Capítulo 72. Decisiones arriesgadas

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Temporada 3. Capítulo 12

Tras salir por donde mismo había entrado, Can volvió al salón y de nuevo se quedó mirando la lona que cubría el acceso a la ampliación. Mihriban era una mujer extraordinaria. ¿Qué habría pasado con la vida de su padre y sobre todo sobre la de sí mismo si en lugar de huír de Aziz se hubiera casado con él y no hubiera tendio su madre ninguna oportunidad? Probablemente que él no existiría y de existir no sería la persona que es. ¿Habría conocido a Sanem o simplemente su existencia hubiese sido un continuo vagar por el mundo como lo era antes de conocerla? Curioso destino caprichoso. Dejó atrás la galería vidriada y se dirigió hacia el embarcadero. Allí estaba su barco y también el Servet. Su hermano habíá ido a por él a Paphos, eso estaba claro. En unos días se lo devolvería a su dueño. Caminó hacia el fondo de la pasarela y se sentó en el mismo lugar donde no hacía mucho su chica se había sentado mientras buscaba su anillo. Un anillo que, durante un año había estado colgado de su cuello y que había vuelto a él de manera provisional debido a sus dedos hinchados.
Can se mesó los cabellos y se acarició la barba con su típico gesto, luego se puso los talones de la mano sobre los ojos y se echó hacia atrás quedando tendido sobre la amaderada pasarela pero con los pies colgando sobre el agua. Se acomodó como pudo y flexionó su brazo derecho para poder apoyar en él la cabeza.
Contempló el cielo. Un cielo que poco a poco era engullido por las tinieblas y dejaba paso al crepúsculo.
Estaba hecho un lío. Su madre...
El sonido de un carraspeo le sacó de su instrospección y giró un poco la cabeza para ver de quién se trataba. Ni siquiera hacía falta, ese sonido sólo podía ser de su hermano.
-¿Qué estás haciendo aquí tan solo, Can? -preguntó Emre.
-Ahora ya no estoy solo, ¿verdad? -contestó el mayor de los Divit.
-No, ahora ya no.
Emre cubrió el espacio que le faltaba con dos pasos e imitó a Can en su postura. Can buscó a su hermano que se había acostado a su derecha.
-Vuelves a parecer un náufrago. Me encantan tus pintas. ¿Crees que a mí me quedarían bien? ¿Leila seguiría viendo el hombre que soy o vería el que realmente quiero ser?
-Emre, voy a hacerte una pregunta y quiero que seas totalmente sincero, ¿de acuerdo?
-Claro, hombre, desde que lograste perdonarme no he dejado de ser sincero contigo. Eso no volverá a cambiar, tienes mi palabra.
Can se mantuvo en silencio durante unos instantes y Emre mantuvo su curiosidad a raya, era imposible azuzar a Can, si lo hacía se cerraría como un bol hermético y ya no saldría nada de su boca. Hizo bien en hacerlo, Can volvió a mirar hacia el cielo y suspiró profundamente antes de volver a abrir la boca.
-¿Quieres a mamá? -preguntó finalmente.
-Sí.
La respuesta de Emre fue contundente. Can, al escucharla, arqueó las cejas.
-¿Por qué? -volvió a preguntar.
-Bueno, voy a serte franco. Nunca te preguntas por qué amas a alguien, por qué sientes cariño por alguien. ¿No te lo han enseñado ya las hermanas Aydin?
-No estamos hablando ahora de Leila y Sanem. Estamos hablando de Hüma. No puedo quererla. No la siento mi madre y, de no haber mediado ese parentesco habría hecho lo indecible porque ahora mismo acompañara a Yigit y a Fabri en prisión. Me ha destrozado la vida suficientes veces para que para mí no sea sino una mera extraña.
-Can -comenzó Emre-, mamá ha sufrido más de lo que te puedas imaginar. No la estoy defendiendo, que conste -añadió rápidamente al ver que Can iba a tomar la palabra. Le frenó alargando su brazo y apretando la zona de la cadera de su hermano que fue lo primero que alcanzó-. Bueno, como te iba diciendo mamá ha sufrido mucho. Yo he sido testigo de cómo deambulaba por las noches por una casa inmensa y fría, de cómo ahogaba lágrimas y pasaba de un hombre a otro buscando lo que nunca encontraba. Cada vez que oía sus pasos en las noches silenciosas, cada vez que nos llegaban noticias tuyas -ni siquiera me preguntes cómo las conseguía-, cada vez que el nombre de papá resonaba en los medios por alguna campaña publicitaria excepcional... más odiaba todo y más te odiaba a ti. Te odiaba porque creía que estabas en el centro de todo eso, disfrutando y recogiendo los frutos de lo que también a mí me pertenecía. No puedo echar toda la culpa a mamá de haberme criado como un niño consentido. Sí, es cierto que crecí superprotegido y mimado por ella, pero jamás lo demostraba con abrazos o besos, esos abrazos que tan necesarios son para un niño. Siempre sentí que no me los daba porque no podía dártelos a ti también. Envidio a Leila en ese sentido. Probé el cariño real cuando entré por las puertas de una casa que jamás habría pisado de ser otras las circunstancias. Aquel día, el de la pérdida de tu licencia, cuando acompañamos a Sanem a su casa... era la primera vez que me descalzaba para entrar en una vivienda, me sentí incómodo y me sentí arrojado a la realidad, pero, pese a todo eso... seguí ciego.
»Continuando con lo que estaba diendo... Creo que volcaba en mí el exceso de cariño que no podía darte a ti. Creo que ella, a su manera, nos quiere a los dos. Creo que mamá realmente ama a papá.
-Pues curioso modo de demostrarlo.
Can no pudo evitar soltar las palabras con tono seco y amargo, en su interior había veces en las que aún seguía siendo ese niño pequeño que se despertaba en mitad de la noche sudando y llamando a su madre, una madre que nunca estuvo ahí para arroparle y decirle que todo había sido una pesadilla, un mal sueño. Luego, de adulto... tampoco es que estuviera ahí. Si ella no había ido nunca a buscarle, si nunca le había visitado en el colegio en el que estuvo interno... ¿qué caso tenía ir a visitarla de mayor? No quería oír a Emre hablar del cariño de su madre, seguía doliendo, dolía porque él no había experimentado ninguna clase de cariño por parte de ella. Salvo el día de su cumpleaños en el que le mostró la foto del día de su nacimiento... jamás había oído hablar a Hüma en tono cariñoso dirigido a él. ¿Tenía un concepto equivocado realmente de ella? Pero si lo quería como parecía y daba a entender Emre... ¿por qué hacer lo imposible por mantenerle alejado de la única mujer que le había dado amor sin esperar gran cosa a cambio? ¿No se veía ella reflejada en él en esos momentos, no era capaz de ponerse en sus zapatos?
-Quizás debamos saber primero qué fue lo que realmente ocurrió antes de que saliéramos por la puerta de la casa de papá. -Las palabras de Emre trajeron al presente a Can-. Yo era muy pequeño, no recuerdo nada salvo a ti corriendo detrás del coche y gritándole a mamá que no se fuera y a mamá sentada en el asiento trasero de aquel maldito taxi sin expresión alguna en el rostro y sin siquiera mirarme. Ahora, analizando todo lo sucedido, me doy cuenta de que mamá igual intentaba no terminar de romperse.
-Me estás pintando una madre que no conozco -interrumpió finalmente Can.
-Yo simplemente te estoy mostrando la madre con la que viví muchos años. Es muy hermética, Can. Nunca sabes realmente qué está sintiendo. Es una mujer muy compleja que no sabe expresar sentimientos. Jamás te das cuenta de cuando quiere a alguien. A primera vista parece una esnob, es fría, es calculadora, a veces retorcida, intenta que todo se haga a su modo y es incapaz de decir realmente lo que siente. El abuelo la perfiló así, trabajó en su carácter de tal modo que perdió su esencia y en su lugar sólo quedó la mujer de alta sociedad que conocemos. Quebró su espíritu. Una vez la oí hablar con Mevkibe, hablaba de él, de su padre y luego terminó diciendo que se había empezado a sentir libre el día que conoció a papá pero que esa libertad le duró poco. Fue algo así como salir de la sartén para caer al fuego.
Como si estuvieran sincronizados, ambos hermanos se incorporaron. Can apoyó los codos en sus rodillas y aferró sus cabellos con las manos, Emre simplemente se echó hacia adelante con las manos cruzadas colgando de entre sus rodillas.
-Sé que no la vas a perdonar jamás. Lo entiendo -dijo Emre cortando el silencio-, pero al menos déjala que tenga contacto con sus nietos, no le robes la oportunidad de ser su abuela como a ella le robaron la oportunidad de ser tu madre.
-A ella no le robaron nada, ella misma lo dejó atrás.
-En eso creo que te equivocas, Can. O igual el equivocado soy yo, pero ándate con ojo. Mevkibe la ha tomado bajo su protección. No entiendo como se han podido hacer amigas ellas dos. Imagino que el ver cómo un ser querido se va apagando poco a poco tuvo algo que ver. Mevkibe pasó por un año horrible, en cierto modo, todos pasamos un año horrible. Sanem... bueno, ya sabes qué pasó, el ingreso en la clínica se nos hizo inevitable, pero lo que más me llamó la atención era la actitud de mamá. Iba a verla todas las semanas y, sin embargo, jamás hablaba con ella. ¿Para qué iba? Luego, cuando volviste... su actitud fue aún más extraña. Su empeño en manteneros alejados cuando a todas luces lo que más necestibáis era estar cerca el uno del otro. Se me escapa por completo el sentido de todo lo ocurrido tras tu regreso en lo que refiere a Yigit, Can. Te juro que analizo y analizo y no le encuentro explicación. Ella sabía, porque de algo que no se le puede tachar a mamá es de tonta, que tú nunca has querido a nadie como amas a Sanem, vio de primera mano el destrozo en el que se convirtió la vida de Sanem sin ti y aun así... No lo entiendo, te juro que analizo y analizo y no doy con la explicación. Y la llegada de papá es que fue como leña que se le echa al fuego.
-Yo te diré por qué lo hizo: porque no tiene sentimientos. Lo único que ve es la posición social y lo que pueda alguien sentir le importa un ardite.
-Creo de nuevo que te equivocas, Can. Creo que necesitas hablar con ella. Habla con mamá pero, por lo que más quieras... mantén la cabeza fría. Vuelve a tu modo «zen» de antes del accidente y reprime tu posible explosión de ira, son magníficas y aterradoras y haría que mamá se cierre en banda, vuelva a su actitud fría y distante y no aclaréis nada. Volver al punto de partida no está permitido esta vez, Can. Hay mucho en juego. No sólo es ya tu vida o la de Sanem, no es la mía y la de Leila, aquí nos estamos jugando mucho más: el que cuatro niños puedan conocer a su abuela, una abuela que, además, puede abrir muchas puertas. Si alguien está bien relacionado en sociedad es ella.
Emre palmeó la rodilla de Can y se levantó. Tendió la mano y Can se quedó por unos instantes mirándola sin verla realmente. Finalmente se aferró a ella y Emre, sonriendo, tiró con fuerza. Can se incorporó. Al volverse los dos hermanos para dirigirse a la casa vieron una figura que se aproximaba por la pasarela.
Alta, erguida, con el pelo negro como ala de cuervo y rizado. Un corte de pelo moderno y seguro que un maquillaje perfecto que la incipiente negrura no dejaba ver. Los pantalones sueltos de seda oscura que llevaba se agitaban con la brisa al caminar. La mujer se paró a escaso metro y medio de ellos.
-Can, Emre...
-Emre -dijo Can tras unos segundos de silencio sepulcral-, déjanos solos.
-Recuerda lo que te he dicho -susurró Emre mientras frotaba la espalda de su hermano.
Can asintió y cuando vio que Emre se perdía en la distancia enfrentó la mirada de su madre.

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