Capítulo 4. El año del Fénix

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-Emre -susurró Can.
-Dime, hermano.
-¿Sabes dónde está ella?
Por primera vez desde que Emre se sentara a su lado, Can le miró. Emre pudo distinguir el cambio en los ojos de su hermano... pudo ver algo en ellos que creía perdido: chispa, determinación. Y, lo mejor de todo, una sonrisa que se intuía en los labios ocultos bajo la espesa barba y que se extendía, ahora sí, a sus pardos ojos.
Emre también sonrió y le dió un golpe seco en la fornida espalda.
-Las chicas se la han llevado al embarcadero. Leyla y Deren están con ella. Tendrías que haberla visto cuando desapareciste tras esa columna de fuego. De no haberla retenido habría corrido tras de ti.
(Eso sí que es un gran hilo de esperanza)
Can dio un par de palmadas sobre la rodilla de Emre y se levantó.
-Espero que podamos mantener una conversación más o menos civilizada. -La risa se percibía en la voz de Can al decir esto mientras se echaba el pelo hacia atrás-. Pero, si no es así, si no quiere escucharme... mantén a todos calmados porque igual me la echo otra vez al hombro y desaparecemos un par de días.
-No cometas ninguna locura, Can -dijo Emre.
El hombre se apretó el puente de la nariz con los dedos de la mano derecha y se masajeó la zona con los ojos cerrados. Necesitaba mantener la concentración en el objetivo fijado.
-Locura fue abandonarla, dejarle el camino libre a ese mentiroso incendiario -interrumpió Can-; locura fue irme y mantenerme lejos todo un año; locura fue inventarme una tonta excusa para regresar.
Emre comenzó a reírse. Casi no podía levantarse del suelo de la risa floja que le había sacudido de manera tan inesperada.
-¡Tenía razón! -dijo aún muerto de la risa-. Se lo dije a Leyla. Estaba seguro que habías saboteado tu propio barco.
Can sólo amplió la sonrisa.
-A veces recurro a un plan B -añadió con un guiño-. Ya me conoces. Deséame suerte.
Ambos hermanos se separaron. Can se fue hacia el embarcadero y Emre hacia la casa acristalada de Sanem donde estaba seguro se reuniría con su mujer.

>Embarcadero. Dos minutos después.

-Respira, Sanem. -Can escuchó estas palabras de boca de Deren-. Vamos, respira.
Las tres chicas estaban al final del embarcadero. Leyla mantenía las manos de Sanem entre las suyas mientras intentaba que su hermana siguiera el ritmo lento de respiración que le marcaba. Ambas hermanas se miraban fijamente a los ojos mientras trataban de acompasar sus respiraciones. Durante meses habían seguido esa rutina en los peores momentos de la escritora.
Deren estaba preocupada por su amiga y a la vez en su pecho había prendido una pequeña llama de esperanza. Esa reacción impulsiva de Sanem ante la cabaña ardiendo... Era una buena señal. Ya había observado varias el día anterior. La reacción de Sanem en la casa ante la petición de Can de que abriera los ojos había sido de lo más esperanzadora pero nada como esa vibración intensa que recorrió el cuerpo de la muchacha cuando vio a Can desaparecer tras la puerta de la cabaña en llamas.
Can se acercó con paso lento a las tres. Con la primera que hizo contacto visual fue con Deren que la tenía de frente. Sanem y Leyla le presentaban el perfil. Con un gesto de la cabeza le dijo a Deren que se marchara. Deren asintió. Llamó la atención de Leyla al tocarla en el hombro y señaló con la cabeza a Can. Leyla se giró un poco; al ver a Can, entrecerró los ojos. Vio determinación en la mirada masculina, mucha determinación. Había visto algún que otro exabrupto de su cuñado y en esos momentos era mejor dejarle volcar lo que quisiera que guardara. Soltó lentamente las manos de su hermana, se levantó y, junto con Deren, les dejaron solos. Pero no fueron muy lejos. Se ocultaron tras una pared cercana. El aire les era favorable. Podrían escuchar sin problemas lo que se dirían en el silencio de la noche.
-¿Qué crees? -preguntó Deren.
-No sé. He leído mucha determinación en la mirada de Can.
-Yo más bien creo que echaba fuego. No recuerdo una mirada así desde que me despidió por mi metedura de pata con Aylin.
-Calla, calla. Escuchemos.

-Sanem...
Sanem ni se había percatado de lo que ocurría a su alrededor tal era su concentración en poder seguir respirando.
-Sanem...
Sintió que se sentaban a su espalda, sintió que sus piernas eran acogidas por otras más musculosas, sintió unos brazos rodeando su tembloroso cuerpo y sintió las caricias de unas manos sobre las suyas propias. Sintió que el aire regresaba a sus pulmones. Sintió que el corazón volvía a latir.
-Háblame. Di todo lo que tengas que decir. Maldíceme si es necesario pero, por Dios, cariño, ¡reacciona! -Las manos de Can pasaron de retener las femeninas a apoyarlas sobre las rodillas de la chica.
No fue la caricia en sus piernas, fue esa última palabra susurrada en el oído, el sentir la respiración de Can sobre su cuello lo que la hizo volverse. Sus miradas conectaron como tantas veces lo habían hecho y casi se pierde nuevamente en ella.
Sanem sonrió. Lo hizo con una sonrisa torcida, inclinó la cabeza sin perder el contacto visual, amplió su sonrisa y Can se perdió en ella. Por eso fue que no vio venir el tremendo guantazo que le propinó en la mejilla.
-¿Querías una reacción? -preguntó Sanem- Pues aquí la tienes.
Se puso en pie de un salto mientras Can seguía frotándose la adormecida mejilla golpeada.
-¿Qué crees que estás haciendo, eh? -chilló-. ¿Qué demonios crees que estás haciendo?
Can se levantó y se enfrentó a ella. Le sacaba una buena cabeza de estatura y en cuanto a complexión casi la doblaba en tamaño, aun así, Sanem le pilló con la guardia baja de nuevo y no vio venir el segundo guantazo.
Can le aferró las muñecas antes de que llegara el tercer sopapo.
-¡Genial! -exclamó el hombre-. ¡Esto es genial! Intentaba hablar contigo de manera civilizada pero ya veo que va a ser un poco difícil.
Lo que a continuación dijo la chica era del todo incomprensible. Chillaba cosas del todo ininteligibles. (¿Había oído algo de hombre de las cavernas?)
-Bueno, ¡basta ya! -dijo Can.
-No, no basta, Can. Me dejaste, te fuiste, me abandonaste a mi suerte. Me abandonasteis todos. Ayhan se fue con Osman, Muzzo se fue con Gülitz a Nueva Guinea, al culo del mundo. Leyla se casó con Emre y también me dejó sola en la casa pero nada de todo ello me habría afectado si tú hubieras permanecido en Estambul. Pero, no. Te fuiste. ¡Te fuiste! ¡Te fuiste! -repetía una y otra vez ya llorando a lágrima viva.
-¡Sí, me fui! -Can ya también chillaba- ¡Te estaba perdiendo! ¡No confiaste en mí cuando te dije que yo no había quemado tu cuaderno! ¡Pensaste de mí que podría levantarte la mano!
-¡¿Cuándo pensé yo eso?! -le increpó-. ¡Dime una sola vez en la que te haya acusado de semejante cosa!
Sanem continuaba buscando los ojos de Can. Los encontró.
-¡Ah, Sanem, ah! -Can se llevó las manos a la cabeza y se echó el pelo hacia atrás- ¿No te acuerdas? ¡Lo llegaste a insinuar en el hospital! Y por eso tenía que marcharme. Mis celos me sobrepasaron. No podía lidiar con lo que tan evidente era: los sentimientos que Yigit tenía hacia a ti y que aún sigue teniendo. Es evidente para todo el mundo menos para ti. Nos enfrentó a los dos. ¿Es que no te das cuenta? ¿Tan embebida en tu pequeño mundo vives que no te das cuenta? Yigit quería que nos alejáramos el uno del otro y miedo me da poner en palabras lo que realmente me pasa por la cabeza porque, de ser cierto, mi madre estaría realmente muerta para mí.
-¡¿De qué estás hablando?! ¡Can, ¿de qué diantres estás hablando?!
-De nada, Sanem. -Can se giró y comenzó a caminar hacia el final de la plataforma.
Sanem corrió tras él, le agarró del brazo para detenerlo. Sanem hizo de tripas corazón y, con voz dubitativa, le habló a Can.
-Si alguna vez me amaste, si me amas o si piensas que puedas llegar a amarme nuevamente en el futuro... por favor... no te vayas.
Can se volvió hacia ella y sus miradas -como no podía ser de otro modo- volvieron a conectar.
-No me mires así, Can -dijo Sanem con un tono tan bajo que Can pensó que igual estaba imaginándolo-. Sabes que, cuando lo haces, miles de mariposas vuelven a batir sus alas en mi estómago.
Can acarició los brazos desnudos de Sanem, acercó su rostro al de ella, hundió la nariz en el cuello femenino para respirar ese aroma que le había sido tan esquivo durante tanto tiempo y buscó los labios de la chica. Sanem buscó el calor del cuerpo masculino y se aferró a él.

Dos figuras femeninas se batieron en retirada con sonrisas cómplices.

Erkenci KuşWhere stories live. Discover now