Capítulo 43 - Preparando el terreno

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Del capítulo anterior...

La pedida fue un visto y no visto.
-¡Ni siquiera me ha dado tiempo a llorar! -se lamentó Sanem cuando se hubieron intercambiado anillos y su padre había cortado la cinta roja que les unía a ambos.
-¿Final feliz, Sanem? -preguntó Can.
-No, sólo es un nuevo inicio de nuestra historia -contestó Sanem.
Can aproximó su rostro a Sanem y la besó.

...

En algún lugar del interior de la Península de Anatolia

-Cariño -dijo la anciana al tiempo que aferraba sin apenas fuerzas la mano de la joven que la cuidaba-, te has perdido la pedida de mano de tu mejor amiga por haberte quedado cuidando de mí. El ingrato de mi nieto ni siquiera me ha llamado por teléfono para mantener siquiera tres minutos de conversación.
La muchacha estaba sentada en el borde de la cama de la mujer y colocó la mano que le quedaba libre sobre la de ella.
-Tranquila, abuela, no tiene importancia. Sé que es un momento muy esperado por Sanem. No voy a negar que me habría encantado asistir pero ahora mismo su recuperación es más importante -dijo la joven sonriendo a la anciana.
-Estás predestinada a mi nieto, Ayhan. Todos en este pueblo lo vimos hace muchos meses, más de un año. Mi CeyCey tendría que haberse declarado ya hace bastante tiempo. Pero, claro, el que huyeras a Ankara con tu hermano y luego a Irlanda no le ha puesto las cosas fáciles. El muy idiota está sufriendo por tu culpa.
La mujer, pese a lo débil que se encontraba en esos días, miró con sus sabios ojos a Ayhan. Había visto infinidad de veces a esa chica en sueños. Su chico haría bien en no desperdiciar la oportunidad que se le presentaría en pocos días.
-Abuela, por favor, no me diga esas cosas. Me fui tras mi hermano y no hay día que no me haya arrepentido de lo que hice.
-Amas a mi nieto, lo sé -dijo la anciana-, a una mujer de mi edad y de mi experiencia no se le pueden ocultar estas cosas. Además, en este pueblo somos personas muy especiales.
-Sí, ya me he dado cuenta de ello -dijo Ayhan sonriendo y aguantándose las ganas de reír.
-No te burles, muchacha. Algún día tu hija heredará nuestras visiones; sólo espero que no herede también las fobias de su padre. Eso no alcanzo a discernirlo.
Ayhan se sonrojó.
Había llegado al pueblo hacía tan solo treinta y seis horas y ya se sentía en casa. La abuela de CeyCey era todo un personaje. Pese a estar enferma, la mujer tenía su cabeza muy lúcida y un sentido del humor bastante particular.
-No te sonrojes, muchacha -comentó la señora-. Por cierto, te perderás la boda también, una lástima. Tu amiga estará radiante ese día, te echará en falta. Tiene a su hermana y a su amiga con ella pero te buscará entre los asistentes sabiendo que no te encontrará. Guardará una caléndula amarilla de su ramo para ti y una rosa blanca para la chica Cleopatra. Esa chica...
Ayhan, sintió que el agarre de la anciana se relajaba y cerraba los ojos sin terminar la frase. Se había quedado dormida. Había pasado un par de días bastante malos. No era nada grave pero, a su edad, cualquier complicación...
Despegó la mano de las suyas con delicadeza y la depositó sobre el colchón mientras la arropaba con la delgada sábana y le retiraba un mechón de pelo gris del rostro. Acarició la mejilla llena de arrugas de la anciana y sonrió.
Había perdido a sus padres a una edad bastante temprana. En esta vida solo tenía el amor y la protección de su hermano y el cariño incondicional de Sanem y su familia. Sanem era para ella una hermana. Se habían criado juntas y se habían visto envueltas en toda clase de líos. Mevkibe siempre la había tratado con el cariño de la madre que le faltaba y, en el barrio, otras mujeres como Melahat, también habían ejercido de madre para ella. Nunca había estado realmente sola pero, en esos momentos, echaba en falta a su madre. Pese a todo esto, no pensó jamás en que la abuela de CeyCey, en tan sólo unos pocos días, iba a llenar ese hueco que tantas veces le había impedido sentirse completa y comprendida.
Ya estaba a punto de salir de la habitación cuando escuchó a la anciana murmurar entre sueños: «Hay que mantener al fuego alejado de la llama hasta que el fuego sienta que se ahoga y se agota».
Ayhan se volvió hacia la anciana, vio que seguía durmiendo. Salió de la habitación y buscó su smartphone. Marcó con dedos temblorosos el número de CeyCey y... ya estaba a punto de colgar cuando éste contestó a la llamada.
-¡Ayhan! ¿Dónde estás? -preguntó el hombre preocupado.
-En tu pueblo, con tu abuela. Cuando llegué estaba enferma y no he podido irme.
-Te has perdido la pedida de mano. Aún siguen celebrándolo. Sanem está radiante y a Can parece que le ha tocado la lotería. Los he pillado en el jardín dándose el lote. ¿Por qué soy yo siempre el que les tiene que pillar cuando hacen eso? -dijo atropelladamente-. Dime, ¿por qué?
-CeyCey, ¿estás bien, cariño?
-Sí. Nooo. Es que te echo mucho de menos, Ayhan -continuó el hombre-. Cada día. Sólo tengo de ti recuerdos. Ayer, Muzzo y yo nos embarrochamos. Le conté un montón de tonterías. Le dije que si no venías tú, me plantaba en Irlanda o donde fuera que estuvieras. Le conté lo de aquella vez que estuvimos persiguiendo al hacker.
»Tienes que volver. Tienes que volver. ¡Yo ya no quiero estar sin ti, Ayhan!
Ayhan se llevó las manos a la coleta que lleva hecha y tiró fuerte de ella. A veces, este hombre la desesperaba cuando le daba una de sus neuras pero... era su hombre; así que, le echó un poco de paciencia a que terminara con sus desvaríos, le dejó unos buenos minutos para que CeyCey se desahogara y soltara lo que tenía que soltar porque si no... no habría manera de que atendiera a lo que tenía que decirle. Si CeyCey no soltaba lo que tenía que soltar... podría suceder cualquier cosa y, lo menos que necesitaba en estos momentos, es que colapsara. Que no sería la primera vez. ¡Qué hombre, leches! Entre sus fobias y paranoias... la volvía loca. Pero era su CeyCey, era el hombre del que se había enamorado, el hombre al que no había podido olvidar pese a los meses que habían pasado separados.
Su hermano se había marchado de Estambul y ella le había seguido porque no tenía más familia que él y siempre habían estado juntos. Primero a Estambul, donde rodó una serie, y luego a Irlanda. Osman conoció en ese rodaje a una estilista en prácticas irlandesa, Sarah, se habían enamorado y se habían casado en un visto y no visto. Osman había encontrado su camino. Era hora de que ella siguiera el que le marcaba el destino.
-CeyCey -interrumpió Ayhan-, CeyCey, escúchame. ¡Para de parlotear!
El silencio se hizo al otro lado de la línea.
-¿Qué pasa? ¿Mi yaya está bien? -preguntó con un nudo en la garganta.
-Tu abuela se pondrá bien, tranquilízate -contestó Ayhan-. Te he llamado porque creo que lo que ha dicho en sueños es importante. Ya me avisaste que estuviera atenta a todo lo que saliera de su boca.
-Vale, vale -la interrumpió el publicista-, ¿qué ha dicho?
Ayhan se lo dijo. CeyCey, al otro lado del teléfono, se quedó con la copla. Procesó la información y soltó un suspiro.
-No va a ser nada fácil, Ayhan. Nada fácil.

(¿Continuará?)

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