Capítulo 57. Acontecimientos prenupciales

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Calle Leidsestraat, Ámsterdam. 7:00 de la mañana.

Un hombre sale de un edificio de apartamentos de una de las Negen Straatjes con una bolsa de viaje. Ha hecho seña con la mano al primer taxi que ha visto y en el momento en el que se ha subido a él ha hecho una llamada.
-¿A dónde, caballero? -pregunta mirándole por el espejo retrovisor.
El hombre levanta una mano en señal de que se espere unos segundos y el taxista simplemente se encoge de hombros.
El hombre espera pacientemente mientras alguien contesta al otro lado. Unos segundos más tarde, una voz adormilada contesta tras el quinto tono.
El taxista no tarda en escuchar la voz del pasajero en un idioma que no identifica.
-Estoy en un taxi. Tenemos que hablar. ¿Dónde estás?
La voz al otro lado de la línea suena ahora más jovial. El tono cariñoso casi se percibe en ella y el hombre rechina los dientes mientras espera una contestación. En el momento en el que la obtiene, se dirige al taxista.
-A Amsterdam-Centraal, por favor.
Al tiempo que el taxista enfila la calle Leidsestraat, el hombre pone el teléfono en altavoz y comienza a teclear en su smartphone.
-Estoy sacando el billete de tren en estos momentos. Sale de la estación a las 7:48 así que, teniendo en cuenta que hay un cambio en el trayecto, estaré allí sobre las 16:00 y ya lo que tarde desde allí. No te muevas de donde estás o juro por lo más sagrado que te hundo y esta vez para siempre.
-¿Por qué vienes en tren y no en avión? -preguntó la voz.
-Porque si voy en avión será más fácil localizarme y no quiero que lo hagan hasta no haber hablado contigo. Además estoy usando una tarjeta prepago que va a ser difícil de localizar, siempre la llevo conmigo para emergencias. No me puedo creer que esté hablando contigo. Lo que me apetece es estrangularte.
Al otro lado de la línea, una sonrisa se dibujó en los labios finos de quien aferraba con emoción el smartphone.
-Está bien, estaré esperando, querido.
-Más te vale, «querida».
Mientras que el tono de la mujer era dulce y esperanzado el del hombre sonó cortante y seco. El hombre colgó sin más despedida y se guardó el teléfono en el bolsillo de la camisa.

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Estambul, 8:33 de la mañana.

-Hermano... -La voz de Emre sonó fuerte y contundente en la habitación que Can ocupaba en casa de Mihriban-. Ni siquiera para el día de tu boda llevas un traje apropiado. No tengo ni idea cómo consiguió papá hacerte vestir de etiqueta en la gala del XL aniversario de la agencia.
Can estaba ante el espejo terminándose de ajustar las mangas de la camisa que llevaba bajo un chaleco azul marino cuando Emre entró. Lo miró a través del espejo con su característica sonrisa torcida y volvió a centrarse en ajustar la bocamanga. Mientras Emre se paseaba nervioso por la habitación, Can comenzó a ponerse sus sempiternas esclavas en la muñeca y sus collares. Algunos de ellos tenían muchísimo significado aunque nadie lo supiera. Echó en falta el que le había regalado a Cener. Aquél fue el regalo de un anciano, el mismo que le había dicho que dormiría en paz cuando el objeto de su anhelo descansara entre sus brazos. Qué gran verdad había dicho el hombre. Desde que podía dormir con ella, disfrutaba del descanso de los justos.
-Gracias por aceptar ser mi padrino en esta boda.
Emre buscó la mirada de su hermano a través del espejo y vio ambos reflejos. Salvo por la altura, no se parecían en mucho. Can había desarrollado un cuerpo de boxeador mientras él era de complexión más fina.
-Debería de haberte dicho que no. Ni yo ni Leyla podremos perdonaros nunca que os casarais de tapadillo.
El tono inflexible en la voz de Emre le demostró a Can que Emre estaba molesto pero la sonrisa dibujada en su rostro le convenció de que lo había perdonado hacía mucho.
-Sí, bueno, yo... Vi la oportunidad de amarrarla a mí y no la desaproveché. Además todos pensabais que seguía amnésico y mi intención era que así siguiera siendo.
Emre golpeó el hombro de su hermano con la mano abierta, se alejó un paso pero no dejó de mirarle a los ojos que se reflejaban en el espejo.
-Por cierto, ¿quiénes fueron vuestros testigos en aquélla? -preguntó serio.
-Metin y una amiga del juzgado. Todo se preparó tan deprisa que ni pensamos en ello.
De pronto, Can comenzó a reír.
-¿De qué te ríes, hermano? -preguntó Emre dibujando en su serio semblante una incipiente sonrisa.
-De la juez que nos casó. No podíamos creer que hubiéramos tenido tan mala suerte para que nos tocara la misma que os casó a vosotros.
-¿Estás de guasa? -preguntó de nuevo Emre ya sin poder contener la risa.
-No -respondió-. Casarse es una cosa muy seria y yo con estas cosas no bromeo.
-¡Dios! «La Hipnotizadora», ¿en serio?
-En serio y... Sanem no lo sabe pero he pedido expresamente que sea ella quien nos case de nuevo.
-¿Sabes que la ceremonia en lugar de diez minutos tardará al menos treinta, verdad? ¿Eres consciente de ello?
-Soy consciente, soy consciente -dijo mientras recolocaba las cadenas que colgaban de su cuello-. Pero no me dirás que no nos ha traído suerte.
-Cuestión de apreciaciones. A mí casi me da un infarto. Tenía el presentimiento de que con tanta calma y parsimonia les daría tiempo a mamá y a Mevkibe a interrumpir la ceremonia, cogernos a cada uno de las orejas y arrastrarnos a casa. Casi sucede. Pero, claro, la apreciación es en ese «casi».
-No permitiré que nadie me separe ya de ella. Ni siquiera otra amnesia. Si sucede tienes permiso para golpearme fuerte con un garrote y hacerme recordar a palos.
Emre estalló en carcajadas.
Can no hizo lo mismo, él se limitó a abrir el cajón de la mesita de noche y extraer del primer cajón la bandana que le había acompañado desde que la conoció. Jamás volvería a dejarla en el barco.
El teléfono de Emre comenzó a sonar mientras Can introducía la prenda en el bolsillo derecho de sus pantoles. Emre hizo lo mismo pero su mano se dirigió al bolsillo interior izquierdo de la chaqueta para sacar su smartphone.
-Es Bulut, Can -dijo Emre alzando la mirada de la pantalla de cristal líquido y buscando los ojos de su hermano-. ¿Crees que... ?
-No lo sé -respondió Can-, pero si no respondes -dijo señalando el smartphone- tampoco lo sabremos.
Emre pulsó el botón táctil de aceptación de la llamada y enseguida dio en el icono del altavoz.
-Lo he perdido. -La voz que sonaba al otro lado de la línea se notaba cabreada.
-¿Qué quieres decir que lo has perdido? -preguntó Emre mirando a su hermano que comenzaba a fruncir el entrecejo.
-Quiero decir lo que he dicho, Emre. Que tu padre no está, que se ha ido. Que creo que ha terminado haciendo lo que pensábamos hacer con él: narcotizarle y subirle a rastras a un avión. Salvo por lo de subirnos a rastras...
-A ver, Bulut, mantengamos la calma -comenzó Emre-. ¿Por qué crees que mi padre se ha ido?
-¿Porque sus útiles de aseo no están ni parte de su ropa tampoco? -preguntó de manera retórica y con cierto retintín en la voz el hombre que hablaba desde Ámsterdam.
-Pero... ¿a dónde ha podido irse este hombre? -preguntó Emre a nadie en particular.
-¡No lo sé! Creía que lo tenía, Emre, juro que creía que lo tenía, que aceptaría volver con nosotros a Estambul. Anoche... -dijo haciendo una pausa- se emocionó mucho cuando vio la ceremonia de la henna de Sanem. Llamé a Deren por videollamada cuando me dijo que comenzaba y puse el vídeo en la TV mediante HDMI para que Aziz estuviera presente. Mi pobre chica ni siquiera pudo disfrutar de la ceremonia, estuvo todo el rato emitiendo desde su móvil en un intento de hacerle entender que se estaba perdiendo algo único en la vida. Por cierto, Divit, si alguna vez necesitas a alguien en producción... cuenta con ella. Tiene una birria de teléfono y aun así emitió unas imágenes cojonudas. Tomó unos primeros planos de Sanem y Mevkibe mientras lloraban que casi consiguieron emocionarme a mí y luego alejó la imagen y captó a la perfección el momento en el que madre e hija se miraban con lágrimas en los ojos. Unas tomas dignas del gran Çagri Bayrak, lo que yo te diga.
En fin, sigo que me desvío. Vimos cómo se limpiaba algunas lágrimas. La llamó «su pequeña» y dijo que Can se merecía ser feliz como él nunca pudo serlo. Cuando vio a Mihriban ponerle la moneda y la henna en la mano te aseguro que se le notaba su desconsuelo, su anhelo y su pérdida. Y luego Deniz y él lloraron como niños cuando Deren enfocó primero a Mevkibe y luego a Sanem tras ese velo de tul rojo que llevaba. Te juro, Emre, que estaba convencido de que ni siquiera haría falta drogarlo. ¡Cómo no lo vi venir!
Can se pasó las manos por la cara y soltó un exabrupto mientras se frotaba el cuello y miraba al techo. Emre suspiró profundamente.
-Papá siempre ha hecho lo contrario de lo que se esperaba de él. No sé de qué me extraño -dijo Can en ese momento alzando los brazos al aire-. Sabía que no estaría en mi boda. ¿Tienes idea de a dónde haya podido ir? ¿Crees que puede estar de camino a Estambul en estos momentos? Nos casamos en dos horas -dijo Can mientras consultaba el reloj de la pared-. ¿Cuándo crees que se ha marchado?
-No tengo ni idea, Can -respondió Bulut que, en Ámsterdam, se había sentado a plomo sobre el maldito sillón donde había pasado la noche y se tiraba de los rizos negros-. Deniz y yo dijimos de quedarnos a dormir aquí con él. Deniz ocupó la habitación de invitados y yo me quedé en el sofá. Por cierto, he dormido como un tronco en un espacio mini. No me lo puedo creer. Imagino que se ha marchado entre las 23:30 y las 07:00 de la mañana que es cuando me he despertado y no le he visto. De eso hace como media hora. Es el tiempo que he tardado en espabilar a Deniz. He tenido que meterla bajo el chorro de agua fría porque no había manera de que despertara.
-Vale, vale, centrémonos -dijo Can.
-¿Hay alguna manera de contactar con alguien en las estaciones de autobuses, trenes o aeropuerto para ver dónde haya podido ir?
-Puedo mover algunos hilos. Pero creo que sólo lo sabremos con certeza si ha decido volver a Turquía. Si ha escogido otro destino... creo que lo tenemos bastante crudo, hermano -dijo Bulut-. Aún tengo algunos contactos en extranjería pero, para saberlo con certeza, necesitaríamos un hacker. Aziz puede estar en estos momentos camino de cualquier parte.
-Vale, vamos a hacer una cosa. Intenta averiguar si ha comprado algún billete de cualquier medio de transporte, revisa sus extractos bancarios, también eres su abogado, quizás por el importe sepamos a dónde haya podido ir. No sé ¡investiga! Yo tengo una boda a la que asistir y soy el único que no se puede escaquear.
-Intentaré averiguar -dijo Bulut-, pero no te garantizo nada. ¿Sigues pensando en llevártela en el barco tras la ceremonia?
-Es la idea, sí. No iremos muy lejos. Me dejaré llevar por lo que me marquen las estrellas.
-¡Qué poético! -comentó Deniz que se había acercado a Bulut con dos tazas de café en la mano-. Eres todo un poeta, Can.
-Mi hermano y sus escritos. Alguna vez deberíais leer...
Emre no terminó de hablar, Can le había arreado una colleja que por poco le separa la cabeza del tronco.
-¿Deberíamos de leer qué, Emre? -preguntó Deniz sentándose al lado de su compañero de viaje.
-Nada -respondió Can con tono seco y cortando la conversación de raíz.
Can miró a su hermano con los ojos entrecerrados e hizo la señal de rebanar el cuello si continuaba hablando, Emre silabeó un «lo siento» y de nuevo se dirigió a la pareja que les escuchaban desde el otro lado de la línea.
-Haced lo que podáis para localizar a mi padre. Mantendré la línea abierta en todo momento. Cualquier cosa, me enviáis un WhatsApp a mí, ¿entendido? Nadie más está al tanto de lo que nos proponemos hacer salvo Deren. Ni siquiera Leyla y Sanem saben lo que estamos tramando.
-Haré lo que pueda, Emre -dijo Bulut-. No está en mi naturaleza tirar la toalla en este tipo de asuntos. Si alguna vez he dejado algo a medias ha sido por voluntad propia y porque no me merecía la pena, no porque no sea concienzudo.
-Está bien -respondió Emre-. Ahora voy a colgar, tenemos una boda a la que asistir. Comunícate en cuanto sepas algo.
-Sí, lo haré, tranquilo, no te preocupes.
Emre cortó la llamada y se quedó mirando a su hermano.
-¿Qué opinas? -preguntó.
-Que no quiere volver. En ese sentido soy como él. No haremos nunca nada que no estemos dispuestos a hacer. Me duele no tenerle aquí.
-Tampoco mamá está.
-Sabes que, a mí, ella me da igual si está o no, pero, papá... papá es otra cosa.
-Deberíamos de perdonar a mamá por lo que hizo. Está muy arrepentida.
-Por mí se puede quedar con su arrepentimiento. No me vale de nada. Pasé un año en el infierno por su culpa y luego me vi abocado a vivir en el purgatorio varios meses más. No la necesito en mi paraíso.
-Acabas de hacer una disertación sobre la Divina Comedia de Dante de lo más interesante en pocas palabras -dijo Emre que miraba a su hermano con curiosidad.
-Bueno, ya sabes que lo mío siempre fue leer mucho. Mi Derya será como yo, como su madre.
-Estás muy convencido de que hay una chica en ese vientre, ¿eh?
-Bueno, vienen tres. Eso es una posibilidad de entre seis de que mi Derya esté ahí, ¿no crees? -preguntó alzando una ceja y con esa sonrisa de medio lado tan característica suya.
Emre comenzó a calcular, su hermano erraba en los porcentajes. No le corrigió, se limitó a reír y a golpearle en el hombro para finalmente abrazarlo como siempre había sentido la necesidad de hacer.
Can correspondió al abrazo. Habían pasado por tanto... pasarían por tanto... pero ahora lo hacían juntos.Recorrerían el camino juntos, apoyándose el uno al otro como siempre debió de ser.

Erkenci KuşWhere stories live. Discover now