Capítulo 10. El encuentro de Can

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En el capítulo anterior...
No había terminado de ajustar el dije cuando un fuerte golpe procedente del camarote le sacó de su ensimismamiento.
Se guardó la cadena-pulsera en el bolsillo del pantalón y, literalmente, voló hacia donde procedía el ruido.
Con manos temblorosas giró la llave de la cerradura y abrió con apremio la puerta. Su vista fue directa hacia la joven. Estaba tirada en el suelo.
Corrió hacia ella y la levantó en sus brazos. Salió del camarote y la depositó sobre uno de los bancos acolchados de cubierta.
-Sanem... -Le acarició el cabello mientras intentaba despertarla-. Sanem.
La chica abrió los ojos y le miró. Sus miradas quedaron prendidas la una en la otra. Los rostros tan cercanos que ni la brisa podía flotar entre ellos.
En los labios de Sanem afloró una sonrisa tan amplia que hubiera iluminado la noche más aciaga.
Sanem recordó todas y cada una de las palabras que había leído en el Cuaderno de Bitácora de Can, posó la mano sobre el albatros tatuado y habló.
-Eres mío, Can Divit.
...
Can la atrajo hacia sí.
-Te equivocas, Sanem Aydin -le dijo-. Tú eres mía.
Y la besó.
Sanem le pasó los brazos por el cuello y le correspondió al beso.
La brisa cálida de la mañana revolvió sus cabellos mientras el beso se profundizaba. Esta vez, Sanem no dudó en entreabrir los labios y Can aprovechó la oportunidad para deslizar la lengua entre ellos buscando la de ella.
Sanem se movió para acomodarse sobre el respaldo acolchado subiéndose en el muslo izquierdo de Can y, al hacerlo, algo se le clavó en la cadera.
-¡Ay, qué dolor!-gritó la chica mientras se apartaba casi de un brinco-. ¿Qué tienes ahí? -dijo señalando hacia la cadera masculina.
Can la miró en un principio desorientado y luego comenzó a reír.
-Sanem, en serio, ¿de verdad necesitas que te responda a esa pregunta después de... ya sabes... lo de anoche? -le preguntó guiñándole un ojo.
Sanem le miró a los ojos y luego bajó la vista hacia el regazo de Can donde su erección era más que evidente. No pudo evitar ruborizarse.
-No me refiero a tu entrepierna -soltó de sopetón-. Sino al bolsillo. Me acabo de clavar algo.
-¿Al bolsillo? -Can estaba descolocado. ¿El bolsillo? ¿Qué bolsillo? No atinaba a pensar en otra cosa que en regresarla a su regazo y continuar con el beso de tornillo que habían iniciado. Pero, de pronto, la luz prendió en su cerebro.
-¡Ah, sí, bueno, es... es... un regalo! -Fue el turno de Can de ruborizarse.
-El único regalo que siempre he necesitado eres tú -susurró Sanem mientras acariciaba la mejilla cubierta por la barba-, ya lo sabes.
Vio que Can respondía con su característico movimiento de brazo, ése que usaba cuando se sentía avergonzado a la vez que halagado. Allah, Allah, lo había echado tanto de menos...
Con dificultad, ya que tenía a Sanem sentada prácticamente sobre su muslo, Can metió la mano en el bolsillo izquierdo al tiempo que le decía que cerrara los ojos y el hombre sacó la pulsera creada esa misma madrugada a partir de su cadena. Había engarzado los eslabones de tal manera que había conseguido una pulsera de cuatro vueltas.
Can cogió la mano derecha de la chica y abrochó la pulsera en su muñeca. El peso llevó a Sanem a abrir los ojos y centrar su vista en el hermoso regalo.
-¡Can! ¡Es preciosa! ¿Qué historia tiene?
Can sonrió. Ahí estaba su intuitiva chica. Ella jamás le defraudaba con sus análisis de situaciones. Extendió la mano hasta posarla en los cabellos de Sanem y de ahí comenzó una caricia por la sien, la mejilla, el mentón y fue descendiendo por el cuello, el brazo y la mano izquierda. Entrelazó los dedos con los de ella y la hizo girar para acomodarla entre sus piernas, hasta que la espalda de Sanem se apoyó en su pecho. Siguió acariciándola hasta que sus manos rodearon la muñeca con la recién estrenada pulsera.
-Deja de hacer eso -murmuró Sanem.
-¿El qué? -susurró Can a su vez.
-Acariciarme de esa manera. Logras que me derrita.
-Ésa es la intención.
Sanem giró el rostro y sus miradas quedaron suspendidas la una de la otra. Acercó la nariz a la de Can y la rozó con un tierno beso esquimal.
-Si no empiezas a hablar ahora no vas a poder hacerlo en un buen rato. Tengo ganas de comerte.
Can carraspeó intentando salir de su aturdimiento.
-Bueno, sí... -atinó a decir mientras consiguió, no sabía cómo, desprenderse de la mirada hipnotizadora de Sanem y centrarla en la pulsera. No le había sido fácil.
Comenzó a girar la pulsera.
-Cada una de las piezas de la que está compuesta esta pulsera proviene de una parte del mundo que he visitado. En todos y cada uno de los lugares tú seguías muy presente. Estabas siempre conmigo, en mis recuerdos. No podía abandonar ningún lugar sin hacerme de algo para ti.
-¡Oh, Can! Entonces, ¿por qué... ?
-Déjame hablar -la acalló sabiendo de antemano lo que iba a decirle. Dejar que lanzara esa pregunta sería comenzar una discusión que no quería mantener ahora. Sabía que era necesario pero... no en estos momentos-. Siempre te he llevado conmigo, Sanem -continuó-. Ya te lo dije. Nada sucedió sin ti. Fue todo una gran nada. Pero cada día me levantaba, después de haber dormido a lo sumo un par de horas y, si había llegado a puerto, vagaba por las calles de la ciudad de turno. Todas y cada una de estas piezas fueron elegidas por mí para ti. -Can seguía girando la pulsera entre sus manos cuando la vista se centró en la pieza que estaba buscando-. Todas, menos ésta.
Sanem bajó la vista y vio el charm que señalaba Can. Era un trébol de cuatro hojas, en el centro del mismo tenía una piedra, parecía una amatista y, en cada una de las cuatro hojas que conformaban el trébol, había palabras escritas en varios idiomas.
-Esta pieza fue el regalo más inesperado que pudieran hacerme, el más extraño también. Fue una chica. -Ante la mención de una mujer Sanem se puso rígida y Can sonrió, ahí estaba de nuevo esa reacción celosa de su chica.
-¡No te rías! ¡No tiene ni pizca de gracia!
-No es lo que piensas. ¿Quieres oír la historia?
Sanem no estaba del todo segura. Igual terminaba arrancándole los ojos pero aun así asintió. Can volvió a acomodarla contra sí y la abrazó. Comenzó a relatarle, con su voz profunda y melódica, la vivencia más rara vivida hasta la fecha y eso que tenía algunas bien asombrosas.

Del Cuaderno de Bitácora de Can
23/Junio/2018

Hoy he tenido una de las experiencias más extrañas de mi vida.
Esta mañana he llegado a la ciudad de Málaga, España. Tenía falta de víveres y uno de los pescadores que regresaban de faenar me ha indicado como llegar hasta el mercado. No me ha sido muy difícil comunicarme con él. He recurrido al italiano y más o menos nos hemos entendido. No estaba muy lejos de dónde he atracado mi embarcación así que he ido dando un paseo hasta lo que los autóctonos llaman Mercado Central pero que en realidad es el Mercado de Atarazanas. No es un mercado excesivamente grande, los he visto mucho mayores pero he podido encontrar todo lo que necesitaba. Me he provisto de fruta fresca, aquí hay más variedad de la que pensaba, carne y frutos secos. Lo bueno de viajar por Europa es que he rodeado toda su costa con la misma moneda. He pisado puerto en Grecia, Italia, Francia... algunas ciudades costeras de España antes que ésta también pero ha sido poner pie en esta ciudad y sentir algo diferente.
Málaga es una ciudad brillante, vibrante pese a que todo su centro histórico está levantado por las obras del metro; aun así es una ciudad en la que apetecería vivir, establecerse. Como digo, tiene algo. Algo parecido a estar en casa. He tenido una sensación maravillosa mientras paseaba por sus calles, era como si la propia ciudad guiara mis pasos y yo solo tuviera que dejarme guiar. He logrado algo de paz y armonía. Ha sido fugaz porque mi corazón hace meses que lo dejé en Estambul.
He regresado pronto al barco con mis provisiones que espero que me aguanten hasta llegar a las Islas Canarias pero algo me ha llevado a salir de nuevo y caminar por esas calles bulliciosas. No sé qué ha sido pero era como si mi brújula interior me marcara un camino y yo solo tuviera que seguirlo.
Comencé a caminar sin rumbo fijo y mis pasos me han llevado hasta el Palmeral de las Sorpresas. Ningún nombre mejor para este mágico lugar desde donde se divisa el mar abierto. Entré por las puertas de lo que antiguamente era la Aduana y, al ver la noria que allí se erige, he vuelto a pensar en ella. Aquel día en el parque fue uno de los mejores, y a la vez de los peores, de nuestra relación.
Echo la vista atrás y no puedo sino estremecerme de temor. Aquella vez fui yo quien le dijo que no quería volver a verla. Como en otras ocasiones más.
He dejado atrás la noria y he intentado hacer lo mismo con mis recuerdos pero éstos me persiguen. Vagué sin rumbo cierto y en un momento dado el corazón se me ha parado. Por un momento me ha parecido verla. Mi subconsciente me ha jugado una mala pasada. Y luego, de nuevo, frente a mí, ahí estaba ella. O eso creía. Desde lejos estaba seguro que era ella.
La chica era morena, con el pelo suelto hasta poco más abajo de los hombros, llevaba una camiseta blanca de manga corta de cuello cerrado y con los hombros al aire, igual que aquella negra tan sexy de Sanem que me volvía loco. La brisa del mar de Alborán ha agitado la falda larga de seda roja estampada que llevaba y la ha separado por la amplia apertura dejando ver su pierna. No era ella. No era Sanem aunque por un momento el corazón se me paró.
Algo en esa solitaria figura me hizo acercarme.
La mujer estaba ensimismada en sus pensamientos. Los cabellos sueltos del mismo tono que el de Sanem flotaban en el aire. Las manos abiertas las tenía apoyadas sobre el cristal de seguridad de la baranda del puerto y la mirada perdida en el mar. Casi pronuncio el nombre de Sanem pero en ese momento la joven debió sentir mi presencia porque se volvió y me miró. Juro que he visto los mismos ojos de gacela de mi pájaro soñador. El impacto que esa mujer provocó en mí es el mismo que creo haber provocado en ella porque se puso blanca como la tiza. Por un momento creí que se desmayaba. Se mantuvo en pie de milagro, lo juro; y, en ese instante, un nombre salió de sus labios: "¿Sean?".
Solo atiné a decirle, recurriendo de nuevo al italiano, "Me llamo Can".
Ella me observó. Se veía que estaba conmocionada. Tanto como lo estaba yo mismo.
La mujer dijo entonces: "Lo siento, necesito sentarme".
Me acerqué más a ella y la cogí del brazo. Me dio la sensación de que en cualquier momento se desharía y se convertiría en aire. Comenzó a temblar como una hoja. La conduje a uno de los tantos bancos que hay en ese paseo.
Los dos dijimos a la par "Pensé que eras... un fantasma".
Buscó mis ojos, estudió mi rostro. Curiosamente no me sentí violentado. Casi estaba haciendo lo mismo con ella. Finalmente dijo "Perdona" y luego hizo algo del todo inesperado. Me acarició el mentón. Me miró a los ojos y me dijo: "El verdadero amor no entiende de orgullo solo conoce la esperanza. Vuelve a mí, mi irlandés errante".
Luego se quitó uno de los pendientes que llevaba y lo puso en mi mano. En aquel momento solo acerté a decir: "No soy irlandés, soy turco". Pero encerré en el puño el presente que me había dado.
Ella solo sonrió, como si supiera algún tipo de secreto. Mientras se marchaba juro que la oí decir: "Dáselo a tu chica. Vuelve a ella, turco errante. La víspera de San Juan siempre trae la respuesta de los deseos más ocultos".
Cuando finalmente se hubo ido, bajé la vista hacia el regalo. Era un trébol de cuatro hojas con una amatista en el centro. En las hojas, en cada una de ellas, había palabras escritas varios idiomas.

(¿Continuará?)

Erkenci KuşWhere stories live. Discover now