Capítulo 1. El regreso de Albatros

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Escena post-episodio 40

Can siguió la trayectoria de la baliza de localización que había extraído del cuadro de mandos del barco mientras ésta caía al mar. Estaba roto, destrozado.
No era la primera vez que leía esas palabras. Palabras que ya le habían marcado en el pasado, que regresaban para atomentarle en el presente y le seguirían allá donde fuere en el futuro. Palabras que llevaría por siempre marcadas en el alma. Palabras escritas en un cuaderno de notas que había sido destruido, el cuaderno de notas de Sanem.
¿Realmente había pasado un año o toda una vida?
Era consciente del dolor que le había causado pero, lo que jamás se le habría podido pasar por la cabeza era que las heridas de Sanem fueran tan profundas que la habían cambiado, sus marcas eran tan profundas como las que él tenía. Su alegre chica de los recados, su Sanem, ¿estaría perdida para siempre?
Nadie volvería a encontrarle, acabaría perdido en el mar como perdida estaba su alma sin ella.
Ya no le quedaba nada, ni siquiera esperanza.
Con gran pesar, miró hacia el mar y con un pesar aún mayor se atrevió a mirar hacia el embarcadero.
El aliento se le cortó. Allí estaba ella, sentada en el suelo, con el cabello al viento y algo entre sus manos. Casi podía oír el sonido de su llanto. No se lo pensó, se tiró al mar y nadó desesperadamente hacia ella.

Sanem permanecía con la mirada perdida, entre sus manos, el anillo de pedida hecho con la piedra lunar que ella misma había visto romperse. De aquélla sólo quedaba el pequeño fragmento que una vez había lucido en su dedo. Se aferraba con desesperación a él, con el corazón nuevamente resquebrajado en mil pedazos. Se aovilló en el suelo mientras las lágrimas se le escapaban sin que ella pudiera controlarlas.
Había aprendido a convivir con el dolor, con la pérdida.
Un año entero, toda una vida.
Pero, el haberlo visto de nuevo había despertado en ella sentimientos que creía estaban ya muertos; como lo había estado ella.

Can apoyó las manos sobre la firme madera, tomó impulso y se elevó sobre la plataforma. Caminó hacia ella, aproximándose lenta y silenciosamente. El llanto era desgarrador, un puñetazo no dolía tanto. Se agachó al lado de su pequeño pájaro soñador y la elevó en sus brazos. Había perdido peso, la había notado más delgada que cuando la dejó en aquel hospital pero jamás pensó que la iba a sentir tan frágil entre sus manos.
La acomodó en sus brazos y ella buscó el calor de su cuello donde enterró la cara. Se aferró a él con desesperación y notó cómo el corazón volvía a encontrar el latido.
-Jamás he podido olvidarte -dijeron al unísono.
Can la llevó hasta la casa, la dejó sobre la cama, se deshizo de la ropa empapada y se acostó a su lado.
-Una vez me pediste que me quedara contigo hasta que te durmieras, hoy soy yo quien te pide que me dejes dormir a tu lado. He sido incapaz de dormir por más de dos horas desde que no estás a mi lado.
Ella se enroscó a su alrededor. Él olía a mar, a sal y a ese olor a violeta oculta que impregnaba su piel. Olía a Can.
Se acercó tanto a él que casi parecía estar intentando entrar en su piel, posó su mano sobre el albatros tatuado y, con las lágrimas aún derramándose de sus ojos, una sonrisa en los labios y menos dolor en el corazón... ambos cayeron en un profundo sueño.

Y fue así como les encontró CeyCey por la mañana...

Erkenci KuşWhere stories live. Discover now