Capítulo 45. Hermanos

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Del capítulo anterior...

-Can -dijo Emre entonces-, ¿qué crees que dicen esas notas?
Can se frotó el rostro con ambas manos. Emre se fijó en el brillo del anillo de oro que llevaba su hermano en la mano izquierda bajo el anillo del albatros. Can volvió a mirarle. Can giró la cabeza y la dolida mirada de león se enfrentó con la espectante mirada aguamarina.
-No lo sé. No tengo valor para abrirlas. No sé si algún día llegue el momento en el que tenga el valor suficiente para descubrirlo.

...

Can se levantó y se dirigió al baño. Allí se quitó los pantalones y los calzoncillos mojados por la inmersión que había hecho, se duchó y se secó con la misma toalla que le había lanzado Emre minutos antes.
Salió del baño desnudo, con el pelo bien peinado y nuevamente recogido en un moño tirante y se dirigió hacia el pequeño catre atornillado al suelo del camarote. Levantó la tapa del canapé y rebuscó entre la ropa que allí guardaba unos calzoncillos secos y un pantalón deportivo.
Emre, mientras tanto, se había dedicado a secar el suelo donde Can había estado sentado y a enviar un par de mensajes.
-No sé cómo pudiste estar un año solo en esta embarcación sin más compañía que el silencio -dijo Emre-. ¿Nunca te planteaste volver?
Can bajó la tapa del canapé y se giró hacia su hermano.
-Cada día -dijo mirando al otro hombre a los ojos-. No podía vivir sin ella. Pero a cada milla que me alejaba, más fuerte era mi decisión de no regresar. Una cosa es la necesidad y otra la voluntad y mi voluntad en aquellos momentos se imponía a mi necesidad de volver.
-Muchas veces pienso en qué habría hecho yo en tu lugar. Dudo mucho que me hubiera ido. Leyla se ha convertido en mi ancla. Cometí muchos errores y ella siempre estuvo ahí, apoyándome. Ni siquiera fui consciente de que se me estaba metiendo bajo la piel. Su calidez tocó la parte de mi corazón que estaba congelada y derritió el hielo que la rodeaba. Su sonrisa me llenó de esperanza y sus ojos me transmitían la fortaleza de la que carezco.
»Cuando te marchaste todo se derrumbó. La primera fue Sanem, luego la agencia. La agencia me importaba una mierda. Me daba igual fallarte a ti o fallarle a papá a quien no podía fallarle era a ellas. Para Leyla y para mí, Sanem se convirtió en nuestra prioridad del día a día. No sabíamos cómo sacarla del pozo en el que se hundía más y más. Era una muñeca rota, desmembrada, que sólo respiraba porque su corazón seguía latiendo y seguía bombeando sangre al resto de órganos. Muchas veces pensé que éste también fallaría. Dejó de comer, apenas dormía y cuando lo hacía tenía pesadillas espantosas. Sus gritos nos despertaban a todos.
Can se había acercado a Emre mientras éste hablaba y había ocupado el lugar que había abandonado escasa media hora antes. Decir que se sentía culpable era quedarse muy corto pero a la culpabilidad también se le unía la ira. La ira por haber sido tan estúpido de ver lo que le habían querido mostrar y a esa ira se unía, además, la de no haber tenido la necesidad de indagar, de profundizar más en los hechos. Para él, el punto de inflexión había sido que ella le había pedido que se fuera. Ella lo pidió y él así lo hizo. Esperó un día entero en la cabaña a que ella apareciera. Pero ella jamás lo hizo. Ahora tenía otra versión de los hechos pero, el año de dolor, amargura y resentimiento por el que habían pasado estaba ya marcado a fuego en ellos.
-La soledad a veces es buena y otras no tanto -comenzó Can-. Los primeros días te sirven para reflexionar y después para intentar seguir adelante. -Can apoyó nuevamente la cabeza en la pared y giró el rostro hacia su hermano-. Usas los momentos en los que la mar está en calma para ir anotando lo que piensas y sientes y usas los momentos en los que la mar está picada para intentar sobrevivir. Cummings dijo una vez «Siempre nos encontraremos a nosotros mismos en el mar», el muy capullo tenía razón en parte, lo que no dijo es que «el mar sabe a nostalgia con un poco de sal» y la nostalgia nos hace hundirnos en la más profunda introspección. Analizas todos y cada uno de tus actos. Comprendí que mi intenso amor por ella me había convertido en un hombre rudo, posesivo y celoso, sólo tienes que ver lo que ocurrió con Fabri y más tarde con Yiğit.
-No me lo recuerdes -le interrumpió Emre-. Muchas de las cosas que hice fue por culpa de la que acabó siendo la mano derecha de Fabri. No sé cómo pude estar tan ciego para no ver el tipo de persona que era Aylin. Papá me lo advirtió muchas veces pero yo no lo veía... o no quería verlo. Al final, la maldición que le echó en la Ópera, el día del XL Aniversario, resultó cumplirse: Fikri Harika no aguantó un año. Nos fuimos a la quiebra.
Can sonrió con tristeza. Había sido testigo directo de aquello. Una Aylin altanera golpeando el pecho de su padre y diciéndole que en un año, Fikri Harika, sería tan sólo un recuerdo. Pero, al igual que el Ave Fénix del libro de Sanem, Fikri Harika había resucitado de entre sus propias cenizas. Llevaban poco tiempo de nuevo en liza pero habían logrado reunir a casi todo el equipo y habían rescatado a muchos de sus antiguos clientes. Galina y Orgatte habían sido de los primeros en volver con ellos.
-Bueno, eso ahora ya no viene al caso. Lo que tenemos es que mirar hacia adelante e intentar superar todas las trabas que se nos vayan presentando -dijo Can-. He vuelto a hablar con la señora Remide. Hemos concretado una reunión para dentro de dos días. Mi boda «oficial» será dentro de cinco. La llamé para invitarla, aceptó enseguida y el tema derivó hacia la agencia. Levent, por lo visto, se casó hace como un año y está encantada con su primer nieto.
Al oír mencionar a Levent, Emre estalló en carcajadas.
-¿De qué te ríes? -preguntó Can.
Emre estiró la mano derecha y golpeó con ella el muslo de Can mientras no paraba de reír.
-Emreee.
-Ay, hermano, que no te lo habíamos contado -dijo entre carcajadas-. Tanto que hemos hablado últimamente y de lo único que no lo hemos hecho es de los cotilleos familiares.
-Emreee.
-¿Sabes con quién se casó Levent? -preguntó intentando controlar la risa.
-Ilústrame -comentó Can con seriedad.
-¡Con «Bambi»! -soltó de sopetón Emre.
-¿Con quién?
-Con Gamze, hermano, con Gamze.
-Estás de guasa. Esos dos no pegan ni con cola.
-No estoy de broma -continuó el más joven de los Divit-. Ni siquiera sé muy bien cómo llegaron a conocerse esos dos. Ya me dirás, ¿qué tienen en común? ¿qué pudo ver «Bambi» en ese estirado?
Can se pasó las palmas de las manos por las mejillas cubiertas de vello crespo y se frotó los ojos.
-¿Alguna sorpresa más que me tengas reservada?
-Creo que Deren está enamorada -respondió-. Todavía no he logrado averiguar quién es el responasable del brillo de su mirada pero...
Can fue a responder pero una fuerte y jovial voz resonó en el camarote.
-Pues... espero ser yo -dijo Bulut al tiempo que se aproximaba hacia los dos hermanos con una botella de whisky en la mano-. Y espero también que merezca la pena el motivo por el que me hayas sacado de la cama a estas horas.
Bulut tendió la botella hacia un perplejo Emre y se sentó también en el suelo frente a los dos hermanos.
-Cuando el sorprendido de tu hermano cierre la boca podremos empezar a emborracharnos. Tenemos que celebrar una despedida de soltero en condiciones hoy sólo nos da para esto -dijo moviendo la botella de nuevo esperando que Emre la cogiera.
Emre miró de Bulut a Can y de Can de nuevo a Bulut. El recuerdo de una frase dicha en su oficina y a la que no le había prestado atención hace unos días fue como un mazazo. ¿No había insinuado algo al respecto Can?
-¡Menudo cabronazo! -dijo refiriéndose a su hermano-. ¿Lo sabías?
Can miró a Emre con su característica sonrisa torcida.
-Emre -dijo-, eres un tío genial para los números pero, si te sacamos de ahí, no ves tres en un burro.
Emre alargó la mano y, de un manotazo, arrancó la botella de la de Bulut. Se puso en pie y buscó tres vasos. Los llenó con el ardiente líquido ambarino y los repartió.
-¿Por qué brindamos? -preguntó Emre.
-Por sus trillizos -dijo Bulut-. A uno de ellos, en un futuro, querré matarlo pero eso no evitará que le quiera como a un hijo mientras tanto.
Emre miró desconcertado a Bulut y luego miró hacia su hermano. ¿Qué se estaba perdiendo? Le daba la sensación que en esa frase, dicha con toda la intención del mundo, había más significado de la chaladura que parecía haber escuchado.
-Por mis trillizos -dijo Can chocando el vaso con el de Bulut con una sensación enorme de miedo y desasosiego instalada en lo más profundo de su pecho-. Si alguna vez le pones la mano encima a mi Ateş prepárate para la paliza de tu vida.
-Lo que quiero -dijo Bulut con mucha seriedad- es que tu Ateş mantenga las suyas alejadas de tú bien sabes quién.

(¿Continuará?)

Erkenci KuşWhere stories live. Discover now