Capítulo 49

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Ni bien Rosé vió a su novia salir del edificio con los ojos rojos, el entrecejo fruncido y Leo entre sus brazos, supo lo que había pasado, por qué Jisoo le había pedido subir primero ella sola.

La pelinegra parecía estar furiosa, y por ende Rosé decidió ignorarla y darle un momento a solas mientras ella iba a chequear a su mejor amiga.

Jisoo se sentó en las escaleras, siempre con Leo en sus brazos, y Rosé ingresó al edificio.

El cuerpo entero le temblaba, y mientras el ascensor subía los 23 pisos del edificio el cual también era su hogar, no podía hacer más que pensar y pensar.

¿Y si Jennie la echaba? Supo que entre ella y Jisoo algo violento había ocurrido, no supo qué, pero Jisoo no lloraba fácilmente, y Jennie acababa de hacerla llorar.

Las puertas del ascensor se abrieron, y caminó a paso lento hasta quedar frente a la amplia y blanca puerta de su departamento. Esperó unos segundos allí y luego tocó el timbre, sin darse cuenta de lo raro que aquello se veía pues, estaba pidiendo permiso para entrar a su propia casa, la que su padre y el padre de Jennie habían comprado para ellas.

La puerta se abrió, y allí apareció la morena. Estaba distinta, de repente era como una extraña para la australiana.

Jennie tenía el pelo suelto y bastante alborotado, nada estético —cosa que para la morena era algo vital, los círculos oscuros debajo de sus ojos eran muy evidentes y contrastaban con su blanca y claramente deshidratada piel. Sus ojos estaban muertos, no reflejaban nada. Así la miró a Rosé, con desinterés.

—Hola, Jennie —habló la australiana, mostrando una sonrisa milimétrica y forzada. Jennie no reaccionó—. Pensé que sería bueno que...no lo sé...¿habláramos? —pobre Rosé, en verdad estaba nerviosa, si hasta le temblaba la voz.

Jennie se dio la vuelta dejando la puerta abierta, cosa que Rosé tomó como lo que era: una invitación para que la siguiera.

Jennie se sentó en el sofá y Rosé técnicamente corrió a su lado, tomando asiento un tanto incómoda en su propio hogar.

—¿Cómo estás? —preguntó, reflejando en sus brillosos ojos honesta preocupación.

Jennie siempre mantenía sus miradas en contacto, casi sin pestañear, inconscientemente mostrando lo débil que estaba. En varios sentidos.

—Bien —respondió. «Estoy bien, pero ¿merezco estarlo?»

—No te ves bien, Jen —replicó Rosé casi sin pensarlo.

Jennie no se veía bien y, al contrario de lo que ella pensaba, tampoco lo estaba.

Habían jugado con ella, la habían usado, pero ella aún no lo sabía.

—Gracias —rió sin gracia.

—Te lo digo enserio, Jennie, te ves muy delgada, y mira tu cara, tu piel...¿estás durmiendo con normalidad? ¿bebes agua? ¿te estás alimentando bien? —«¿Te estás alimentando?»

Los pequeños —más pequeños de lo normal— ojos de Jennie se cristalizaron, y Rosé supo que no había nada más que preguntar. Solo quedaba abrazarla. Y lo hizo, rodeó su delgado cuerpo con sus brazos y la abrazó con fuerza, tal y como Jennie lo había hecho con ella siempre que la necesitó.

Jennie comenzó a llorar, humedeciendo el hombro de su australiana mejor amiga.

—¿Por qué lo hice, Rosé? —se mortificaba, abrazándose con fuerza a la menor, liberando todo eso que guardaba dentro suyo, en forma de lágrimas, de llanto.

Aphrodite [JenLisa]Where stories live. Discover now