Capítulo 34. Confesiones

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La noche había sido larga e intensa. Hacía meses que Can no se había sentido tan desorientado ni tan falto de imaginación para mantener a Sanem calmada. Había pasado toda la noche dando vueltas en la cama en un duermevela constante.
¿Qué había leído en aquellas páginas que la había alterado tanto?
Le había hecho el amor cuatro veces para mantenerla serena pero eso solo lograba calmarla por una hora escasa. Cuando la chica salía de su amodorramiento volvía a agitarse. Por suerte en ninguna de aquellas ocasiones se había despertado gritando a todo pulmón. Lo menos que le hubiera hecho falta es que de nuevo... Deren y Bulut entraran en la habitación y les pillaran una vez más desnudos como Dios les trajo al mundo.
Can tenía la mano y parte del brazo izquierdo acalambrados. Habían intercambiado las posiciones en la cama aquella noche unas cuantas veces y ahora parecía que Sanem por fin dormía a pierna suelta enroscada cual koala a su cuerpo.
Bajó la vista y la miró. Jamás se cansaría de mirarla. Por más años que pasaran, su pequeño pajarito soñador estaría anclado en su corazón. La había perdido en la memoria una escasa semana y, aun así, el hilo rojo que les unía no se había aflojado. Cada vez que la había mirado se había visto arrastrado hacia ella.
Le acarició el pelo con la mano libre y levantó la cabeza de la chica de su hombro sujetándole el cuello con delicadeza. Se movió por la cama con sumo cuidado para no despertarla y, al salir de la cama, no pudo evitar que su mirara vagara por su cuerpo desnudo y se parara en su vientre. Comenzaba a redondearse con su Derya. Tenía que ser una chica. Lo había soñado más de una vez en el año que había estado solo vagando por esos mares. Tenía que ser una chica con los cabellos morenos como ella, su misma mirada de gacela y una amante incondicional de los libros. Su pequeño océano.
Can se acuclilló al lado de la cama y observó a Sanem de nuevo. Su frente amplia ahora lisa gracias a que había dejado de fruncir el ceño, la nariz patricia que tantas veces había acariciado la suya antes de convertir un beso esquimal en otra clase de beso, el perfecto hueco de su caricia del ángel y esos labios plenos que tantas veces había besado y que tantas veces le habían faltado.
Acercó su rostro al de ella y hundió la nariz en su cuello. Y ese aroma... ese aroma tan especial que llevaba grabado en lo más profundo de sus fosas nasales y le conectaba en el cerebro los recuerdos. Un albatros jamás olvida un aroma, una fragancia. Gracias a ese aroma sus recuerdos volvieron en avalancha aquella tarde en la cabaña.
Su primer beso en la Ópera, su primer cruce de miradas en la agencia, cuando le reveló que era Albatros en la cabaña y ella no le oyó porque se había quedado dormida entre sus brazos mientras bailaban. Tantos y tantos recuerdos que se sintió mareado a la vez que embriagado por esa mezcla de su olor, su aroma y el de su propia esencia.
Can se apartó de ella y buscó el pantalón deportivo que había dejado tirado a los pies de la cama de cualquier manera. Se los puso y se dirigió hacia el sillón donde el guión había caído abierto boca abajo y muchas de las páginas se habían arrugado. Lo recogió y se sentó en el sillón. Comenzó a leer hacia la mitad. Los guionistas contratados por Sean habían incluido en el guión también su accidente, su pérdida de memoria y habían hecho con su personalidad un auténtico desastre. Era normal que Sanem se hubiera cabreado. Cerró el pesado cuaderno de espiral y lo dejó sobre la mesita redonda que estaba junto al sillón.
Buscó su smartphone y mandó un WhatsApp a Bulut.

"¿Puedes venir? Te espero en la galería."

La respuesta no tardó en llegar.

"Dame 5 min a que me vista."

Can sonrió y a la vez una cierta preocupación se instaló en su pecho. Sabía lo que estaba ocurriendo entre Deren y el abogado de su mujer; por un lado se sentía feliz por su amiga y por el otro lado realmente preocupado. Quería a Deren como a una hermana. No quería que le hicieran daño. Pese a lo fuerte que pudiera parecer, la chica tenía un corazón muy tierno y podrían dañarla de manera irreparable. Tanto o más que el daño que él sabía le había causado a Sanem cuando la abandonó durante un año.
Can apoyó los codos sobre la rodilla y enterró entre sus manos la cabeza. Sus dedos se perdieron entre sus cabellos de león. Alzó la mirada y volvió a depositarla en ella. Podía ver la espalda desnuda y el firme trasero de la joven que descansaba, ahora sí, tras una noche de lo más dura. Se levantó del sillón y buscó el embozo de las sábanas que estaban enrolladas de cualquier manera a los pies de la cama, la estiró y cubrió con ella a su mujer. Sanem emitió un leve sonido como de agradecimiento y se aovilló bajo la fina sábana que la cubrió.
Can salió de la habitación en el mismo momento que Bulut atravesaba la puerta acristalada de la galería.
-¿Quieres un café antes de empezar a hablar? -preguntó Can al abogado.
Bulut asintió mientras tomaba asiento.
El abogado llevaba puesto una camiseta de tirantes anchos negra y un pantalón deportivo del mismo color. Calzaba unas viejas zapatillas deportivas. El hombre era tanto o más alto que él. Su complexión también era la de un hombre que trabaja los músculos del tren superior y sus piernas eran las de un corredor. Can se le quedó mirando mientras esperaba que la cafetera llenara la taza con el oscuro líquido. Cuando esto sucedió procedió a llenarse un vaso con té.
Cogió taza y vaso y se dirigió hacia la mesa. Dejó la taza con el café delante de Bulut y se sentó enfrente del abogado con su vaso de té.
Can buscó la mirada de Bulut y éste no la rehuyó, la enfrentó. Su mirada oscura estaba cargada de resolución y a Can eso le gustó. Una vez, hacía varios meses, habían coincidido en el bosque mientras ambos se entrenaban y habían mantenido una breve charla. El que él creía un simple jardinero le había dejado las cosas muy claras. Había sido capaz de decirle que él juzgaba a las personas por los hechos y por lo que él veía, jamás se dejaba influenciar por lo que le dijeran los demás. Le gustó desde ese momento. Había protegido a Sanem incluso hasta de sí mismo y jamás podría dejar de agradecérselo.
-Can... -comenzó Bulut.
-¿Qué buscas de Deren? -le preguntó Can interrumpiéndolo-. No sé si lo sabrás pero, para mí, Deren es como una hermana pequeña. Lleva trabajando para Fikr'i Harika desde que salió de la universidad. Detrás de Sanem, es la mujer que más me importa en esta vida. Si no sientes por ella algo real... te aconsejo que la dejes antes de que sufra. No soportoría verla pasar a ella por lo que yo le hice a mi mujer. Deren pudiera parecer una mujer muy fuerte y decidida, y lo es, no me malinterpretes, pero lo es en los negocios, en el ámbito laboral; en el sentimental es una niña que, al igual que la que está tras esa puerta -dijo señalando hacia la habitación de la que había salido minutos antes-, cree en el amor verdadero y para siempre.
-Can... -intentó hablar el abogado pero, de nuevo, se vio interrumpido por su interlocutor.
-Deren se merece ser feliz. Se lo merece más que nadie. Es bonita, joven, fuerte, trabajadora, luchadora e incansable.
(E insaciable -pensó el abogado.)
Bulut sonrió. El serio abogado sonrió de oreja a oreja ante la descripción que Can hacía de la publicista.
-Can... -volvió a intentar hablar Bulut.
-Si para ti solo es una diversión o un entretenimiento puedes ir preparando tus guantes de boxeo y para la paliza que estoy deseando poder darle a alguien desde hace mucho tiempo.
-¡Can! -consiguió por fin el abogado hacerse oír-. ¿Puedes escuchar al menos lo que tengo que decir? -preguntó el hombre apartando la taza de cabeza e inclinándose sobre la mesa.
La mirada oscura como el ébano del abogado se enfrentó a la más oscura aún de león de Can.
-Estoy enamorado de ella. Me enamoré de ella desde el mismo momento en que nuestros caminos se cruzaron en el barro -comenzó Bulut-, desde el mismo instante en que sus ojos se posaron en los míos en aquel camino. Cuando la sostuve por primera vez en mis brazos me di cuenta de que estaba completo. Sus ojos son lo más bonito que he visto en la vida. Cuando me mira... puedo ver motitas verdes bailando en sus iris color caramelo y me siento entero. Creo que no hace falta que te diga cuál es mi sensación cuando estoy con ella. ¿Me saca de quicio? Cada día. ¿Me entran ganas de ahogarla cuando empieza a desvariar? A cada momento. Pero ella y yo nos entendemos. Soy capaz de calmarla en mitad de un temporal y ella es capaz de hacerme reaccionar cuando quiero encerrarme dentro de mi concha y desaparecer del mundo. Dejé atrás una vida plagada de ambición y jornadas de veinte horas. Dejé atrás muchas espectativas y un futuro que todo el mundo auguraba brillante porque no podía seguir en la línea de lo que me estaba convirtiendo: un ser duro, arrogante y despiadado. Busqué la salida a todo eso ocultándome del mundo en este remanso de paz que es la propiedad de Mihriban pero, en realidad, lo que estaba buscando era mi propio camino para ser feliz... Y Deren me hace feliz. Es cierto que, en ciertos momentos actúa como una niña deseosa de atención pero yo tengo toda la atención para ella que pudiera desear. Sé que sabes lo que es esta sensación de pertenencia... así que no creo que valga de nada seguir con el asunto.
Bulut se levantó de la mesa. Cogió la taza de café y se la bebió de un trago, la dejó vacía de donde mismo la había cogido y, sin decir nada más, se marchó dejando a Can con la mirada clavada en su espalda pero con una sonrisa que se reflejaba hasta en su mirada de león.

(¿Continuará?)

Erkenci KuşDonde viven las historias. Descúbrelo ahora