Capítulo 2. El renacimiento del Fénix

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Escena post-episodio 41

Sanem se encontraba sola en la casa. Parecía mentira que todos se hubieran ido de repente y la hubieran dejado sola.
De pronto, escuchó gritos lejanos. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Fuego? ¿Había escuchado la palabra fuego? ¿Y no era ésa la voz de Unot?
-Fuego en la cabaña del señor Can. ¡Fuego!
¿En la cabaña de Can? ¿Qué era esto... otra pesadilla más de la que tendría que despertar?
Salió corriendo hacia el lugar y, llegando allí, constató con calma que, pese a que la cabaña estaba envuelta en llamas, él estaba justo a unos pasos. Respiró aliviada pero esto sólo fue por un instante inferior al de un latido porque el aliento se le quedó atascado en la garganta cuando vio a Can correr hacia el edificio, dar una patada en la puerta y desaparecer por ésta para internarse en el infierno de llamas.
Le faltaba el aire, no podía respirar. Intentó correr tras él pero se lo impidieron. Varias manos y brazos la retenían. Su cuerpo había sido frenado en seco pero su mente y su alma habían volado junto a Can al interior de la cabaña. El fuego que la rodeaba era el mismo fuego que ardía ahora dentro de ella. Fuego de angustia, fuego de dolor. El mismo fuego que había intentado mantener a raya durante mucho tiempo y que la había llevado a perderse.
¡Dios, si a él le pasaba algo... !
Sanem comenzó a gritar. Sus gritos le llegaban a ella misma como si fueran los de un personaje de una película de terror.
-¡Can! ¡CAN!
(¿En qué demonios estaba pensando el maldito estúpido?)
-¡Can! ¡CAN!
(¿Por qué demonios había entrado en ese infierno?)
-¡Can! ¡CAN!
(No había nada en este mundo que pudiera valer más que su vida.)
-¡Can! ¡CAN!
(Por favor, soltadme, necesito correr hacia él y comprobar que está bien.)
-¡Can! ¡CAN!
Los gritos de angustia se sucedían a su alrededor pero ella solo podía gritar con desespero el nombre del hombre al que amaba.
-¡CAAAN!
(Por Dios, sal de ahí, vuelve a mí.)
Oyó ruido de cristales rotos a lo lejos. En su desesperación, no se dió cuenta de que las miradas de todos se desviaban hacia una de las ventanas que había estallado en mil pedazos cuando una bolsa oscura la atravesó. Sanem solo sintió que el agarre al que estaba siendo sometida se aflojaba en el mismo momento que una figura atravesaba la puerta de la cabaña.

Lo primero que vio Can fue a Sanem correr hacia él con la mirada enloquecida.
Acababa de pisar zona segura y nada podía haber sido más estimulante que ser ella lo primero que viera. Sanem se paró ante él, a tan sólo un aliento de distancia, con los puños cerrados y Can se vió literalmente asaltado por una lluvia de golpes.
Can la dejó descargar en él su aflicción mientras la adoraba con la mirada.
-¡Estúpido! ¡Maldito estúpido! ¡Podrías haber muerto!
Hablaba atropelladamente. Como cuando estaba demasiado nerviosa.
-¡Podrías haber muerto! -dijo de nuevo-. ¡Podrías haber muerto! -repitió mientras no dejaba de golpearle.
Can la agarró firmemente de los brazos. La separó un poco de él pese a que lo que realmente quería era fundirla en un abrazo y buscó su mirada.
Funcionó. En cuanto ambas se entrelazaron, Sanem se calmó y, cuando la mirada desesperada dio paso a la de amor y esperanza, Sanem le preguntó con voz rota.
-¿Qué era tan importante para arriesgar así tu vida? ¡Dime, ¿QUÉ?!
Can le acarició con ambas manos la piel sedosa de su rostro. Fue como volver a vivir. La sensación de sus dedos al tocar las mejillas de ella le transmitieron el mismo fuego y pasión de siempre y a él la paz y el equilibrio que tanto había buscado durante meses.
Sólo una palabra brotó entonces de los labios masculinos en ese momento de manera suave mientras apoyaba la frente en la de ella.
-Tú. (Tú y todos los recuerdos que siempre he llevado conmigo.)

Erkenci KuşWhere stories live. Discover now