Capítulo 36. Reacciones

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Del capítulo anterior...

-¿Eso es lo que yo creo realmente que es? -preguntó Can sin apartar la vista de la pantalla.
-Enhorabuena, señores Divit, van a ser los flamantes padres de tres preciosos bebés -dijo la enfermera mientras se descojonoba de la risa.
Sanem no tuvo ni tiempo de reaccionar ante la noticia. Sintió que su mano se quedaba vacía. Miró hacia Can que, pese a su tez tan morena, se estaba volviendo del color de la ceniza y solo le dio tiempo a gritar mientras el mastodonte que tenía por marido caía a plomo en el suelo.

...

-¡¡¡Caaan!!!
El grito de Sanem inundó la consulta de maternidad y aun así se vio amortiguado por el enorme impacto del pesado cuerpo de Can al aterrizar sobre las losas blancas del suelo.
Sanem se levantó como pudo de la camilla y se posicionó tras el cuerpo desmadejado de Can apoyándole la cabeza sobre las piernas. El cabello de Can se pegó automáticamente sobre su vientre desnudo por culpa del gel que le habían aplicado para la prueba de ultrasonido. Pero, ¿qué importaba eso?
("Chica, la noticia le ha noqueado de una manera más contundente que si se hubiese subido a un cuadrilátero")
Sanem miró hacia la derecha y arriba, hacia la zona desde donde siempre provenía su voz interior.
-¡Cállate, cállate! -dijo la joven mientras golpeaba delicadamente una de las mejillas de Can-. Can. Can, cariño, reacciona.
Pero, nada. Nada de nada. Can bien podría haber entrado nuevamente en coma por el caso que le hacía.
El doctor no había tardado ni un minuto en buscar el bote de amoniaco que tenía preparado para casos similares. No era la primera vez que tenía que atender de un desmayo a alguna madre primeriza pero jamás lo había empleado en un padre que, a toda vista, era un armario empotrado.
La enfermera se acercó por la espalda de Sanem con la intención de darle unas toallitas húmedas para limpiarse el pringoso gel pero Sanem ni le prestó atención. A decir verdad, a Sanem sólo le preocupaba Can. La noticia de los trillizos realmente le había dejado fuera de combate, necesitaba tiempo para asimilarla.
-Can, ¡Caaan! -volvió a repetir mientras le acariciaba la ceja derecha y recorría la oreja del mismo lado con toda la ternura que sentía.
("Tu león ha demostrado ser un débil pajarito.")
-¡He dicho que te calles de una vez! -gritó Sanem un tanto fuera de quicio.
La enfermera la miró con el entrecejo fruncido pero guardó silencio. El médico destapó el bote y lo aproximó a la nariz de Can. El fuerte olor del amoniaco le llegó a Sanem a las fosas nasales y tuvo que desviar el rostro hacia su izquierda al tiempo que una arcada la atacaba.
-Lo siento, Señora Sanem -se disculpó el médico.
-No pasa nada -le respondió la joven al tiempo que otra arcada le sobrevenía.
Sintió cómo Can se movía sobre su regazo intentando evitar, al igual que ella, el potente olor del amoniaco. Can se giró hacia su derecha y la cabeza se deslizó por el muslo de Sanem hasta tocar el suelo. El pequeño golpe fue el que terminó de sacarle de la inconsciencia.
Entre Sanem y el médico le ayudaron a incorporarse hasta que estuvo sentado. Sanem le agarraba del brazo e intentaba mantenerle estable. El pesado cuerpo de Can tendía a irse hacia el otro lado porque no había logrado del todo recuperar la consciencia.
Poco a poco la visión de Can se fue despejando pero la imagen que tenía fijada en el cerebro no se iba. Sacudió la cabeza y se llevó las manos a los ojos. Se los frotó con fruición pero esa imagen del monitor seguía indeleble y fijada tras su retina. Buscó la mirada de Sanem y vio preocupación en sus ojos. Volvió a sacudir la cabeza en un intento de borrar la imagen que seguía fija en su cerebro pero ésta parecía negarse a irse.
Can apoyó los codos en las rodillas, pasó las manos por el cuello y se echó hacia delante con la intención de que la sangre le llegara de nuevo al cerebro. Se acarició el cabello y notó una especie de mejunge pringoso en ellos que se le pegó a los dedos. Sanem le acarició la ancha espalda.
-¿Te encuentras bien? -le preguntó.
-No mucho -dijo al tiempo que volvía a girarse hacia su mujer-. Dime que lo que he visto y he escuchado no es cierto.
El buen doctor se levantó del suelo donde estaba arrodillado, le dio una palmada en el hombro derecho a Can y cerró el bote de amoniaco.
-Sea fuerte, hombre, la mitad de la responsabilidad es suya -dijo el hombre al tiempo que se echaba a reír.
Can le miró con cara de pocos amigos. La gracia la había tenido en el culo.
La enfermera ayudó a Sanem a levantarse y le volvió a tender las toallitas húmedas para que se limpiara; esta vez, Sanem las cogió, extrajo del paquete un par de ellas y se retiró la pringosa sustancia del cuerpo. Volvió a abrir el paquete y repitió la operación antes de cerrarse los botones del vestido que había elegido ese día. Le devolvió casi en silencio las toallitas a la enfermera porque el gracias que le dio apenas si lo oyó la mujer.
El doctor había conseguido levantar a Can del suelo, le había conducido tras el biombo a la consulta de nuevo y le había ayudado a sentarse en una de las sillas que habían ocupado antes de entrar a monitores cuando Sanem y la enfermera abandonaron la zona reservada a exploración.
La tez de Can seguía con un cierto color blanquecino y tenía la mirada perdida en el horizonte. Sanem se sentó en la silla que había al lado de él, le tomó la mano derecha, se la llevó a los labios y le besó los nudillos.
-¿Estás bien, Can? -le preguntó de nuevo. La preocupación se notaba en la voz de la chica.
Can se giró y la miró a los ojos. No pudo aguantarle la mirada ni un segundo, en seguida la vista se le desvió al vientre oculto tras el vestido amarillo de florecitas que llevaba puesto. Sus ojos se clavaron allí y un terror como no había sentido antes en la vida se instaló en su pecho. Un pavor total y absoluto. Casi ni le había dado tiempo a asimilar que estaba embarazada, descubrir que venían trillizos... le había sobrepasado.
-¿Có-cómo... có-cómo ha podido ocurrir? -preguntó en un susurro.
-Bueno, no es algo muy usual -comenzó el doctor-. Pero tenemos que tener en cuenta que la genética en este caso, ayuda. La señorita, perdón, la señora Sanem viene de una familia donde se han dado varios casos de mellizos. Su padre, según nos informó, es mellizo con su tío. No sabemos si en su familia, señor Can, también se ha dado algún caso de parto múltiple.
-Que yo sepa, no -respondió de manera contundente Can.
-En fin, no es un embarazo distinto al resto. La señora Sanem tendrá que cuidarse algo más en la segunda parte de la gestación y programaremos una cesárea para evitar riesgos innecesarios en el parto. Le daremos todas las indicaciones pertinentes, realizaremos un seguimiento más continuado y necesitará aporte extra de varios complementos alimenticios. Por lo demás, es joven, está sana y hace meses que dejó los antidepresivos.
Can se sintió culpable cuando escuchó esto último. Algún día la compensaría por todo lo que la había hecho sufrir que no era bien poco.
Se despidieron del doctor estrechándole la mano y salieron de la consulta. A Can las piernas le temblaban. Sanem había tenido tiempo suficiente para haber interiorizado la noticia, era muy consciente de lo que se había hablando dentro de la consulta y algún día agradecería el aviso. Can tuvo que sentarse en la sala de espera. De un momento a otro temía irse de nuevo al suelo. En su vida se había llevado impresión más grande.
Sanem se sentó a su lado y sacó el smartphone de su bolso.
Marcó un número y esperó a que contestaran.
-Siento mucho molestarte. ¿Estás muy liado? -comenzó Sanem.
La voz al otro lado del teléfono le contestó.
-Necesito que vengas a la clínica de maternidad a recogernos. Can no está en condiciones de conducir. -Sanem dejó que la voz al otro lado respondiera antes de continuar-. ¿Tardarías mucho? -preguntó Sanem mirando de reojo hacia Can-. Gracias. Te esperamos en la puerta en diez minutos. Ya te contaré.
Sanem miró el reloj y calculó ocho minutos. Se giró hacia Can. Tenía la cabeza apoyada en la pared y los ojos cerrados. ¿Dónde estaba el hombre que era capaz de descender por un risco, el que bajó a rescatarla cuando se calló en aquella fosa y fue capaz de sacarla sin que le temblara el pulso? Había sido derrotado por una simple imagen de nada en un monitor.
("Es un pusilánime. Total, por tres bebés de nada.")
-Sanem... -dijo Can sin abrir los ojos.
-¿Sí, Can? -preguntó al tiempo que le ponía la mano sobre el muslo.
-Dile a la puta voz de tu cabeza que se calle de una vez. La estoy escuchando.
Sanem comenzó a reír y Can sonrió por primera vez desde que sus ojos se habían clavado en la pantalla.
-Anda, vamos, ¿puedes caminar? -dijo tirando de su mano.
-Espero que sí. Menudo espectáculo he debido de dar allá adentro.
-Bueno, ha sido de lo más instructivo. Ahora sé bien cuál es el sonido cuando un árbol cae a plomo.
Y la risa de Sanem inundó la sala de espera vacía de la clínica.

Cuando salieron al exterior, Sanem miró a derecha e izquierda buscando la familiar camioneta blanca. En un principio no la vio pero un cláxon sonó y una mano salió por la ventana para indicarles dónde estaba estacionada. Sanem agarró a Can por el brazo, miró a izquierda y derecha y cruzaron la carretera. Ayudó a Can a sentarse en el asiento del copiloto, cerró la puerta mientras Can se ajustaba el cinturón y abrió la puerta trasera para entrar ella al vehículo, la cerró de un buen portazo.
-Gracias, por venir, Bulut.
El hombre miró hacia atrás y fijó la vista en Sanem. Sonrió de oreja a oreja, miró hacia Can y comenzó a reír. Jamás le había oído reírse así.
-¿Confirmado? -le preguntó el hombre a Sanem, ésta sólo asintió.
-Vamos, papá -dijo Bulut al tiempo que le palmeaba la rodilla-. Total, son tres bebés de nada.
Y volvió a reír.
Can tardó en captar lo que el abogado acababa de soltar. Miró hacia el asiento trasero con la mirada de león incendiada y la clavó en la de Sanem.
(Lo sabía. Antes de entrar en aquella consulta... ella ya sabía lo que ibas a descubrir.)

(¿Continuará?)

Erkenci KuşWhere stories live. Discover now