Capítulo 13. ¿Coincidencias o Destino? (Parte II)

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La sonrisa de Sanem era amplia. No podía evitarlo. Por primera vez, en mucho tiempo, era realmente feliz. Habían ocurrido tantas cosas en tan poco tiempo...
Se miró al espejo mientras se atusaba los cabellos. Sus dedos se toparon con el clip que Can le había regalado el día anterior y mil mariposas volaron en su estómago. ¿Cuándo había sido tan dichosa? Sabía que la respuesta era afirmativa pero había pasado tanto tiempo rodeada de tinieblas que todo parecía haber sucedido en un sueño, un hermoso sueño.
Volvía a tener un secreto. Un secreto de nuevo compartido con Can.
Sanem cogió el bote de crema, esa crema cuya fragancia le había reportado tantas alegrías y, en algún momento, también mucho dolor. Abrió el recipiente e introdujo dos dedos en la untuosa sustancia. Se aplicó en las muñecas y en el cuello y rebuscó entre todos sus abalorios una gargantilla que combinara con su nueva pulsera.
Se volvió a mirar en el espejo y buscó sus ojos. ¿Ese brillo que ahora tenía había estado ahí alguna vez? Si así fue... no lo recordaba. Le era esquivo también el recuerdo del latir errático de su corazón y ese palpitar de sus venas.
Hoy se verían de nuevo. Después de lo ocurrido en el barco, después de lo ocurrido en el embarcadero. Después de todo lo ocurrido.
Lo amaba desde el primer momento. Nunca pudo evitarlo y nunca se lo negó a sí misma por más que lo hubiera intentado ocultar a los demás. Lo amaba sin saber siquiera quién era. Lo amó desde el mismo instante en que sus labios se fundieron en un beso abrasador en la oscuridad y sus miradas se encontrasen por primera vez en aquel tan lejano día, su segunda día de trabajo en la agencia.
Ahora ella era la dueña del 49% y él no tenía acciones ninguna en Fikri Harika, la empresa que fundó su padre y, que tras su marcha, fue a la quiebra.
Daría parte de su vida por volver a aquellos tiempos donde trabajaban codo con codo pero sabía que aún no había llegado el momento.
Volvió a mirarse en el espejo. ¿Le resultaría atractiva con ese vestido de cuadritos vichy blanco y rojo adornado con margaritas? Su sonrisa se amplió. Para ella... él estaba siempre cañón. Daba igual qué se pusiera o cómo se recogiera o dejara suelta su melena, para ella él siempre estaba imponente. Le gustaba, y mucho, su nuevo look de hombre de las cavernas pero es que volvía a decirse que no era su aspecto, era la esencia en sí de Can, lo que la volvía loca.
Sanem deslizó una última vez sus manos por el pelo retirándose algunos mechones de la cara y procedió a intentar ocultar el clip fijado en un mechón de sus cabellos. Se giró con la intención de salir de la habitación y nuevamente no pudo evitar verse reflejada en el espejo. Se guiñó un ojo a sí misma mientras una voz por encima de su cabeza le decía: "No seas tan presumida, respira y échale valor".
-Es la segunda vez que estoy de acuerdo contigo -dijo a la nada.
Se encontró con Can en el jardín delantero de la galería vidriada. Su aspecto salvaje se veía aumentado por ese aura de resolución que hacía tiempo no distinguía en su mirada. Estaba realmente atractivo con esa camisa caqui semiabrochada y esos pantalones. La verdad es que si estuvieran solos en la casa se abalanzaría sobre él y se lo comería a besos.
Can la observó con detenimiento mientras se acercaba. Su sonrisa se amplió cuando vio el intento de la chica de ocultar el clip de sus cabellos. Cualquiera que la mirara se daría cuenta que lucía en ellos una pieza igual a la que él mismo lucía.
Se aproximaron el uno al otro sin apartar la mirada y, cuando estuvieron a escaso medio metro, se pararon. Sanem le observó de arriba a abajo. Can acercó su rostro hacia ella e inspiró. Incluso a esa distancia podía percibir el cálido aroma que nunca la abandoba.
-Estás muy guapa esta mañana -dijo-. ¿Sabes que para mí no es nueva esta sensación de vértigo a tu lado? -añadió en un susurro.
La chica enrojeció.
-No sigas por ese camino. Ahora mismo, no. He venido a hacerte una propuesta.
-Espero que sea de las indecentes -dijo en tono quedo mientras acercaba el rostro al de ella. Casi rozaba con sus labios la oreja de ella.
-¡Can! Alguien podría vernos, compórtate, por favor.
-¿Y qué? No voy a esperar mucho tiempo antes de decirle a todos que eres mía, Sanem Divit -dijo mientras acariciaba el mechón de pelo donde lucía el clip.
Sanem carraspeó y se apartó de él.
-Caaan -dijo Sanem en un intento de llamarle al orden-. Can, ¿tal vez te gustaría convertirte en socio de la agencia? -preguntó de sopetón y sin tomar pausa para respirar-. Quiero decir que vamos a...
-Está bien -contestó Can sin pensárselo.
-¿Disculpa? -Sanem pensó que no había oído bien. ¿Tan fácil sería aquello?
-¿Un saludo romano? -preguntó Can.
-Claro -contestó la chica.
Sanem extendió el brazo y Can colocó la mano en el antebrazo de la chica a la par que ella, de manera nerviosa, hacía lo mismo en el antebrazo de él. Ambos se miraron a los ojos y Can aprovechó para tirar de ella y acercarla a su cuerpo.
-Mejor un beso francés para cerrar este acuerdo. Abre la boca, amor.
Y la besó. La besó tan solo unos pocos segundos pero a ellos les tendría que bastar para un buen tiempo.
-Búscame a la noche -dijo Can-. Emre me espera.
Can, por primera vez en su vida, fue el que la dejó allí aturdida en lugar de ser ella quien le dejara anhelante como aquella vez en el teatro. La noche donde Sanem descubrió que él y su Albatros eran el mismo hombre.
Tardó solo un minuto en reaccionar pero fue suficiente para que le hubiera perdido de vista.
¿Había dicho que iba en busca de Emre? Emre estaría donde Aziz... eso era... en la casa de Mihriban. Se sujetó las faldas con las manos y echó a correr en aquella dirección; llegó a tiempo de escuchar como ambos hermanos se saludaban y se escondió tras un seto.
-Emre.
-Hermano -contestó Emre cuando vio que Can se sentaba en la otra silla del porche a su lado.
-He vendido el barco -dijo Can.
-Lo sé -contestó Emre-. ¿Por qué lo has hecho?
-Porque es lo único que tenía a mi nombre. Lo compré con el dinero que me dieron por nuestra cabaña -dijo refiriéndose con ese nuestra a Sanem y él-. No me hubiera deshecho de ella jamás de haber tenido otra alternativa. Aquel lugar era ella. Pero la vendí porque necesitaba alejarme de todo. He sobrevivido durante este año porque también vendí mi estudio en Nueva York. Aún dispongo de dinero para vivir acomodadamente durante un par de años más, ya sabes que siempre me he apañado con poco, así que... ese dinero es para vosotros. Para ti y para papá. De haber sabido cómo estaba la situación igual hubiera regresado antes. Pero no podía enfrentarme a Sanem. Aún puedo ver en mis pesadillas su rostro cuajado de lágrimas en aquel hospital diciendo que me fuera.
Can se echó hacia delante y apoyó los codos en las rodillas, enterró la cabeza entre sus manos y se tiró de los cabellos.
Emre le palmeó la espalda.
-Todo necesita su tiempo, hermano -señaló Emre-. Ella te quiere. Nunca ha dejado de hacerlo, créeme, lo sé. Ella no te ha olvidado ni tú a ella tampoco. Todo se arreglará. Leyla me dijo una vez que los problemas que parten de lo económico tienen arreglo, que no son problemas. Una enfermedad, una muerte, ésos sí son problemas de verdad. Los dos estáis sanos ahora y juntos sois más fuertes de lo que jamás nadie puede serlo.
Can se echó hacia atrás en la silla y miró hacia la piscina.
-Cada noche que he pasado alejado de ella ha sido una auténtica tortura. De no haber sabido nadar... Más de una vez me entraron ganas de saltar por la borda para acabar con todo.
-¿Qué estás diciendo, Can? ¿Te estás oyendo? -Emre sabía que lo había pasado mal, que el año de su hermano, al igual que el de Sanem, había sido duro y complicado pero no hasta ese punto.
-"A veces, la mente recibe un golpe tan brutal que se esconde en la demencia. Puede parecer que eso no es beneficioso, pero lo es. A veces, la realidad es solo dolor y, para huir de ese dolor, la mente tiene que abandonar la realidad".
-Hermano, ¿qué coño estás diciendo? -Emre le miró. Se levantó de la silla y se acuclilló frente a su hermano poniendo las manos en las rodillas de Can.
-Lo leí en un libro. "El nombre del viento" de Patrick Rothfuss. Fueron las palabras que me vinieron a la mente cuando Nihat me arrinconó y me soltó que Sanem había tenido que ser ingresada en una clínica. ¿Cómo voy a compensarle eso, Emre? ¿Eh? -preguntó Can fijando su oscura mirada en la mucho más clara de Emre.
-Yo te lo diré, hermano -le interrumpió el otro-. Con amor. Amándola como sé que la amas, permanenciendo a su lado y no volviendo a huir.
Sanem ya no pudo escuchar más. Con lágrimas en los ojos se dio la vuelta y enfiló con paso firme hacia la casa. Sabía lo que tenía que hacer.
-¡Sanem! -El grito fue de CeyCey que la interceptó a mitad de camino.
-Ahora mismo, no, CeyCey. Tengo algo realmente importante que hacer.
-De acuerdo. Solo venía a decirte que Deren os está buscando a Can y a ti para buscar el slogan...
-Ahora, no, CeyCey -le interrumpió Sanem.
Le dejó con la palabra en la boca y salió rauda hacia su laboratorio en la parte trasera de la propiedad.
Allí buscó su nuevo teléfono y marcó un número internacional. Cuando por fin descolgaron, escuchó un saludo femenino en inglés.
-Hola, Sarah -dijo Sanem en turco y la otra pasó al turco también-. ¿Está tu marido en casa? -preguntó a bocajarro.
-Hola, Sanem, querida. Hacía muchas semanas que no sabíamos de ti. Nos hemos enterado de que Can ha vuelto, ¿es cierto?
-Sarah, no tengo mucho tiempo. Pásame a tu marido, por favor.
Sarah se quedó un tanto inquieta tras llamar a su marido para que se pusiera al teléfono y hablara con su amiga. Cuando él se puso al aparato se pegó al otro lado del auricular para intentar escuchar. El hombre miró a los ojos de su mujer preguntándole con la mirada qué estaba haciendo. Por toda respuesta solo obtuvo un gesto de silencio con el dedo sobre los labios y una señal para que continuara hablando.
-Dime, Sanem.
-Necesito dinero y un favor. ¿Sigue en pie tu oferta? -preguntó sin ni siquiera saludar al hombre.
-¿De cuánto dinero hablamos y de qué favor? -preguntó el hombre.
-¿Sigues teniendo el mismo abogado?
Ante la afirmación del otro, Sanem comenzó a relatar lo que quería de él. Estuvieron hablando durante pocos minutos. A Sanem se la notaba agitada y, por primera vez en mucho tiempo, una cierta chispa de la olvidada jovencita se dejaba entreoír en su tono de voz. Intercambiaron las habituales frases de cortesía al despedirse y colgó.
En Estambul, la joven sonrió de oreja a oreja.
En Manchester, una pareja se miraba entre la sorpresa y la estupefacción.
-Ha aceptado la oferta. Necesitamos hablar con tu tío Paddy. Ahora -dijo el hombre.
-Aún no me lo puedo creer. Porque lo he oído de sus propios labios. Dijiste que jamás se prestaría a esto.
-No lo ha hecho por ella. Ella nunca hace las cosas por ella. La ha aceptado por Can, Can siempre estará para ella por encima de todo, hasta de sí misma. Ocurrió lo mismo con lo de Fabri.
Sarah tomó la mano de su marido.
-¿Volvemos a Turquía entonces?
-Sí. Quiero estar allí este fin de semana. Avisa a tu tío y a mi hermana.
Sarah le apretó los dedos y acarició el anillo de boda que su marido tenía en la mano izquierda.
-Creo que le voy a dar la alegría de la década. El libro le encantó. ¿Participarás en el proyecto? -preguntó Sarah.
-No lo dudes ni por un momento -dijo al tiempo que la besaba-. Sanem es para mí como otra hermana.

Tres días después.
Sanem recibió un sobre con documentación confidencial mientras preparaba en el jardín el desayuno para todo el equipo. Tuvo la mala fortuna de que se lo entregaran delante de Can.
-¿Qué es eso? -preguntó- Parece importante.
Por toda respuesta, Sanem le dio la espalda. Abrió el precinto, echó un vistazo a su interior y vio la documentación que allí había. En el fondo descubrió el objeto metálico que con tantas ansias había esperado que llegara. Sonrió y se volvió hacia Can.
-Las llaves -dijo tendiéndole la mano.
-¿Qué llaves? -preguntó Can desconcertado.
-Las de tu coche, las de tu Mercedes clase X -dijo Sanem.
-Quieres conducir mi coche. -Can torció la sonrisa y la miró con sorna-. Estás loca -dijo mientras hacía el gesto de la locura con la mano cerca de su sien.
-Las llaves -repitió Sanem tendiendo la mano.
Can la miró a los ojos. Solo veía determinación. Si no le daba las llaves igual era capaz de comenzar a buscarlas ella misma en sus bolsillos. Bueno, bien pensado, igual no era tan mala idea. Podrían empezar un juego de lo más interesante.
-Las llaves, Can. No me hagas volver a repetírtelo.
Cuando Can se las tendió, Sanem, se puso el sobre bajo la axila, cogió una servilleta de encima de la mesa y atrapó la mano de Can al tiempo que le arratraba hasta el vehículo.
Le abrió la puerta del copiloto y le instó a entrar. Can se subió y se abrochó el cinturón. No sabía de qué iba todo aquello.
-Me alegra que seas tú quien me secuestre esta vez. No creas que voy a quejarme, amor -dijo mientras veía como ella tiraba el sobre hacia el asiento trasero.
Sanem comenzó a reír. Desdobló y volvió a doblar la servilleta.
-Te voy a llevar a un lugar y te voy a llevar a ciegas. No tardaremos mucho.
-¿Me vas a poner una venda en los ojos? Te recuerdo que la última vez, además, tuviste que darme de comer y de beber.
Sanem se acercó a Can con la servilleta doblada a su gusto y procedió a vendarle los ojos con ella.
-¿Listo? -preguntó la chica.
Can la buscó a ciegas. La atrapó de milagro y la acercó a él. Subió las manos hasta tocar el rostro y la acercó a él. El olor tan característico de ella le nubló los sentidos.
-Estoy más que listo.
Y la besó. Fue un beso rápido, tan fugaz que apenas si le dio tiempo a disfrutarlo. Can oyó como se cerraba la puerta del coche al tiempo que también oía la risa cantarina de la muchacha. Luego también escuchó cómo se abría la del piloto y se volvía a cerrar.
-Pues vamos allá.
Sanem arrancó el coche. Las manos le temblaban mientras conducía.
-¿Puedo hablar o también tengo que permanencer mudo? -preguntó con guasa Can.
-Ya llegamos, unos minutos más. No vamos tan lejos.
Pero el camino se hizo eterno para Sanem pese a las continuas bromas que le iba gastando Can sobre secuestros. Llegó a decirle que era una lástima que no le hubiera cargado al hombro. ¡Como si ella pudiera con semejante mastodonte!
Sanem giró por un camino secundario y enfiló finalmente hacia su destino.
Paró el coche y echó el freno de mano. Abrió su puerta, la cerró, abrió la puerta trasera, recogió el sobre tirado de cualquier manera sobre el asiento, cerró la puerta trasera del vehículo y rodeó el coche por delante para abrirle a Can la suya y ayudarle a bajar.
La risa de Can, esa risa tan especial y que no había escuchado en tanto tiempo, llenó los oídos de Sanem.
Ayudó a Can el corto camino que la separaba de su destino. En un momento determinado le hizo que se parara. Abrió el sobre y metió la mano dentro hasta dar con el objeto metálico que allí había.
-¿Preparado? -preguntó al tiempo que se oyó un suave tintineo cuando Sanem sacó el llavero del interior del sobre. Agarró la mano de Can y puso la palma hacia arriba. Allí depositó las llaves.
-¿Preparado para qué? -las carcajadas de Can ya parecían cosa de risa floja.
Sanem se colocó detrás de él.
-Para esto -le dijo al tiempo que retiraba la venda-servilleta de los ojos masculinos.
El sol incidió sobre los ojos del hombre tan fuerte que, por un momento le dejó ciego. Cuando la vista se le aclaró no pudo más que enmudecer ante lo que vio.
-Es nuestra, Can. Vuelve a ser nuestra.

(¿Continuará)

Erkenci KuşWhere stories live. Discover now