojos.

—Suéltame, niño inmundo.

En efecto, su padre estaba ofreciendo mucha resistencia, pero el sueño era una simple desventaja que lo mantenía en una posición subordinada.

Rechinó sus dientes y arrugó su frente mientras repetía que lo soltara.

—Oh, querido padre, sólo somos tu y yo ahora. No queda nadie más. Nadie puede oírte, pero ¿sabes qué? Tú sí puedes escucharme a mí. ¿Has llevado la cuenta de cuántos años me has tratado como un leproso, o cuántas veces me has golpeado en la cara y me has hecho sangrar la nariz porque había dicho algo que te desagradaba, por ser, simplemente, el hijo maldito de la preciosa familia heredera de Ra, que no hace más que matarse entre sí? Sí, fingen y exclaman que son unidos, pero lo único que les interesa es ver quién puede controlar mejor al colgante, ¿o me equivoco? 

»Me catalogaste de inservible, de fraude... ¡Y mírame ahora! ¡Mírame, he dicho!

El hombre, que hasta el momento había mantenido su atención apartada, finalmente comenzó a comprender que no le resultaría tan sencillo.

—Así me gusta. ¿Ves a esta sanguijuela? Esta sanguijuela ha acabado con la mitad de una familia durante dos años enteros, planeando cada movimiento y cada estrategia para que nadie sospechara —continuó implementando un tono de voz cada vez más elevado y más fuera de control—. Crear el plan fue difícil, mas llevarlo a cabo, para nada. No tienes idea de la satisfacción que me produce poder asesinarlos a todos ustedes, que no supieron apreciar mi potencial. 

»Dime, padre. Dime si ves a ese cerdo que creías tener por hijo.

Él no lo notaba, pero la mandíbula le temblaba y las lágrimas caían por sus ojos. No era de los que se entristecían, aunque la acumulación de tantos sentimientos negros durante toda una vida era una justificación más que suficiente.

— ¡Dímelo! —chilló perturbado.

—Tú... tú... no sé quién eres —contestó en susurros.

—Oh, ¿es que ya no parezco un cobarde entrometido?

—No...

— ¿Es que el nombre Kafele ya no me queda bien? ¿Te arrepientes de haber elegido ese nombre junto con mi madre, de haber marcado mi destino?

Su presa estaba pálida y parecía no respirar con normalidad. Aún no olvidaba ni un pequeño detalle sobre esa noche.

—Tu madre nunca tuvo la culpa... de nada. El único responsable por haber criado a este monstruo soy yo. Te has salido del camino, ya no quedan otros herederos y tú...

— ¿Y yo qué?

—Tú, simplemente, no... no eres el indicado.

— ¡Eso no puedes saberlo!

—Pero no lo eres.

—Te equivocas. Siempre te has equivocado, pero, al menos, pensé que tendrías la decencia de admitir lo obvio.

—No me arrepiento de nada, sólo de haberte engendrado, pues serás la perdición de nuestra sangre.

—De tu sangre, querrás decir.

—Kafele, no...

Pero ya era demasiado tarde: la daga ya estaba clavada en lo más profundo de su estómago.

—Ni siquiera me consideraste un hijo —Hundió nuevamente la cuchilla—. Nunca dijiste: "Hijo, ven aquí" —Otra puñalada—. Siempre: "Kafele, Kafele, Kafele".

— ¡Qué Ra acabe contigo pronto!

Esas fueron sus últimas palabras. Todo lo que siguió después fue descargar la violencia reprimida incontables veces de diferentes maneras.

Luego, incendió la casa con un cadáver que lo reemplazaría, para que nadie lo buscara y pudiera comenzar, sin molestias, su nueva vida. Sin embargo, ¿el hombre que salvaría Egipto era un psicópata asesino? No podría serlo y, de hecho, no lo fue, gracias a Seneb.


Eclipse Rojo (Luna Negra II)Where stories live. Discover now