Capítulo 80 - Simplemente amor

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Temporada 3 - Capítulo 20

Can llegó a la propiedad de Mihriban bien entrada la noche. Bonita tarde la escogida para el gran desfile benéfico, la víspera de la gran Noche de las Brujas. El día había sido agotador. Tuvo que pedirle a Emre que acompañara a Leila y a Sanem a casa porque a él aún le quedaba por recoger. La suerte era que dos semanas antes, Cey-Cey se había presentado por fin con Ayhan y se había incorporado al trabajo. No tenía la memoria fotográfica de Sanem pero sí que servía lo mismo para un roto que para un descosido y su ayuda, junto a la de Deren, fue inestimable para sacar todo el trabajo adelante.
Sanem había estado dos días antes en monitores, en sus controles habituales, y el ginecólogo que le estaba realizando el seguimiento le había indicado que tenían que empezar a pensar en un parto programado. Les había asegurado que eso era mucho mejor que esperar a que fuera natural y se encontraran con varias dificultades. Un embarazo múltiple, como era el caso, estaba abocado a una cesárea si no se querían correr riesgos innecesarios.
Cada vez que lo pensaba, era más consciente de la enormidad de lo que se les venía encima. A veces envidaba a Emre, él sólo se tenía que preocupar por dos cuando él lo hacía por cuatro.
Entro en la casa por la puerta de acceso desde el jardín y atravesó el salón dejando desperdigadas las bolsas con las cámaras y su chaqueta. Antes de entrar al dormitorio hizo una parada en el baño. Al entrar sonrió. Sanem le había dejado un chándal y una camiseta sobre el lavabo además de unos calzoncillos. Al ver la prenda interior, no sólo escuchó su risa sino también la de su némesis.
(«Encanto, mi chica no deja nada al azar.»)
Y de nuevo su escandalosa risa mientras él se quitaba el jersey y lo lanzaba hacia el lugar del que provenía la voz.
(«¿Eres consciente de que has fallado?»)
-¿Eres consciente de que encontraré la manera de deshacerme de ti?
(«Pues no sé cómo vas a lograrlo. Sinceramente, ni yo misma sé cómo he terminado asociada a ti y desligada de ella. Igual mañana, el día en el que se abre el velo, podamos hacer que todo vuelva a su lugar. No me siento nada cómoda contigo. No me quieres nada.»)
-Huy, sí que te quiero, quiero estrangularte, te lo aseguro -dijo al tiempo que se bajaba los pantalones. ¿Te importa? Me gustaría que desaparecieras al menos durante quince minutos, ¿es mucho pedir?
(«¿Y perderme la diversión y el magnífico espectáculo que representas? Estás de coña, ¿verdad?»)
-Saaanem -dijo entre dientes.
(«Caaan. Por cierto, ¿por qué me llamas ahora por el nombre de ella? No me gusta nada. Puedo ser su voz interior pero eso no significa que no tenga entidad propia.»)
-Eres peor que un grano en el culo.
(«Curioso, nunca te he visto ninguno.»)
Can se quitó la camiseta y la tiró al suelo. Se pensó muy mucho el bajarse los calzoncillos. Por mucho que la voz de Sanem fuera alguien intangible... estaba claro que tenía ojos y oídos. Y no era por nada, no le importaría desnudarse delante de su hermano o de cualquier otro tío pero no podía hacerlo a sabiendas de que la voz de ella estaba presente. Le coartaba una barbaridad.
-¿Te importa?
(«Vamos, machomán, que ya te he visto el trasero más de una vez. No te cortes. Además es un lindo espectáculo el que ofreces por la retaguardia.»)
-Eres imposible.
(«E incorregible, dulzura, que no se te olvide.»)
Can entró en la ducha con los calzoncillos. Alargó la mano para abrir el grifo y, justo en ese momento, su smartphone comenzó a sonar. ¡Maldita sea! ¡Con el frío que hacía e iba a tener que cruzar media casa para atender la llamada!
Agarró la primera toalla que encontró, una de rayas horribles y corrió hacia su chaqueta. No le dio tiempo a llegar. Sanem descolgaba ya cuando él apareció en el salón.
-¡Hola, Akiz! -silencio-. Sí, claro, te lo paso.
-Dime -soltó Can nada más llevarse el teléfono a la oreja-. Sí, genial. -Can escuchó con atención antes de contestar-. La valla del camino entre el barrio de Sanem y mi antigua casa. -De nuevo silencio-. Genial. Nos vemos. Y... gracias, Akiz, te vuelvo a deber una.
Can colgó y tiró el móvil sobre el sofá antes de centrar la vista en su mujer.
Akiz tenía razón, ni el embarazo había opacado la luz que irradiaba de su rostro. Lejos de apagarla parecía haberla intensificado.
Sanem se acercó a él y agarró el borde de la toalla que envolvía las caderas de Can.
-Has entrado como un elefante en una cacharrería.
-Hace frío y estoy molido. Necesito una ducha caliente -dijo al tiempo que se acercaba a ella y depositaba un beso sobre el puente de su nariz.
-Hace frío y yo me estoy congelando -comentó ella.
-Sé de qué manera hacerte entrar en calor -dijo de manera sugerente al tiempo que ponía las manos en las anchas caderas de su mujer.
-Muy gracioso. Ahora mismo necesito un masaje en los riñones y mimos.
-Dame tres minutos y te prometo que obtendrás lo primero y buena cantidad de los segundos.
Can se dio la vuelta y casi tropieza con sus propios pies. Sanem soltó una carcajada y lo siguió hasta el baño. Se sentó con cuidado sobre la taza del váter mientras se llevaba una mano a la espalda y se frotaba la zona anteriormente mencionada. Can escuchó primero el quejido y luego un suspiro de alivio.
-¿Te encuentras bien? -preguntó mientras se deshacía de la toalla.
-Sí, claro.
-No lo pareces por el quejido que acabo de escuchar -dijo Can metiendo ya la cabeza bajo el chorro de agua caliente.
Sanem miró hacia el interior de la ducha y frunció el entrecejo.
-¿Desde cuando te duchas con los calzoncillos puestos? -dijo mordiéndose los labios-. ¿No te parece que es un poco antihigiénico?
Can masculló una grosería y se dio un tirón de los calzoncillos antes de empezar a desafinar bajo el agua. Cualquier cosa con tal de no escuchar las burlas de cierta voz afincada en su cabeza.
-Can, no hay previstas lluvias para mañana, pero como sigas destrozando esa canción seguro que nos cae un diluvio.
-No todos tenemos la suerte de ser un pájaro cantor como tú ni tener la exquisita voz de tu hermana. Algunos somos simples mortales.
(«Si tú eres un simple mortal, yo me como un sombrero.»)
Can aprovechó que tenía la mano llena de gel para intentar taparse sus vergüenzas.
(«Cariño, se te olvida que esos impresionantes atributos ya han sido visto por una servidora.»)
Can atrapó la toalla que había dejado colgada sobre el cristal de la mampara y se envolvió con ella sin enjuagarse.
-¿Se puede saber qué te pasa? -preguntó Sanem cuando lo vio salir con los cabellos chorreando pegados a la cabeza y con espuma por todas partes.
-Nada. Ya no se puede duchar uno tranquilo. Estoy deseando que pases por el paritorio a ver si tu ente deja de verme.
Can espero algún tipo de respuesta mordaz por parte de la voz de Sanem pero esta no dijo ni mú.
-Es curioso que digas eso. Hace semanas que no la escucho en mi cabeza. ¿Tú sí? -preguntó con la sonrisa torcida mientras Can se secaba como podía sin deshacerse de la toalla-. En serio, Can, estás muy raro. ¿Qué estás haciendo? -preguntó cuando le vio intentar ponerse los calzoncillos con la toalla puesta.
-¿Qué crees que estoy haciendo?
-Creo que estás haciendo el ridículo. ¿Se puede saber por qué no te has quitado la toalla para ponerte los bóxers?
-No quieras saber la respuesta a esa pregunta -dijo conectando el secador de pelo al enchufe y dejándolo sobre el lavabo.
Can se deshizo por fin de la toalla y se puso a toda prisa la camiseta. Se puso los pantalones del chándal y luego la sudadera. Al conectar el secador éste no funcionó.
-Anda, trae para acá, ya te lo seco yo -dijo Sanem mirándolo con el ceño fruncido. ¿Acaso tenía alguna marca indecente que ocultar? ¿Era por eso que actuaba tan raro?-. Con el humor que tienes hoy seguro que acabas estropeándolo -comentó al tiempo que en su cabeza se vislumbraban escenas de los más perturbadoras con cierta modelo de cara acartonada.
Can le alargó el secador y se sentó a sus pies. Sanem pulsó el botón de encendido y el secador emitió un sonido estable amortiguado por el silenciador incorporado.
Sanem sostenía el secador con la izquierda mientras con la derecha le iba separando mechones y secando sus largos cabellos de la raíz a las puntas. Si alguna vez decidía cortárselo lo iba a echar mucho de menos. Esos mechones de pelo oscuro con vetas rojizas salpicadas eran como hilos de seda.
Can comenzó a cerrar los ojos. Estaba realmente cansado. Lo de menos era su trabajo. La maldición era lidiar con Arzu. La pulpo Arzu. Esa mujer era todo brazos. No quería volver a trabajar con ella en la vida.
-Cuéntame, ¿qué tal el desfile?
-La única que estuvo presente fue Defne, la diseñadora de zapatos. Öykü fue sustituida por Onem, por su suegra. Te juro que esa mujer sabe cómo sacarle partido a un diseño a través de la cámara. Jamás llegué a pensar que una diseñadora de moda jubilada iba a enseñarme cómo enfocar la cámara.
Sanem estaba intentando relajarlo lo suficiente para sonsacarle lo que realmente necesitaba. Can estiró el brazo, abrió el primer cajó de la derecha y extrajo un cepillo que le pasó a Sanem por encima del hombro. Sanem lo cogió y se quedó mirándolo por un momento. ¿Si lo golpeaba con la parte lisa del mismo lograría hacerle daño? Como no le gustara las respuestas que buscaba tenía la firme intención de hacer precisamente eso.
(«Cuidado, encanto, creo que acabas de darle un arma a Sanem y a saber qué puede hacer con ella. No mires, pero, si te golpea, que sepas que yo te he avisado. Me voy, no quiero ver la golpiza. Ándate con pies de plomos con lo que le cuentas. Ahí te quedas.»)
(Será... ¿Sería capaz? -pensó Can.)
Sanem se golpeó el muslo con la cabeza del cepillo y sonrió de manera torcida mientras intentaba volver a aplacar a Can con caricias ya que de pronto sintió que se tensaba.
-Dime una cosa, amor -dijo muy suavemente mientras pasaba con delicadeza las púas del cepillo por los cabellos de Can-, ¿estuvo Ayaz allí?
-Sí, acompañó a su madre. Al parecer su suegra se había quedado haciéndole compañía a su mujer por si necesitaba algo y tuve pegado todo el tiempo al hermano pequeño de Öykü. Creo que le interesa la fotografía.
(Más bien las modelos que estaban al otro lado de la cámara -pensó Sanem mordiéndose el labio.)
Can suspiró, cerró los ojos, deslizó su cuerpo sobre el suelo y apoyó la cabeza en el regazo de Sanem. Estaba realmente cansado. Se podría quedar dormido allí mismo para toda la eternidad sintiendo el cepillo deslizarse por sus cabellos mientras éstos eran agitados por el aire que emitía el secador.
Sanem sintió el vello crespo de la barba de Can sobre su muslo incluso a través de su camisón y todo el recelo que sentía sobre la velada de la gala benéfica se esfumó. Depositó el secador sobre el suelo y también abandonó el cepillo sobre la tapa de la cisterna. En cuanto tuvo las dos manos libres, las introdujo entre los cabellos de Can y comenzó a masajearle la cabeza. Can besó su rodilla y Sanem sintió un tirón de anticipación. Can giró la cabeza y la miró. Sus ojos de gacela estaban entrecerrados, respiraba por la nariz de manera un tanto agitada y los dientes superiores mordían su labio inferior, un labio que él estaba deseando atrapar entre los suyos y retenerlo allí. ¿Alguna vez dejaría de desearla con tanta desesperación? Durante muchos meses se había tenido que contener, había intentado no acercarse siquiera demasiado a ella pese a que lo que más ansiaba era encerrarla entre sus brazos y dejarse llevar por el deseo que sentía. Durante un año había anhelado hasta el aire que respiraba y durante semanas tras su vuelta no había podido evitar sentirse aún más perdido. Pero ahora estaba ahí, al alcance de su mano, un sueño real como la piel que acariciaba sobre el algodón que ceñía sus caderas. Besó su abultado vientre y subió más arriba buscando sus labios para recrearse en lo que tan sólo unos segundos antes había vislumbrado en su mente. Al llegar a ellos, cuando estaba a sólo un hálito de sentirlo entre los suyos... Sanem se separó al tiempo que agarraba con fuerza su melena en su puño.
-¿A quién deseas? -preguntó en un susurro.
Can la miró y no pudo evitar sonreír de esa manera torcida tan suya.
-A ti -contestó sin dudar.
-¿A quién amas? -preguntó de nuevo Sanem sin dejar de mirar sus ojos leoninos.
-A ti.
-¿Con quién sueñas?
Can se puso de rodillas y se incorporó al tiempo que la instaba a acercarse más al borde del váter.
-Contigo. Siempre contigo.
En el momento en el que sus labios atraparon los de Sanem a la chica se le olvidó que estaba dispuesta a golpearle si la respuesta hubiera sido otra.

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