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Taehyung tenía la nariz roja de tanto llorar cuando por fin Seokjin logró hacer que entrara a la regadera. El rostro del menor ya era el que recordaba: sin maquillaje ni peluca volvía a ser simplemente un chico lindo y adorable.

—No creo que me ponga a hacer nada malo —dijo Seokjin cuando cepillaba con cariño el cabello castaño claro del otro.

—Es mi culpa —sollozó Taehyung—. Esto se siente como estar en una jaula de oro.

Seokjin sonrió, pero para ser justos, en verdad se sentía muy parecido a algo como eso. Escuchó que alguien llamaba a la puerta con tres suaves toques.

—Adelante.

El chico pelinaranja asomó al interior. Sus ojos recorrieron a ambos y luego toda la habitación sin perder un segundo. Seokjin imaginó que esos hombres estaban acostumbrados a buscar algún tipo de amenaza en todas partes.

—Les traje ropa —anunció el joven hombre y dejó un par de bolsas en la cama—. El jefe dice que bajen en cuanto estén listos.

El muchacho desvió la mirada a Taehyung centrándose en él más de lo necesario, éste no pudo evitar estremecer. Seokjin asintió y el pelinaranja salió en silencio llevándose su imponente presencia con él. Las manos temblorosas de Taehyung alcanzaron las bolsas de ropa y hurgó al interior con lentitud.

—Todo es nuevo —mencionó cuando sacó un pantalón y vio que todavía tenía etiqueta.

Seokjin miró en dirección a la ventana. Al parecer la lluvia había terminado así que probablemente habían enviado a alguien a comprarles un poco de ropa. Se sintió preocupado pues poco a poco el monto que tenía que pagar iba aumentando.

—Vístete y vamos, no quiero más problemas con ellos.

Taehyung obedeció.

—¿Comida cantonesa de nuevo? —murmuró Sehun, el menor del grupo, cuando brincó para tomar su lugar en la mesa

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—¿Comida cantonesa de nuevo? —murmuró Sehun, el menor del grupo, cuando brincó para tomar su lugar en la mesa.

—Si no te gusta puedes empezar a aprender a cocinar —gruñó Changkyun, un pelinegro de nariz afilada y mirada severa. Murmuró un insulto y se llevó una buena cantidad de comida a la boca.

Sehun suspiró esbozando un puchero y tomó su ración sin rechistar. Todavía recordaba que la última vez que intentó cocinar terminó con los dedos heridos, la cocina casi incinerada y la carne que había hecho tenía un desagradable sabor a carbón.

—¿Y los travestis? —preguntó Mingyu, un hombre de sonrisa engañosa, apareciendo con el torso desnudo y el cabello húmedo echado hacia atrás. Los tatuajes de sus hombros, luna y sol, deslumbraban bajo la luz artificial ya que acababa de retocarlos unos días antes.

Jooheon, el pelinaranja, le lanzó una mirada apretando la mandíbula.

—No los llames así —pidió.

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