Capítulo 42. La pedida de mano

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Del capítulo anterior...

-Anda, ven aquí, pequeño león -dijo Can levantándose y tirando de su hermano para ponerle en pie-, siempre te eché de menos -continuó mientras le abrazaba-. Siempre lo hice. Metin y Akif fueron buenos amigos pero siempre te eché en falta. No vuelvas a fallarme. Yo intentaré no fallarte a ti.
Can fue el primero en apartarse. Miró a su hermano de nuevo a los ojos y se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón. De allí sacó su smartphone y marcó. Esperó a que contestaran al otro lado. La mujer a la que me llamaba, no le fallaría. Volvió a dirigir la mirada hacia Emre.
-Mihriban, ¿podrías venir a casa de los padres de Sanem esta noche? -Guardó silencio unos instantes mientras escuchaba la respuesta del otro lado-. Necesito que pidas en mi nombre la mano de Sanem a Nihat, ¿lo harás?

...

Emre sonrió. Pocas cosas en esta vida podrían hacerle más feliz que la boda de su hermano con Sanem.
Can apagó el teléfono y se lo volvió a guardar en el bolsillo trasero del pantalón. Giró la cabeza y miró a Emre. Su sonrisa se apreciaba bajo la barba y ésta se reflejaba en sus oscuros ojos. Can le guiñó un ojo a su hermano.
-Estás muy satisfecho contigo mismo, ¿eh, hermano? -preguntó Emre.
Can hizo ese gesto suyo tan característico de sigue elogiándome que ya no me importa, he conseguido lo que quería y se dirigió a la puerta. Atravesó el pasillo seguido de su hermano y entró de nuevo en la habitación que éste compartía con Leyla.
Su cuñada aún estaba acuclillada frente a su madre y Sanem estaba de pie recostada sobre el armario. Sus manos estaban en el pelo, acariciando una y otra vez el mechón ceñido por el broche del albatros que él mismo le había entregado.
La sonrisa de Can se hizo aún más amplia. Caminó directo hacia ella y tres pares de ojos le siguieron por la habitación.
-Sanem, yo me marcho. Volveré esta tarde. Me cambio, recojo a Mihriban y vendremos a pedir tu mano como se tendría que haber hecho hace más de un año.
Sanem le miró y tuvo que contener las lágrimas. Él ya era suyo, lo que iban a hacer era sólo en beneficio de su padre. Esperaba que Nihat diera su consentimiento o todo este embrollo se convertiría en un auténtico desastre.
Sanem asintió. Can llevó las manos a su cuello y le acarició la nuca con los dedos. Ella sintió ese simple roce recorrerla desde ahí y hasta su estómago. Su corazón volvió a saltarse un latido como siempre que le tenía cerca sucedía y luego comenzar a galopar dentro de su pecho de manera desaforada.
Can volvió a sonreír con esa media sonrisa torcida que ella sentía en lo más profundo de su alma. Agachó la cabeza, la besó en la mejilla y luego se arrodilló frente a ella, la besó en el vientre.
-Papá os quiere -susurró-. Papá os quiere mucho.
Se levantó, la volvió a besar a ella esta vez en la otra mejilla y se encaminó hacia la puerta. Al llegar al vano, se giró a mirarla y Sanem tuvo un deja vu. Volvió a verse en aquel cine antiguo y la sombra de Can abandonando la sala oscura. Supo a ciencia cierta que aquello no había sido un sueño, que aquello había ocurrido de verdad. Que aquel instante fue un punto de inflexión para que Can volviera a ella. Lo supo y lo vio tan claro que dio un paso hacia él.
A Can no le hicieron falta las palabras que Sanem pudiera decir. Enfrentó su mirada y volvió a sonreír.
-Sí, estuve allí -dijo.
Y Can se marchó finalmente.
-¿Estuvo dónde? -preguntó Leyla después de un rato incluso de haber oído la puerta de entrada de la casa abrir y cerrarse.
Sanem no contestó. Salió de la habitación de su hermana y se dirigió a la suya. Se sentó sobre la que había sido su cama de soltera, agarró uno de los cojines y se aferró a él mientras lloraba en silencio. Algún día ambos tendrían que hablar de ese día. Algún día tendrían que hacerlo.
No supo cuando tiempo estuvo allí, sentada en su cama, aferrada al cojín y llorando por todo el tiempo perdido por ambos. Si se pudiera echar el tiempo atrás, volvería a aquel instante donde sus vidas se truncaron sin remedio, enderezaría el rumbo y jamás le pediría que se fuera.
Durante ese tiempo que estuvo sola en la habitación no escuchó que Nihat llegaba a casa, no fue consciente del revuelo que se formó en la habitación de su hermana ni fue partícipe de la conversación que su madre tuvo con su padre. Sólo se percató de que su padre se había sentado a su lado y la abrazaba.
-Hija -dijo al fin Nihat tras un rato de silencio-, no sigas llorando.
-Papá, yo...
-Sss -chistó Nihat-. Tu madre me ha dicho que el chico vendrá esta tarde con Mihriban a pedir tu mano. Tranquila, hija. Esta vez no opondré.
Nihat acarició el pelo de su hija y sus dedos se toparon con el broche del albatros, el mismo tipo de broche que había visto durante mucho tiempo lucir en los cabellos de Can, uno igual a ése lucían ambos el día que habían ido a decirles que se iban en el barco de gira y él no había dado consentimiento. Tenía mucho miedo de que Can la abandonara en mitad del mundo, lejos de él, donde no pudiera acudir a socorrer a su pequeño pájaro, el mismo broche que desapareció tras el accidente y que no le había vuelto a ver a Can en los cabellos.
Sanem le miró.
-Le amo, papá -dijo Sanem recostando la cabeza en el pecho de su padre-. Nunca dejé de hacerlo. Si me volví loca fue porque no podía encontrarle por ningún lado, porque tenía mucho miedo de que le hubiera pasado algo, de que me hubiera olvidado. No fue así. Lo comprendí la noche del incendio. Él me había olvidado a mí en la misma medida que yo me había olvidado de él, es decir, que ninguno nos pudimos olvidar del otro. Si él se va de nuevo, yo me voy de su mano. Siento si eso no es de tu agrado pero es lo que hay. No podría volver a pasar por el infierno que pasé.
Nihat la abrazó con más fuerza.
-Si vuelve a intentarlo siquiera, sabrás donde encontrarle. Me haré con una escopeta y una pala. No habrá lugar en el mundo donde pueda esconderse esta vez.
Sanem sonrió y miró a su padre aún con los ojos cuajados de lágrimas.
-Vamos, hija, sonríe -dijo Nihat-. Te veré vestida de novia en unos días y por fin podré dormir tranquilo. ¿A qué hora vendrá el chico?
-A las siete. Ha ido a recoger a Mihriban.
-Pues a las siete. Ahora quiero que seques esas lágrimas, te pongas guapa y estés lista para esa hora.
Nihat le pellizcó la nariz y la besó en la frente.

...

Cinco horas después

El único vestido decente que tenía en casa de sus padres, para un tipo de evento como el que se iba a dar esa tarde, era uno en color oro viejo. Le estaba un poco ajustado de cintura, el embarazo ya había empezado a notársele. Se miró al espejo y se vio radiante. Los ojos le brillaban, su cabello recién lavado tenía un aspecto sedoso y sus pechos estaban más llenos, ahora sí rellenaban el escote del vestido.
Leyla asomó la cabeza por la puerta de la habitación.
-¿Estás lista, Sanem? -preguntó mientras cruzaba el umbral.
-Estoy lista.
-¡Caray, hermana! Estás radiante.
Sanem sonrió.
-Bueno, vamos allá... ¡Valor y al toro!
("Eso es chica, ya es tuyo pero no está de más hacerlo oficial ante todos.")
Sanem miró arriba a la derecha y guiñó un ojo a su voz interior.
Leyla no se percató del gesto de su hermana porque se estaba atusando los cabellos delante del espejo.
Ambas hermanas marcharon hasta la sala. Sanem saludó a Mihriban, Can se acercó y besó a Sanem en la sien.
-¿Preparada? -le preguntó en un susurro.
-Preparada.
("Vamos, chica, que no se diga.")
-Eso, hazle caso a tu voz interior, Sanem, ¡que no se diga!
Sanem soltó una carcajada y aproximó sus labios a la oreja derecha de Can.
-Te voy a preparar el mejor café con sal que hayas probado en tu vida.
Las carcajadas la siguieron por el pasillo mientras se dirigía a la cocina.
La pedida fue un visto y no visto.
-¡Ni siquiera me ha dado tiempo a llorar! -se lamentó Sanem cuando se hubieron intercambiado anillos y su padre había cortado la cinta roja que les unía a ambos.
-¿Final feliz, Sanem? -preguntó Can.
-No, sólo es un nuevo inicio de nuestra historia -contestó Sanem.
Can aproximó su rostro a Sanem y la besó.

(¿Continuará?)

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