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La temperatura seguía bajando. Seokjin veía aterrado el calendario anticipando la fecha límite de pago de renta. Los días iban demasiado rápido y ellos aún no tenían ni la mitad del dinero.

—Creo que es hora de llamar a nuestros padres —dijo con desesperación, aunque llamarlos significara tener que aguantar sus "te lo dije" o sus dolorosos "eres una decepción".

—¡No! —Taehyung arrojó la montaña de ropa en la que se había enredado en un intento por mantenerse cálido—. ¡Ya es suficiente, iré a prostituirme!

—No sabes lo que dices —resopló Seokjin, temblando de frío mientras encendía la parrilla eléctrica para calentar un poco de agua para el té—. Hasta aquí llegamos, Taehyungie. Ya no podemos seguir haciéndonos los fuertes. Sabíamos desde un principio que venir aquí era incierto; Seúl no es una ciudad donde vivir sea fácil, todo es costoso.

Taehyung se envolvió un pantalón de mezclilla a modo de bufanda y se acercó a su amigo.

—¡No hay que darnos por vencidos! —suplicó, su voz ligeramente temblorosa—. ¡Estoy seguro de que en el futuro recordaremos esto y será muy gracioso!

—Bueno, no está resultando muy divertido ahora.

Era cierto, pero regresar a casa implicaba tantas cosas, cosas malas para ambos. Ellos venían de un pueblo pequeño y arcaico en donde los matrimonios arreglados eran una penosa realidad en pleno siglo XXI. Seokjin estaba a punto de contraer matrimonio por arreglo de sus padres con una chica local cuando decidió seguir la loca idea de Taehyung y fugarse a la ciudad.

Por su lado, el menor era maltratado por toda su familia. Al ser el pequeño, sus padres, hermanos, primos, tíos e incluso desconocidos lo trataban como una plaga. Después de la muerte de sus abuelos, quienes eran los únicos que lo trataban con cariño, Taehyung decidió que era mejor huir.

Llegar a Seúl nunca fue la mejor opción, pero una vez estando ahí ambos se sintieron libres, decididos y felices por primera vez en mucho tiempo. Claro que en ese momento la realidad era otra.

Seokjin colocó la tetera con agua sobre la parrilla eléctrica y justo en ese momento, la luz se apagó.

—¿Es broma? —cuestionó Taehyung con voz frágil.

El mayor corrió a la ventana sólo para darse cuenta, con pesar, que efectivamente el apagón sólo era en su departamento.

—Nos han cortado el servicio —suspiró Seokjin.

Taehyung abrió y cerró la boca sin ser capaz de decir nada. De pronto se puso en pie, tomó una chaqueta, la más gruesa que encontró, y se encaminó a la puerta.

—¿A dónde crees que vas? —lo detuvo Seokjin.

—Conseguiré el dinero que necesitamos —sentenció Taehyung y se acercó a la puerta principal.

Seokjin no dudó ni por un momento que su amigo fuera a cometer una locura por lo que le cerró el paso. Usó la sombrilla, que todavía guardaba colgada a un lado de la puerta, abriéndola para crear una barrera.

—No saldrás de esta casa hasta que no entres en razón —advirtió.

—¡Pero, hyung! —Taehyung hizo un puchero—. ¡Ya no quiero que tú sufras! Fui yo quien te trajo aquí, es mi responsabilidad sacarte de pobre.

A Seokjin le habría parecido tierno de no ser porque Taehyung tenía la nariz tan roja por el frío que resultaba divertido.

—Ya sé —habló el mayor, cerrando la sombrilla—. Ambos iremos.

Taehyung parpadeó sorprendido. Seokjin sabía lo que se venía, estaba a punto de hacer algo que se había prometido jamás intentar y no estaba seguro de que resultara. Se dice que hacer cosas prohibidas hace que te sientas libre y poderoso, capaz de cualquier cosa... pero Seokjin no sentía nada de eso.

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