Capítulo 51. Lágrimas negras

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Del capítulo anterior...

-Sanem -dijo al fin Leyla-, a veces me das miedo. Hablas como si fueras una suerte de profeta.
-Quizás... -añadió Sanem ahora sí con una amplia sonrisa en sus plenos labios- es porque hay alguien que profetiza a diario sobre todos nosotros.

***

No bien había terminado de decir esa frase, el teléfono de Sanem comenzó a sonar por una llamada entrante. Sanem se metió la mano en el bolsillo de su vestido blanco y frunció el entrecejo.
-¿Prefijo +34? -le preguntó a Leyla extrañada.
-¡España! -exclamó Leyla- ¿Tu editora?
Sanem se encogió de hombros y aceptó la llamada contestando en un incipiente y dubitativo inglés*.
-Sanem Aydin, ¿dígame?
-¡Hola, Sanem! ¿Qué tal esos trillizos en el vientre de mami? -interpeló una voz al otro lado del teléfono.
Sanem comenzó a reír y las lágrimas que había refrenado hacía unos minutos comenzaron a correr sus mejillas arrastrando con ellas parte del rímel que se había aplicado en las pestañas aquella mañana.
-Veo que las noticias vuelan -dijo con la risa aflorando en sus palabras.
-¿Qué noticias ni qué noticias? -contestó la otra voz-. Lo vi anoche tan claro como que estoy pisando el suelo de mi tierra.
-¿No estabas en Irlanda? -preguntó Sanem con la sonrisa marcada en su cara.
Leyla le preguntó con la mirada quién era y Sanem movió los labios para indicarle de quién se trataba. La mayor de las Aydin miró hacia el cielo, sonrió mientras negaba con la cabeza y le hizo gesto con las manos para que pusiera el manos libres.
-Hola, Leyla -dijo la voz teléfonica.
-¿Cómo demonios sabes que estoy aquí y soy yo? -preguntó Leyla comenzando a reír.
-Porque desde aquí puedo presentiros. Cuida de ese león que viene en camino. No me hagas ir a Estambul y darte un tirón de orejas.
-La verdad, Mara, no tengo ni idea como vas siempre un paso por delante -contestó Sanem a quien el rímel le había dejado varios regueros negros en las mejillas a causa de la risa descontrolada.
-Hija mía, soy lo que soy.
-¿Dónde estás ahora mismo? No se oye ningún ruido.
Del otro lado del «hilo» telefónico llegó un suspiro.
-Estoy en los terrenos de mi tío, en Vélez-Málaga. Estamos terminando de replantar las parcelas de caña de azúcar. Ya tengo ganas de que llegue Semana Santa para degustar lo que aquí llamamos cañadú.
-¿Cañadú? ¿Qué es eso?
-La caña de azúcar. Mi tío Pepe me las cortaba cuando era niña. Aún soy capaz de recordar el dulce sabor en mis labios y cómo se me quedaban las hebras de la caña en mi boca. ¡Qué tiempos! Echo mucho de menos a mi tío Pepe y a mi tía Lola. Bueno, en realidad no eran mis tíos. Eran la hermana de mi abuelo y su marido; técnicamente eran los tíos de mi madre. Bueno, no te llamaba para eso. ¿Te llegaron las correcciones del guion? Sean está bastante enfadado con Osman, dice que tú llevabas razón.
-¡Pues claro que la llevaba! A mi Can no se le reconocía en ese Can. No lo hubiera reconocido ni la madre que lo parió. Aunque Hüma sepa poco de su hijo...
-Hüma sabe más de su hijo de lo que piensas -dijo Mara interrumpiéndola desde el otro lado de la línea telefónica-. Lástima que no vaya a asistir tampoco a esta segunda boda vuestra. Hazla volver para el nacimiento de los chiquillos. No rompas el vínculo que tendrá con ellos, con él en especial, como abuela.
Sanem parpadeó.
-¿Tienes un espía en mi casa?
-No, querida, nada de eso. En fin, olvídalo. ¿Te han llegado las últimas correcciones del guion?
-No, no lo tengo aún.
-Voy a tener que pegarle un tirón de orejas a este marido mío. Hizo rescindir el contrato de los guionistas y contratamos a la chica que nos sugeriste. La verdad, la tengo vigilada. Demasiado guapa para mi paz mental. Y Sean sigue siendo demasiado bohemio para mi gusto. Le tengo atado en corto pero...
Bueno, te dejo. Te llamaba sólo para preguntarte qué te habían parecido los cambios porque no lograba ver tu reacción.
Como siempre que hablaba con Mara, Sanem tenía que ir tomando notas mentales y luego armar el puzzle. La buena señora saltaba de una cosa a otra y era difícil seguirle el ritmo.
-Os dejo, mi mitad acaba de llegar y trae un aspecto lamentable. Lo de trabajar en el campo no es lo suyo. Por cierto, la morena del océano es mía. Ya lo entenderás.
Y sin más colgó.
Sanem se quedó mirando la pantalla boquiabierta.
-Está como una cabra -dijo Leyla rompiendo el silencio.
-Sí está muy loca, pero...
El sonido de la voz de Sanem se fue perdiendo. Apagó la pantalla del móvil y volvió a metérselo en el bolsillo.
-Creo que se me ha quedado el culo planchado de estar sentada sobre estos escalones de piedra. Volvamos a casa de Mihriban mientras aún sea hora del desayuno. Me muero de hambre y ésos seguro que se están dando un banquete -dijo señalando hacia el barco.
Apoyándose en la jamba de piedra, Sanem se levantó y tendió una mano a Leyla, ésta aferró la mano de su hermana y se levantó también. La mayor de las Aydin aún estaba plana, en cambio a Sanem ya empezaba a mostrar claros signos de embarazo. Párpados algo hinchados, labios más rellenos, la cara se le había redondeado, el busto lo tenía más prominente y su vientre, pese a que aún podía ponerse ropa ajustada era evidente que iba creciendo por días.
-Tengo un hambre canina -dijo Sanem echando a andar por el camino de piedra de vuelta a la casa grande-. Ahora mismo me comería una bandeja entera de baklava.
-Yo daría un brazo por una barrita de chocolate. ¿Crees que Mihriban tendrá alguna?
-No lo sé. Lo comprobaremos, asaltaremos su despensa.

-¿Habéis encontrado a los descarriados? -preguntó Mihriban cuando las chicas llegaron al patio trasero donde la mujer desayunaba.
-Sí, los hemos encontrado -respondió Leyla con tono seco.
Mihriban analizó el tono con el que Leyla había hablado y levantó una ceja.
-Sentaos y desayunad conmigo. No me gusta hacerlo sola -dijo Mihriban mientras observaba a ambas chicas-. Deniz y Muzzo lo hicieron en la cocina y ya se han marchado al mercado. Desayunad vosotras antes de salir para la agencia, tenéis tiempo. No son ni las ocho y media -dijo volviéndose y comprobando la hora en el reloj de la cocina que era bien visible desde su posición.
Mihriban volvió a centrar su atención en el rostro de ambas hermanas y los analizó, vio los regueros negros en la cara de Sanem y, sin decir nada, cogió una servilleta, la empapó en agua y se la tendió a la menor de las hermanas. Sanem se quedó mirando el paño blanco empapado y Mihriban sonrió.
-Cógelo y límpiate esos churretes negros antes de que alguien pregunte a qué se deben -dijo la mujer mientras desviaba la vista hacia el fondo del jardín y veía venir hacia ellas cuatro figuras. Sonrió. Dos de ellos tenían una pinta espantosa. Reconoció la figura de Deren encabezando la marcha y cómo Bulut no podía quitar la vista de la espalda de ella, bueno, la espalda por decirlo finamente, la realidad era que de donde no apartaba la mirada era del trasero de Deren. Vio como Emre hacía señas a los otros para que guardaran silencio y señaló con los dedos para que caminaran sin hacer ruido. Mihriban tuvo que contener una carcajada mientras ambas hermanas tomaban asiento. Leyla estaba alargando la mano para coger el bote de mermelada cuando sintió que la rodeaban con los brazos y la besaban primero en la coronilla y luego en el cuello. Leyla sonrió, giró la cabeza y besó el brazo de Emre. Alzó el rostro y no tardó en sentir un beso en la mejilla.
Por su parte, Can se había acercado a Sanem, se había situado detrás de ella y con el reverso de los dedos acarició la mejilla por suerte ya limpia del rímel corrido. Sanem se giró en la silla. Mihriban esperaba una de sus amplias sonrisas pero ésta no llegó. Lo que sí vio en los ojos de la chica fue una suerte de reconocimiento. Can se acuclilló a su lado y miró a su mujer.
-Estás cada día más hermosa -dijo Can acercándose a su rostro y besándola en los labios. Luego se levantó y volvió a besarla en una mejilla y, tras ese beso, tomó el rostro de ella entre sus grandes pero a todas luces delicadas manos y rozó la nariz de la chica con la suya. ¿Nadie más se daba cuenta de la hoguera que se había prendido en el ambiente? Mihriban tuvo que echarse un vaso de agua fresca y beber con rapidez para aplacar la llamarada incendiaria que le había provocado esa mirada. Aziz jamás la había mirado así.
Can tomó asiento al lado de Sanem y aferró la mano que la chica tenía en la mesa sobre el mantel. Sanem le sonrió esta vez sí con esa sonrisa amplia que irradiaba de su interior. Can le devolvió la sonrisa.
(-Por favor, que alguien traiga un extintor. Verles aparearse no sería tan incendiario -pensó Mihriban mientras no apartaba los ojos de la pareja.)
Sanem guiñó un ojo, Can se mordió el labio inferior y Sanem soltó una carcajada.
-Vaya granuja estás hecho -dijo al fin la chica.
Por toda respuesta, Can sólo volvió a guiñarle un ojo.
Sanem giró el rostro y lo centró en la mesa llena de fuentes de fruta, en las dos jarras de zumo y en la tetera. Comenzó a pasear la vista por todos los exquisitos manjares que allí había. Can torció levemente la cabeza y con su mirada seguía la vista de Sanem. Ora miraba la mesa y otrora miraba a la chica intentando vislumbrar lo que le ocurría.
-¿Pasa algo, Sanem?
-Nooo -dijo mordiéndose el labio-. Síii. Bueno, no.
-¿En qué quedamos? -dijo Can intentando contener la risa.
Sanem miró a Can con ojos entrecerrados y luego de nuevo la mesa.
-Ay, por favor, que necesito comer algo y no está aquí.
-¿Qué es lo que falta?
Sanem se volvió y paseó de nuevo la mirada por los rostros de todos los comensales mientras oía cómo Deren y Bulut discutían a su espalda sin entender muy bien lo que se decían. Todos estaban pendientes de su persona mientras que ella, azorada, no sabía si pronunciar las palabras que se atascaban en su garganta.
-Necesito... -dijo volviendo el rostro de nuevo hacia Can-, quiero...
Sanem enterró el rostro entre sus manos. No sabía si reír o llorar.
(«Chica, vamos, suéltalo ya y no les tengas en ascuas.»)
Can oyó la voz de Sanem en su cabeza y a punto estuvo de gruñir. Se contuvo por los pelos, pero rechinó los dientes. Maldita la voz que ahora también podía oír él.
Sanem separó las manos de su rostro, volvió a mirar la mesa fijamente y luego volvió a mirar a Can.
-Lo siento -dijo conteniendo la risa-, lo siento de veras.
-¿Sientes qué? -preguntó Can ahora sí preocupado.
(«Vamos, nena, tú puedes, son sólo cuatro palabritas de nada. Comienzan con un "Quiero..."»)
-Yo...
-¿Síii...?
-Yooo. -Sanem inspiró profundamente y soltó las palabras que retenía de sopetón-. Necesito probar la cañadú.

(¿Continuará?

Erkenci KuşWhere stories live. Discover now