Capítulo 27. La confesión de Sanem

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Del capítulo anterior

(Plan B)

Sanem sacó la pequeña caja negra de cartón de su bolso de mallas. La depositó sobre la mesa y la abrió. De allí sacó un vial envuelto en papel de seda. Soltó el bolso sobre la mesa y, con una mano aferró el vial y con la otra cogió la de Can y le instó a que la acompañara al interior de la cabaña.
-He venido para acerte recordar -dijo sin más.
Can la siguió en silencio más intrigado que asustado. La chica tenía determinación.
Nada más entrar, Sanem soltó la mano de Can y le enfrentó. Quitó el envoltorio de seda al vial y lo arrojó despreocupadamente al suelo, abrió el vial y dejó caer unas gotas sobre el dorso de su mano izquierda. Se acercó a él, tanto que Can pudo apreciar el aroma de sus cabellos. Ese olor...
Sanem se aproximó a él, sus alientos se mezclaban. Pasó su brazo izquierdo por el cuello de Can y tuvo que ponerse de puntillas para poder rozarle con el dorso de la mano el cuello y parte de la mejilla. Otra fragancia, también familiar para él, le inundó las fosas nasales pero por más que intentaba recordar... su memoria no lo lograba.
Sanem se pegó más a él.
-Una vez me dijiste que los albatros jamás olvidan un aroma. Éste lo creé especialmente para ti -le dijo en susurros.
Can entró en una especie de ensoñación. Las palabras de la chica, susurradas junto a su oído, le estaban poniendo a cien. Se sentía mareado y no era capaz de hilar dos pensamientos.
-Está hecho a partir de una sola flor -continuó con esa voz susurrada junto a su oído-, la llaman violeta oculta. -Sanem le rozó la oreja con los labios al decir esto último-. Se deja ver en primavera, cuando a ella le apetece, florece bajo tierra. Huele, siente su aroma -continuó ella tan bajito que casi lo percibía más que la oía-, mírala también.
-¿Has visto su color? -le preguntó entonces él.
Y Sanem sonrió. Sonrió con esa sonrisa amplia que llenaba su mundo.
-Claro -respondió la chica.
-¿La has olido? -preguntó Can humedeciéndose el labio inferior y buscando la mirada de ella.
-También. -Sanem comenzó a derramar lágrimas en silencio.
-¿Sabes que ha salido solo para ti? -volvió a preguntarle esta vez rodeando la cintura de la chica con sus manos.
-Lo sé -respondió nuevamente.
Y Can recordó. Todo. Los pensamientos llegaron hasta él en tromba. Fueron tantos y tan repentinos que se sintió mareado pero no tuvo tiempo de pensar mucho.
Sanem se aferró a su cuello y le besó con todas las ansias que sentía. Can le abrió los labios con la lengua y la deslizó en el interior de la boca femenina buscando la humedad de la de ella.

...

Can deslizó las manos por la espalda de la chica hasta llegar a rodear su firme y redondeado trasero. La pegó más a él con el férreo propósito de que ella fuera consciente de lo preparado que estaba para ella.
La primera vez que se habían unido había sido una locura. Fue besarla y cualquier rastro de consciencia salió volando por el ojo de buey del camarote. Esta vez quería tomarse su tiempo para saborear su cuerpo, recorrer centímetro a centímetro su piel, inundarse de ese perfume que le volvía loco y que ella parecía haberse bañado en él. Su pelo olía a ese perfume, su cuello estaba impregnado del mismo y él no podía evitar hundir la nariz en ese cuello. Inspiró profundamente del hueco que existía entre éste y el hombro. Saboreó su piel.
Sanem respiraba de manera desacompasada mientras las lágrimas de felicidad recorrían sus mejillas.
Una semana había estado esperando, esperando que él recordara aunque solo fuese uno de los instantes vividos juntos. Había hecho todo cuanto se le ocurría, incluso llegar al ridículo.
Por su cabeza pasaron mil y una imágenes de lo que había llegado a hacer sólo por el hecho de que él la mirara como en estos momentos lo hacía: con el reconocimiento de todas las vivencias compartidas.
Can se prendió una vez más de su mirada. ¿Cómo había podido olvidarla? ¿Por qué no había sido capaz de mirarla a los ojos hasta ahora? De haberlo hecho, de haberla mirado realmente a esos ojos de gacela se habría perdido en ellos. Eran un pozo oscuro inundado de luz desde su interior. La luz de esa mirada era mejor que cualquier faro en medio de una tempestad.
De repente, Can sintió haber llegado a puerto. Haber terminado de deambular por el mundo oscuro en el que se había sumido una vez más. Su barco había llegado a puerto y el suelo había dejado de mecerse bajo sus pies.
Acarició las mejillas de Sanem llevándose en sus dedos las lágrimas de la muchacha y acercó su rostro al de ella. Rozó la nariz de la chica con la suya y se humedeció una vez más el labio inferior antes de hablar.
-¿Cómo pude olvidarte? -preguntó de manera retórica antes de unir de nuevo los labios con los de ella de manera fugaz y volvió a mirarla a los ojos.
Sanem flotaba en una nube de felicidad contenida. Esperaba que todo esto no fuera un sueño y que, al despertar, volviera a estar en aquella habitación de hospital mirando a los ojos a un hombre que no la reconocía. La angustia volvió a inundar su pecho. Lo único que quería en esta vida era él. Sólo él.
Le echó los brazos al cuello y se pegó más a él. ¿Sería físicamente posible atravesar su piel y unir las sangres de sus venas? ¿Convertirse realmente en un solo cuerpo como contaba la leyenda antes de que un dios envidioso decidiera separar la misma alma en dos? Júpiter había sido realmente un dios muy cabrón cuando decidió separar la perfección. Cuando decidió dividir cada unidad en dos mitades y condenarlas a buscarse. Ellos hacía tiempo que se habían encontrado y más de una vez habían vuelto a perderse. Sentía miedo de que volviera a ocurrir y por eso no podía dejar de temblar.
Can sintió ese temblor porque era el mismo que realmente sentía él en esos momentos. La necesidad de ser uno y, a la vez, el miedo a perderse de nuevo el uno al otro. La alzó en sus brazos, como aquel día hacía ya mucho tiempo. En aquella ocasión Sanem se había quedado dormida recostada en su pecho mientras bailaba con su Rey Malvado.
Una sonrisa asomó a sus labios y Sanem la vio.
-Esta vez no me voy a dormir -dijo la chica.
Can la llevó hacia la cama que tenía al costado de la cabaña. Apoyó su rodilla derecha en el colchón y depositó suavemente a Sanem sobre él. Ella estiró los brazos y se aferró a los antebrazos de él con sus manos cálidas. Can movió el derecho haciendo resbalar por su antebrazo la mano de la chica hasta que sus dedos se tocaron. Aferró esos dedos entre los suyos y se los llevó a los labios sin dejar de mirarla.
-No he visto nada más bonito que tú en mi vida -dijo al tiempo que humedecía el pulgar de la chica con su lengua. Sanem acarició los labios masculinos con ese mismo dedo y posó la palma abierta en su mejilla. El crespo vello de su mentón le rozó la piel de la muñeca. Él giró la cabeza un poco sin dejar de mirarla y beso aquella muñeca que olía a ella, que olía a él.
Sanem le rodeó el cuello con esa misma mano y le sirvió como punto de apoyo para elevarse del colchón y unir sus labios con los de él.
Can la aferró de la cintura y se dejó llevar por el beso que ella había comenzado y que él le devolvía con toda el ansia que sentía.
La chica tiró de su camiseta caqui para poder rozar la piel de su espalda, para poder sentir el calor que manaba de esa piel. Can volvió a separarse de ella y llevando la mano a su espalda, se quitó la camiseta prácticamente de un tirón haciendo que esta pasara en décimas de segundos por su cabeza. Cuando la tuvo suelta en la mano la arrojó con fuerzas al otro extremo de la habitación.
Sanem se quedó contemplando el albatros tatuado sobre el pectoral izquierdo y hacia allí llevó sus labios. Recorrió cada pluma tatuada con sus labios y después con su lengua.
Can sentía como si su piel se estuviese desprendiendo del cuerpo. Rodeó de nuevo a la chica con sus brazos y la movió hasta colocarla a horcajadas sobre su regazo. No la dejó pensar. Bajó los tirantes de su camiseta blanca por los hombros y empujó la prenda hasta la cintura dejando libre los pechos femeninos que, esta vez, no estaban ocultos bajo ningún sujetador. Se quedó mirando esos pequeños y firmes senos y vio como entre ellos, la cadena con el anillo de compromiso seguía allí. Recorrió la piel tersa de sus hombros con una caricia que era como el aleteo de un pájaro, la bajó por los costados acariciando a su paso la parte exterior de esos pechos que no había llegado a probar aún y siguió hasta la cintura.
Sanem le miró de nuevo a los ojos después de haber recorrido la zona desde el pectoral hasta su cuello con el mismo tipo de caricia que le había prodigado a ese albatros marcado en su piel.
Can le acarició el cabello, mientras la miraba a esos ojos de gacela que le pertenecían. Se volvió a humedecer el labio inferior antes de volver a buscar su boca con la suya. El beso, que comenzó de la manera más tierna poco a poco dio paso a una feroz vorágine de deseo.
Sanem se removió sobre el regazo de Can intentando buscar con su cuerpo aquello que más deseaba en su interior.
Can profirió un quejido y Sanem volvió a repetir el movimiento una vez más. Can no pudo resistirse a la invitación. Se giró con ella en sus brazos para dejarla bajo su cuerpo. Como buenamente pudo se deshizo de sus pantalones y calzoncillos y luego hizo lo mismo con aquella falda pantalón y las bragas de Sanem. Intentó sacar por las caderas de la chica la camiseta enrollada a su cintura pero no fue posible, ésta era demasiado estrecha para las contundentes caderas de la joven.
Volvió a besarla mientras se acomodaba entre las piernas abiertas de ella y recorrió con sus manos el exterior de sus muslos dejando a su paso una estela de auténtico fuego sobre la piel de Sanem cuyo suspiro inundó la habitación.
-No te demores mucho o moriré -susurró ella cuando sintió cómo dos dedos de Can se perdían en el interior de su cuerpo.
Can recorrió una vez más su cuello inhalando profundamente el aroma de flores silvestres que emanaba por los poros de la piel femenina. Ese olor, ese olor que le volvía loco de deseo.
Sanem arqueó la espalda. Un relámpago surgió tras sus ojos y un rayo recorrió su interior a la velocidad de una centella cuando Can acarició su interior en su retirada. La joven buscó el pelo de su pareja y se aferró a su moño con fuerza cuando sintió como Can la penetraba de una contundente embestida.
Se sintió llena, se sintió plena, se sintió... nuevamente completa.
Ambos se movieron al unísono rozandose piel con piel, dejando a un lado las frustraciones, la lucha continua y cualquier pensamiento. Solo eran dos cuerpos fundidos en un mismo alma, dos afluentes confluyendo para formar un mismo río, dos entidades totalmente distintas que, al unirse, formaban un todo lleno de vida.
La tormenta desatada por la pasión entre los dos culminó con una explosión llena de amor. La calma después de la tempestad llegó en forma de saciedad, ésta les inundó cuando ambos llegaron al cénit de su entrega y la habitación dejó de girar a su alredor y la cama de moverse bajo sus cuerpos.
Can la miró nuevamente a los ojos mientras con sus manos buscaba las mejillas de ella. Sanem le aguantó la mirada y sonrió. Una sonrisa que empezó siendo tímida pero que en segundos se convirtió en otra más amplia llena de hoyuelos que era el centro del mundo de Can.
Can salió con cuidado de ella, se acostó a su lado, la rodeó con su brazo derecho y la atrajo hacia sí. Sanem recostó la cabeza en su hombro buscando inconscientemente con su mano el albatros y hundiendo su nariz en el cuello. Se quedó dormida al instante.
Can apoyó la mejilla en la coronilla de Sanem, inspiró una vez más el aroma que desprendía su pelo y cerró los ojos dejándose llevar por un sueño que le había sido esquivo gran parte de los dos últimos años.
Sólo cuando duermes al lado de la persona amada el insomnio desaparece.
...
Fue Can el primero en despertar. Se movió con cuidado para no despertar a Sanem y salió como buenamente pudo de la cama. La vio allí, hecha un ovillo buscando inconscientemente el calor de su cuerpo. No podía evitar amarla. Se le había colado bajo su piel en el mismo momento que la besó en la Ópera. Se había inundado de su fragancia y, al día siguiente se había perdido para siempre en su mirada de gacela. Era un hombre perdido que había encontrado su hogar en ella.
Se puso lo primero que encontró en sus cajones, un pantalón negro corto de deporte y una camiseta ajustada del mismo color. Siguió rebuscando entre sus cosas y cogió una camiseta amplia blanca. Se acercó a ella y, con cuidado para no despertarla, le quitó la camiseta enrollada por la cabeza. Sustituyó la prenda por su amplia camiseta blanca y buscó entre las prendas esparcidas las bragas de la chica. Con ellas en la mano, se fue hacia el lavabo y empapó una toalla en agua, luego se volvió hacia la cama, limpió el interior de los muslos de la chica y le puso la prenda con cuidadado. Sanem estaba catatónica porque no despertó en ningún momento. Pero murmuró algo entre sueños.
-No hizo falta llegar al Plan C.
Él sonrió. Se sentó a su lado y la contempló mientras dormía.
(¿Cómo he podido olvidarte?)
Le acarició la mejilla y le retiró un mechón de pelo que caía sobre su ojo.
(¿Es esto realmente la felicidad?)
Sanem se giró y abrió los ojos. Le miró y sonrió y para él resto del mundo volvió a desaparecer.
-Tengo hambre -dijo la chica-. Mucha hambre.
-¡Vaya! -exlamó divertido-. Ni siquiera un buenos días.
-Buenos días -dijo ella-. Tengo mucha hambre. Mucha, mucha hambre.
Can rompió a reír.
-Te prepararé un desayuno digno de una reina. Calmaré el hambre que tienes, calmaré cualquier tipo de hambre que puedas tener siempre -dijo Can y, al decir esto último se pasó la lengua por el labio inferior sin poder evitarlo-. Levántate y pon la mesa. Yo haré el té y las tostadas y veré qué fruta tengo por aquí.
Trabajaron en silencio pero sin poder evitar buscarse el uno al otro con la mirada. Se sentaron a disfrutar del desayuno fuera, en el porche.
Sanem recogió las piernas apoyando los pies sobre le asiento y rodeó sus rodillas con los brazos mientras Can se terminaba el té.
-Sanem -dijo mirándola seriamente a los ojos-. Tendremos que tener cuidado; anoche no usamos nada y lo que menos necesitamos ahora es que te preñe.
Sanem comenzó a toser.
(¡Ay, Dios mío, dame fuerzas!)
("Vamos, chica, valor y al toro. Te lo ha puesto a huevo.")
-Bueno, eso es del todo imposible -dijo ella mientras veía que él se rellenaba el vaso con té.
-Yo no diría que imposible. Ya sabes, el desarrollo habitual de la naturaleza... -dijo Can sonriendo con esa sonrisa torcida y pícara que a ella le hacía temblar las piernas.
Sanem agachó la mirada por un momento buscando en su cabeza las palabras que necesitaba decir.
-No, no. Creéme. Imposible del todo -dijo ella al tiempo que bajaba las piernas, se levantaba y se apoyaba sobre la mesa. Buscó la mirada de Can y justo cuando él estaba bebiendo un nuevo sorbo de té le soltó a bocajarro-. Ya lo hiciste aquella vez en el barco y todos lo saben. Lo que no sabía era como decírtelo a ti.
A Can el té se le fue por otro lado y comenzó a toser con desesperación.

(¿Continuará?)

Erkenci KuşDonde viven las historias. Descúbrelo ahora