Capítulo 48. El descubrimiento de Sanem

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En casa de los Aydin...

-Sanem, ¿has visto a Emre? -preguntó Leyla entrando en la habitación de su hermana móvil en mano.
Estaba preocupada. Había llamado a Emre varias veces y su teléfono no daba señal de estar conectado. La sempiterna voz mecánica de «el teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura» ya la estaba sacando de quicio. Le había dicho la noche anterior que salía a dar un paseo, se había quedado dormida esperándole y, a la hora que era, no sabía dónde estaba.
Sanem acababa de terminar de recoger la habitación. Estaba terminando de hacer la cama cuando escuchó la pregunta de su hermana. Se giró hacia ella.
-No. Aún no he salido de aquí. ¿Has perdido a tu marido? -dijo con cierto tono de burla.
-No te cachondees. Emre no acostumbra a hacer estas cosas. Siempre ha dormido en casa. Hoy no lo ha hecho. ¿Le habrá pasado algo? ¿Otro accidente? No está acostumbrado a ese coche nuevo. Cada vez que se pone al volante de ese cuatro latas se me coge un buen pellizco al estómago.
-Mujer, si le hubiera pasado algo, ya lo sabrías. Esas cosas se sienten aquí y aquí -comentó Sanem llevándose una mano al corazón y luego al lugar donde se sitúa la boca del estómago. Apuesto lo que quieras a que pasó la noche en casa de Mihriban porque le dieron las tantas hablando con su hermano. Vamos, arréglate, pediremos un taxi e iremos hacia allí. Luego iremos todos juntos a la agencia.
»Vamos, vamos -dijo con voz cantarina al tiempo que empujaba a Leyla hacia la puerta. -Te doy cinco minutos. Es lo que voy a tardar yo. Desayunaremos en casa de Mihriban.
Leyla tomó la palabra a su hermana con un rictus de preocupación en su semblante y se fue hacia su habitación, por el camino marcó el número de Teletaxi y solicitó que las recogieran en la dirección registrada. En su vida se había dado tanta prisa en arreglarse. Se puso lo primero que pilló, una camiseta color violeta y unos anchos pantalones negros de largo pesquero. Al salir, volvería a calzarse los zapatos planos a los que ya se había acostumbrado desde hacía poco más de un mes.
Casi choca con Sanem al llegar a las escaleras. Sanem la miró de arriba a abajo. -No es muy de tu estilo eso que llevas -comentó entre risas.
-Cállate. En unos meses ambas estaremos como focas y a ver qué es lo que nos podemos poner.
Sanem hizo una de sus muecas burlonas, guiño un ojo e hizo una pedorreta.
Leyla sonrió por primera vez esa mañana. Ambas bajaron en zapatillas hasta el rellano de entrada con mucho cuidado aquellos escalones que normalmente, cuando llevaban prisa, habrían bajado de dos en dos.
Se descalzaron y volvieron a calzar. Leyla, sus cómodas manoletinas, Sanem unas robustas sandalias de esparto. Al abrir Leyla la puerta, ambas constataron que el taxi ya las esperaba. La eficiencia de la mayor de las Aydin. Como siempre.
-¡Caray, Leyla! -exclamó Sanem-, sí que te ha cundido... aunque, la verdad, no sé de qué me sorprendo. Siempre has sido igual, vas un paso por delante de los demás.
-Calla y sube al taxi. Espero que Emre esté bien, así me daré el gusto de asesinarle. Podría haber llamado siquiera.
Ambas se subieron al taxi cada una por una puerta. El trayecto fue eterno para Leyla. Sanem iba escuchando a su voz interior.
(«La verdad, chica, no sé cómo puedes estar tan tranquila. Mira a Leyla, está que se sube por las paredes. No deja de removerse en el asiento.»)
-Cá-lla-te -masculló Sanem- ahora no puedo hablar contigo.
Leyla se giró hacia su izquierda.
-Sanem, ¿me has dicho algo?
Sanem hizo lo propio. Se giró hacia su derecha, miró a los ojos de su hermana y frunció los labios.
-Nooo -dijo con una de sus características muecas de conmigo no va la cosa.
Leyla frunció el entrecejo y observó detenidamente a Sanem. Volvía a llevar el pelo suelto y un tanto escardado. El vestido blanco hippie que llevaba le sentaba a las mil maravillas. El tintineo de la pulsera cuando Sanem se llevó una mano al vientre atrajo su atención, se quedó mirando los dijes. Esa pulsera...
-Ya veo -dijo Leyla finalmente.
El taxi aparcó en el pequeño llano que comunicaba los tres edificios de la propiedad y ambas se dirigieron hacia el mayor de todos tras pagar al taxista y apearse del vehículo.
La puerta de entrada, como siempre, estaba abierta. El olor de panecillos recién hechos inundó las fosas nasales de las dos hermanas y les hizo a ambas la boca agua. Mihriban tenía una gran mano para la cocina. Se guiaron por el aroma y se fueron hacia la cocina donde ya estaban desayunando Muzzo y Deniz. Dieron los buenos días y ambas hermanas buscaron con la mirada en los alrededores esperando encontrar a sus respectivos.
-Buenos días, chicas -dijo con alegría Mihriban-. Acabo de sacar estos deliciosos bollitos de leche del horno, sentaos a desayunar con nosotros. Esos bebés necesitan alimento.
Sanem se fue hacia la bandeja y cogió dos bollitos calientes. El aroma era delicioso. Partió un buen trozo de uno de ellos y se los llevó a la boca. En cuanto masticó, el dulce sabor inundó su paladar.
-Están espectaculares, Mihriban -dijo con la boca llena. Partió otro trozo grande y volvió a engullir.
-No tiene remedio ni modales -se disculpó Leyla que, sin poder remediarlo, también atrapó dos bollitos. Ella, sin embargo, sólo pellizcó el tan deliciosa masa casera. Suspiró cuando comenzó a masticar.
-¿Alguno de vosotros ha visto a Emre? -preguntó Leyla cuando hubo deglutido y tragado.
-No -contestó Mihriban- ¿pasa algo?
Muzzo y Deniz se mantenían en silencio. Sólo habían abierto la boca para dar los buenos días a las recién llegadas hermanas.
-No, no pasa nada -dijo Sanem-. Seguro que están por algún sitio.
A Mihriban no se le pasó por alto que la pequeña de los Aydin había hecho uso del plural. No pudo evitar morderse los labios en un intento de contener la sonrisa. Deren acababa de salir no hacía ni cinco minutos como una energúmena porque Bulut, al parecer, no había dormido en casa. ¿Cómo podía saber ella que Bulut no había dormido en casa? Tuvo que volver a contener las carcajadas que amenazaban con salirle.
-Seguro que están por algún sitio, sí.
-¡Dios, qué bueno están estos bollos! -dijo Sanem pegando esta vez un mordisco al sabroso manjar.
Los tres vieron como ambas hermanas salían por la puerta-ventana que daba a la piscina. Las vieron mirar en todas las direcciones y hacer señas a Sanem hacia su propia casa.
Se miraron los unos a los otros y comenzaron a reír.
-Vamos, terminad de una vez. Hay que ir al mercado -dijo Mihriban apuntando a los dos con la espumadera.

Erkenci KuşWhere stories live. Discover now