Capítulo 54. Un beso y un adiós

6.2K 177 55
                                    

Deren se apartó lentamente de Bulut. Lo miró a los ojos y sonrió.
-¿Cuándo tienes pensado marcharte? -dijo mientras se pegaba al cuerpo de Bulut.
Bulut la rodeó con sus brazos.
-Ya lo hemos hablado esta mañana en el barco mientras refunfuñabas preparando el desayuno -dijo Bulut con una sonrisa apartando el pelo húmedo de la chica. El dorso de sus dedos acariciaron el cuello de Deren y ésta casi ronroneó con la furtiva caricia-. Me marcho en cuanto tenga vuelo. Como ya te he dicho... me llevaré conmigo a Deniz, si es que acepta... igual no quiere perderse la boda.
-Menuda boda -comentó la chica-. Un paripé más bien. A la primera no asistimos ninguno.
-Bueno, Metin y yo, sí.
Deren fue a darle un puntapié pero Bulut la vio venir.
-Si me golpeas otra vez con esos zancos que llamas zapatos juro que los lanzo por la puerta -dijo mirándola con seriedad a los ojos.
-¡No te atreverías! -gritó la chica-. ¡Son mis favoritos!
-¡Prueba! -dijo con seriedad-. Además, dudo que sigan estando servibles después de pasar por semajante baño.
Deren le sostuvo la mirada, entrecerró los ojos y apretó los dientes y, cuando él se disponía a volver a besarla, Deren dejó ir el pie y le golpeó de nuevo el mismo tobillo. Pudo girarse lo suficiente como para echarse a correr aprovechando que lo había pillado distraído. Bulut, cuyas zancadas eran el doble que las de ella, la alcanzó cuando se disponía a cerrarle las puertas en las narices. Puso el pie para evitar que ella consiguiera su objetivo y empujó con el hombro haciendo que ella trastabillara hacia atrás. La agarró de la cintura antes de que se fuera al suelo y la pegó a su cuerpo.
-Eres como la Catalina de Shakespeare, una auténtica fierecilla, ¿eh?
-Pues tú no te pareces mucho a Petruchio -le soltó ella mordiéndose ese labio del color de la cereza que le volvía loco.
-Igual me parezco más de lo que crees -le dijo acariciando su cuello con la nariz.
Las palabras le llegaron a Deren amortiguadas. ¿Cómo iba a estar semanas sin verlo?
Bulut notó la titubeante respuesta de ella. Volvió a besarla en el cuello y se enderezó. Ella se irguió con él.
-¿De qué tienes miedo, Deren?
-De que no vuelvas -dijo suscintamente-. De que me olvides. Las holandesas son impresionantes. Muy rubias y mucho más altas que yo.
Bulut la miró con seriedad, llevó una mano a la parte trasera del cuello de la chica y le sostuvo la cabeza con ella. El pelo húmedo del color de la caoba se pegó a sus dedos como finas hebras de seda.
-Deren. -El tono fue más seco del que pretendía imprimir en su nombre.
-¿Qué? -preguntó ella con el corazón palpitando desaforado en su pecho.
-No podría olvidarte aunque quisiera. Tú... me completas.
Y Bulut se marchó. Dejándola empapada de pies a cabeza a los pies de la cama de Sanem. Deren lo vio marcharse. Se quedó mirando su espalda cuando abandonaba la habitación sabiendo que no volvería a verle hasta su regreso. Esperaba que consiguiera traer a Aziz de vuelta.

-¡Dios mío! ¡Traigan un extintor y a mí denme un abanico! (Estoy combustionando)
Can se volvió hacia Mihriban y la miró fijamente.
-¿Lo he dicho en voz alta? -dijo la mujer cuando sintió la mirada de Can sobre ella y el leve codazo que le había propinado Cey-Cey que se había sentado a su lado izquierdo nada más depositar ante Sanem las cañas de azúcar.
Can sonrió con esa sonrisa torcida que solía marcar sus labios cuando intentaba contener la carcajada. De haber estado allí Güliz, se habría mordido el labio inferior y habría aguantado devolverle el gesto.
Leyla extendió la mano hacia su cuñado y educadamente le pidió un bastón de caña para probarlo. Can depositó sobre su mano los dos que le quedaban, depositó la navaja sobre la mesa al lado de las cañas sin partir y se levantó. Se quitó la camiseta mientras se dirigía hacia la piscina y la arrojó por encima de su hombro antes de tirarse de cabeza a la piscina.
Emre se levantó de su asiento en cuanto vio a Leyla morder el condenado fruto. Se descalzó a la altura de su mujer, se quitó la camisa depositándola en el respaldo del de ella y tampoco se lo pensó, con los pantalones puestos se zambulló detrás de su hermano.
-¿Se han vuelto todos locos? ¿Es hoy el día de métanse en la piscina vestidos? -dijo Leyla mientras mordisqueaba el bastoncito y miraba hacia la piscina-. Dios, Sanem, esto está delicioso.
-Cállate, Leyla -contestó Sanem casi hiperventilando.
Cey-Cey alargó el brazo hacia la primera jarra de agua que encontró y, sin pronunciar media palabra, se volcó el contenido por la cabeza. Lo hizo de manera tan rápida que el agua salpicó a Mihriban que pegó un chillido y se levantó como un resorte de su silla.
-¡Cey-Cey, hombre, ¿te has vuelto loco?! -preguntó oreándose la falda mojada de su vestido.
-¡Demasiado calor, señora Mihriban! ¡Demasiado calor!
Mihriban apretó los labios para contener la risa.
Sanem y Leyla se miraron y ellas no pudieron evitar soltar sendas carcajadas. Leyla miró a su hermana, ahora también ruborizada, y un pensamiento cruzó fugazmente su cabeza: si alguien sabía caldear el ambiente... desde luego ésos eran ellos. ¿Había habido alguna vez un momento en los que, a pesar de estar a la vista de toda una aglomeración de gente, no hubieran hecho estallar chispas a su alrededor? La respuesta era no. Ni siquiera estando enfadado, Can podía evitar emanar ese fuego que arrasaba con todo lo que había a su alrededor. Verlos bailar juntos, por ejemplo, era ver prender un incendio en la pista, sólo con mirarse ya provocaban la misma reacción que la erupción de un volcán.
Los dos hermanos salieron de la piscina cada uno por un extremo de la piscina. Emre se había dirigido hacia el lado más bajo aunque no hizo uso de la escalerilla, Can lo hizo por el más profundo impulsándose con sus fornidos brazos. Verlo salir de esa manera, con los vaqueros rotos que llevaba esa mañana arrugados empapados y pegándosele a los muslos como una segunda piel fue digno de observar.
-Aziz jamás tuvo esa planta. Ni siquiera de joven -susurró Mihriban-. ¿De dónde ha sacado toda esa musculatura?
-Creo que fue jugador de waterpolo -contestó Cey-Cey retirándose los goterones de agua de la cara.
Mihriban volvió a mirarle y comenzó a reír.
Sanem se levantó, agarró una toalla de las que Mihriban apilaba sobre el alféizar de la ventana que daba a la cocina y se acercó a Can. Leyla, al reconocer la intención de su hermana, la siguió, agarró otra de las toallas secas y se acercó a Emre. En su cruce hacia sus respectivos... ambas se miraron a los ojos, se sonrieron y se dieron la espalda.
-Bonito espectáculo acabais de dar tú y tu hermano -dijo Leyla cuando llegó junto a Emre.
-El espectáculo lo dan siempre ellos -dijo Emre señalando con la barbilla hacia el otro lado de la piscina al tiempo que tomaba la toalla de manos de su mujer y se envolvía con ella la cabeza antes de continuar con el torso-. Gracias.
-No las merece -dijo Leyla sonriendo.
Emre le apartó un mechón de pelo que le caía sobre el hombro y buscó sus tiernos ojos. El azul circaciano de sus iris eran su perdición. ¿Por qué no se fijó en ellos mucho antes de lo que lo hizo? Tuvo que estar a punto de perder la vida para darse cuenta de que tenía la verdadera felicidad justo al alcance de su mano. Lástima que no la reconociera mucho antes. Se habría evitado mucho dolor. Habría evitado mucho dolor.

-Anda, toma. Has dado un bonito espectáculo esta mañana -dijo Sanem lanzándole la toalla al pecho.
Can la atrapó al vuelo. Lo primero que hizo fue secarse el brazo derecho y luego el pecho mientras buscaba la mirada de su gacela. Una gacela que más que asustada estaba guerrera.
-El espectáculo lo has dado tú mordiendo ese bastoncito -dijo señalando hacia la mesa-. ¿No crees?
Sanem volvió a ruborizarse. Ahí estaba su chica. Pese a todo lo que ya habían vivido y seguía ruborizándose como la niña que no terminaba de dejar atrás. Se acercó a ella.
(«Cuidado, chiquita, que ha puesto su mirada de "este león te va a devorar".»)
Can se hizo el sueco pero vio como Sanem daba un paso hacia atrás. Can dio otro paso hacia ella. Giró la cabeza, un goterón escapó de su moño y cayó sobre el hombro. Sanem no pudo evitar tragar saliva y seguir el recorrido de la gota de agua que ya iba camino de su tatuaje.
(«Ese tatuaje te ha metido en más de un problema. ¡No mires!»)
Sanem sacudió la cabeza. Can siguió sin hacerle caso a la voz que seguía oyendo en su cabeza.
(«Sal corriendo, ahora, antes de que te atrape y acabes tan empapada como él. Se le ven las intenciones, querida.»)
-No me va a tirar a la piscina, estoy embarazada. Sal de mi cabeza -dijo Sanem entre dientes dando otro paso atrás.
Can dio otro hacia ella y torció el rostro hacia el otro lado buscando ya el cuello de ella.
(«¿Sabes? Me recuerda a uno de esos protagonistas de la Feehan, aquel de los Carpathos, ¿Mihaíl?»)
-Cállate -volvió a rumiar Sanem dando otro paso hacia atrás.
(«Chica, veo sus intenciones, ¡corre!»)
-Sanem -dijo Can dando de nuevo otro paso hacia ella y casi rozando con su nariz la barbilla de ella.
-¿Qué? -dijo con voz contenida la joven.
(«¡Corre!»)
-Dile a tu voz que se calle un poquito, así no hay manera -susurró en su oído.
Can se irguió, depositó la toalla en las manos de Sanem y se marchó hacia la parte lateral del porche por donde tenía entrada a la habitación de la casa de Mihriban que, durante algunos meses, se había convertido en la suya.
Sanem se quedó allí de pie, mirando la toalla un tanto estupefacta.
(«Cariño, a eso lo llamo yo dejarte en la estacada.»)
-Cariño -dijo esta vez Sanem-, ¡cállate de una jodida vez!

(¿Continuará?)

Erkenci KuşWhere stories live. Discover now