Capítulo 75 - Ya era hora

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Temporada 3. Capítulo 15

-Dale tiempo al tiempo, Can -dijo Emre golpeando suavemente la ancha espalda de su hermano-. Alguna vez igual te arrepientes de estas palabras como yo me he arrepentido de otras. Mamá puede parecerte un monstruo egoísta, pero si pudiera... no dudaría en dar la vida por cualquiera de los dos, especialmente por ti.
Can golpeó a su hermano en la espalda.
-Creo que voy a seguir a mi mujer a casa y tú deberías de hacer lo mismo. Por muy hermosa que esté la noche... prefiero pasarla con ella en lugar de contigo.
-Si quieres que te diga la verdad, yo también prefiero en estos momentos el cuerpo cálido de Leila al tuyo -contestó Emre con sorna.
-Y... a decir verdad yo también preferiría estar con Deren que aquí a la intempiere oyéndoos lloriquear como nenas sensibles -dijo un voz guasona a sus espaldas.
-¿Estás pensando lo que yo? -preguntó Can a Emre mientras observaba con malas intenciones al recién llegado por encima de su hombro.
-Me gusta como piensas, hermano, y no quiero dejarte para ti toda la diversión. ¿A la de tres?
-A la de tres.
-Una, dos y...
Ambos hermanos se giraron al unísono y se abalanzaron sobre Bulut e impactaron sus hombros en el esculpido cuerpo del abogado. Los tres fueron conscientes en ese momento de que iban a acabar bebiendo de la pequeña bahía.

El ruido que hicieron las piedras entre las manos de Can antes de ser depositadas sobre la mesilla de noche fue el causante de que Sanem se removiera en sueños y el sentir el cuerpo de su marido acostarse a su espalda hizo que ella reculara buscando su calor.
-Mmm. Hueles a mar y sal y tu pelo está mojado -dijo Sanem entre sueños cuando Can se acostó a su espalda y la abrazó amoldándose a su cuerpo.
-Y tú hueles a flores silvestres y ámbar -dijo Can enterrando el rostro en el cuello de ella-. Sigue durmiendo, mi única.
-Seguiremos durmiendo, rey malvado.
Can la estrechó un poco más entre sus brazos y cerró los ojos mientras la sonrisa se dulcificaba en sus labios.

-¡Qué demonios es ese ruido infernal! -gritó Can saliendo del cuarto de baño.
-Creo que se le llama música -contestó Sanem mientras terminaba de hacer la cama.
-Eso es cualquier cosa menos música, créeme. ¿Quién puede estar berreando de esa manera? Ni siquiera yo canto tan mal.
-Bueno, si quieres que te sea sincera... espero no tener que oírte demasiado haciendo gala de tus dotes de barítono. Desafinas que da gusto.
-No todos podemos tener el talento Aydin para la música. Pero eso... ¡por favor! ¿A qué gallo están desplumando?
Un par de golpes en la puerta precedieron a Emre.
-Necesito tapones, ¿tenéis? ¿Quién puede destrozar una canción tan bonita de ese modo tan atroz?
-¡Lo voy a matar! -Un ciclón de pelo cobrizo con corte al estilo Cleopatra se coló en la habitación.
-¿Deren?
-¿Qué creéis que hizo anoche el neanderthal que tengo por novio?
-¿Bañarse en el mar? -respondieron Emre y Can a la par.
-¿Eso fue lo que hizo? -preguntó la chica mirando a Sanem.
-Eso fue lo que le obligamos a hacer, podría decirse -dijo Can intentando aguantar su sonrisa tras la espesa barba.
-Se presentó a las dos de la mañana en mi casa, calado hasta los huesos y ¿qué creéis que me dijo el muy... el muy... ? -Deren intentaba buscar la palabra exacta pero estaba claro que el vocabulario le estaba jugando una mala pasada esa mañana.
-¿Amado? ¿Querido? ¿Encantador? -preguntó Sanem aferrándose a la almohada que aún no había colocado en el cabecero.
(«Nena, me da que, por el modo en el que está tu amiga, las palabras que busca son idiota, estúpido, lerdo, energúmeno o similar»)
-Nos tienes en ascuas, Deren -intervino Emre.
Deren se volvió hacia Emre pero se acercó a Can. Éste le echó un brazo por encima de los hombros y la acercó a su costado.
Deren se desmoronó y comenzó a sollozar.
Sanem tiró la almohada sobre la cama y se acercó a la chica mirando por encima de su cabeza hacia Can que no hizo sino ampliar la sonrisa. ¿Qué se estaba perdiendo?
(«Aquí hay gato encerrado, querida. Mira como estos dos se están relamiendo. Como si se hubieran comido a escondidas un buen cuenco de crema dulce y caliente.»)
Can, al oír a su némesis, tuvo que apretar los dientes para no estallar en una estruendosa carcajada. Emre, sin embargo, parecía descolocado aunque no tanto como ella.
-¿Qué sabéis? -preguntó Sanem mirando a uno y otro hermano-. Deren, cariño, ¿qué te dijo el alcornoque de mi abogado para que estés así?
Deren giró la cabeza hacia Sanem y levantó la mano derecha. Por un instante, Sanem se quedó mirando sin realmente ver nada por la impresión.
-¿A las dos de la mañana? -preguntó después de salir del estupor.
-A las dos de la mañana. Me pilló en pijama y no hablo de un salto de cama sexi o un camisón elegante de seda, no.
Can y Emre no se creían preparados para oír lo que tuviera que decir la mujer. Era casi una hermana para ellos, por el amor de Dios Bendito. Oírla hablar de camisones sexis no era lo más apropiado. Imaginarla de esa guisa... ¡mucho menos!
-Me pilló con uno de esos horribles pijamas que uso que me van tres tallas grandes. -Bueno, eso estaba mejor, eso seguro-. Sin una pizca de maquillaje, con el pelo revuelto porque me acababa de sacar de la cama con sus insistentes timbrazos -enumeró la chica-. Allí estaba yo, hecha un adefesio cuando abrí la puerta, con una mala hostia del copón porque me habían despertado en mitad de la noche y sin darme tiempo siquiera a asimilarlo. Como todo lo que hace... ¡por sorpresa! Se plantó ante mi puerta, chorreando de pies a cabeza, me cogió la mano y me puso ¡esto! ¿No es horrible?
Deren volvió a esconder la cabeza en el pecho de Can mientras no se sabía muy bien qué ahogaba si sus penas con lágrimas, su desdicha con rabieta o su sorpresa con hipidos.
La VOZ de Sanem estaba montando una algarabía de la que sólo eran conscientes dos personas en la sala. Sanem intentaba aguantar la risa y Can no pudo evitar hacerlo. Emre se sentó a los pies de la cama y se dejó caer sobre ella.
-No sé cuál de las tres peticiones de matrimonio que hemos hecho los hombres de tu familia es más patética. Yo creo que a Leila ni se lo pedí. Le dije algo así como «¿por qué no nos casamos hoy? Hagámoslo antes de que nadie nos lo pueda impedir».
-Habla por ti, cuñado -dijo Sanem pegándole un puntapié en el empeine-. Las tres propuestas que yo he tenido de tu hermano fueron preciosas, aunque una cosa he de añadir: fue de más a menos. La primera fue... la primera fue sencillamente espectacular. En la cabaña. Había preparado un hermoso almuerzo, una rosa, un anillo único, especialmente hecho para mí.
Sanem se recreó en sus recuerdos dando detalles tan vívidos que no pudo evitar emocionarse mientras miraba al infinito. El llanto de Deren se intensificó.
(«Buena la has hecho. Mujer, cállate, un poco de por favor, que la pobre chica está contando todo un dramón. Menuda birria de petición.»)
Can refunfuñó aunque lo que de verdad quería era taparle la boca de cortador de cupones que tenía la voz de Sanem.
-Y encima está cantando -agregó Deren entre hipidos-. Lleva toda la santa mañana cantando. Lástima que sea un rinoceronte, lo habría ahogado de buena gana en la bahía. Ni flores, ni bombones, ni siquiera un ambiente a la luz de las velas.
(«Lo que me extraña es que le dijera que sí. Y está claro que le dijo que sí. De no haberle dicho que sí ese anillaco no estaría ahora luciendo en su dedo.»)
-Buena observación -dijo Can.
Deren se separó de Can y lo miró con estupor.
-¿Buena observación? ¿Buena observación de qué? ¿Qué quieres decir? ¿De qué hablas?
Can pasó por alto el contestarle a Deren que miraba de un lado a otro intentando averiguar quién había hecho la observación. En su lugar... tomó lamano derecha de Deren en la suya y se quedó mirando el anillo que lucía en el anular derecho la chica. Un color bastante raro para una piedra de compromiso. Tan especial como el que en esos momentos volvía a colgar del cuello de Sanem y que él mismo había tenido que quitar unos días antes de su dedo por la hinchazón de sus manos. Can se acercó un poco más a los ojos la mano de la que consideraba su hermana y reconoció la piedra engastada en platino. Era un ágata caneola, una cornalina. Ésta era traslúcida engastada en el anillo junto a lo que parecían ocho cristales de cuarzo blanco. Una piedra, que si su memoria no le fallaba, en la variedad escogida, aportaba calma al enfado, eliminando la negatividad emocional y que además aportaba concentración en el ámbito profesional. Desde luego, Bulut sabía bien la piedra que había escogido. Además, a eso había que añadirle que, dependiendo de cómo le diera la luz, recordaba el color de los ojos de Deren.
-Que si tan disgustada estás con esa petición no entiendo que lleves esto en el dedo -dijo señalando el anillo.
-¡Porque no me lo pude quitar para arrojárselo a la cabeza! -exclamó la chica- ¿Ves? ¡No sale! -dijo Deren mientras tiraba con fuerza del anillo. Sin embargo, Can tiró de él y supo instintivamente que el anillo se delizaría fácilmente por su nudillo. Tuvo que volver a morderse el labio para no estallar en carcajadas.
-Necesito que alguien me noquee. ¿Quién puede estar cantando tan mal tan temprano por la mañana? -preguntó Leila asomando la cabeza por la puerta abierta del dormitorio de su hermana.
-Es Bulut -contestó Sanem con la voz más seria que pudo usar.
-Es un grillo con las cuerdas vocales atrofiadas -respondió la mayor de las Aydin.
Deren volvió a enterrar la cabeza en el pecho de Can y ahogó un quejido.
-Bueno, veo que me he perdido algo importante -dijo Leila-, pero ahora no tenemos tiempo. Necesito hablar con mi hermana y con... Deren antes de irnos para la agencia. Chicos, ¿podéis salir?
-Es toda tuya -dijo Can dando un paso hacia su cuñada y depositando a una Deren irreconocible para él en los brazos de su cuñada.
Leila lo miró sorprendida y también observó atónita cómo Emre saltaba literalmente de la cama y se perdía por la puerta tras su hermano.
-Sea lo que sea... -Leila observó a su compañera e intentó analizar la situación. Ciertamente, estaba perdida-. Deren -dijo con voz autoritaria-, deja de comportarte como si hubieras vuelto a la fábrica de pollos y escuchadme las dos. Tenemos problemas.
(«El problema lo va a tener Leila. Ha mentado la soga en la casa del ahorcado. ¡¿Cómo se le ocurre hablarle ahora a Deren de la fábrica de pollos?!»)
Sanem tuvo que sentarse. Ocupó el mismo sitio que Emre había abandonado un rato antes. Leila ayudó a Deren a dar los pasos que la separaban de la cama y sentó allí a la chica que se limpió las lágrimas con los dedos. Al hacerlo, Leila se quedó mirando el enorme anillo que Deren lucía en el dedo anular derecho. Miró a Sanem y, con esa conversación sin palabras que les era tan características a las Aydin, se dijeron todo sin realmente decirse nada. Ya hablarían solas más tarde.
-¿Houston, tenemos un problema? -preguntó Sanem.
-Estambul se nos ha venido encima. Acaban de dejar esto para ti. No he podido evitar leerla. Me la han entregado por el lado donde estaba el texto.
Leila tendió la tarjeta a Sanem y Deren fijó la vista en el trozo de cartón blanco que su amiga sostenía en la mano.

«Es hora de cobrarme el favor. Mañana lunes. A las 5 de la tarde en la terraza del Pierre Loti Café. No venga sola, traiga a la directora creativa de su empresa y a la finaciera si así lo desea.
ÖAD»

Erkenci KuşWhere stories live. Discover now