Capítulo 65 - La sorpresa de Can

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Temporada 3 - Capítulo 5

-¿La has sentido?
-La he sentido -contestó Can con una sonrisa en los labios.
Ambos comenzaron a reír al tiempo que Can enderezaba el timón y la nave surcaba el mar camino de Paphos. Mantenía a Sanem resguardada entre sus brazos. Las manos de ella se aferraban a su bíceps izquierdo; sus cabellos, agitados por el viento, flotaban como hebras de oscura seda haciéndole cosquillas en el pecho.
-Recuerdo otro viaje, bastante corto por cierto -pronunció ella con la risa marcada en la voz.
Can le acarició el hombro. Agachó la cabeza y hundió la nariz en el hueco que forma el cuello y el hombro.
-Recuerdo bastante bien ese pequeño viaje.
-Sí, vendiste el barco. Poco después de hacerme el amor por primera vez y te deshiciste de la plaza.
-¿Me deshice de la plaza?
(«Chica, deja de copiar las expresiones de Mara. Así no va a entenderte.»)
-Bien, ya estamos todos. ¿Nadie te ha dicho que eres una pesadilla?
(«Sí, sí. Tú. Hace como una hora.»)
Sanem se separó de Can y apoyó la espalda en el timón de acero.
-¿Me he perdido algo? -preguntó Sanem cruzándose de brazos. Al hacerlo, sus pechos crearon un profundo canalillo que fue bien visible incluso bajo los tenues rayos de la luna.
-Nooo -dijo Can buscando sus ojos en la oscuridad.
(«Miente.»)
-Pues claro que miente -dijo Sanem alzando una ceja y doblando el cuello hacia su hombro-. Está bien, está bien, lo dejaré estar por hoy.
-Eres una mosca cojonera, ¿lo sabías? -masculló Can por lo bajinis.
(«Sí, lo que tu digas, encanto. Pero terminarás echándome de menos.»)
-Este viaje se va a hacer eterno. -Lo dijo mientras la besaba en la mejilla y la giraba para que pudiera ver lo mismo que él veía.
Sanem no sentía el fresco y nocturno aire marino, éste apenas era paliado por la camisa de Can que llevaba puesta pero sí que se convertía en inexistente por el muro de músculos que tenía a su espalda y que la reconfortaba con su calor, incluso sus piernas desnudas, abiertas para mantener el equilibrio en cubierta, estaban protegidas por las de él. Sanem echó la cabeza hacia atrás y Can, al sentir el leve movimiento, bajó la suya.
-¿Puedo preguntar a dónde vamos?
-Nuestro destino es Chipre. Atracaremos en Paphos calculo que... en una hora plus/minus.
-Entiendo.
Notó en su voz cierto tono de pesar, de desesperanza incluso, y no pudo evitar sonreír para sus adentros. No iba a ser posible llevarla en barco hasta las Galápagos, en su estado, no. No iba a arriesgar por nada del mundo ni la vida de ella ni la de los niños que esperaba cometiendo la locura de cruzar el Atlántico, el Canal de Panamá y llegar hasta Ecuador y esas islas anheladas para cumplir esa ilusión que tenía. No estaba tan loco. La llevaría a Galápagos, sí. Una vez le dijo que le mostraría el mundo y, desde que se conocieron, sabía lo que significaba ese destino para ella. Se lo daría. Le bajaría la luna del cielo si pudiera.
Sanem giró el rostro y lo besó en el hombro.
(«Ains.»)
Las carcajadas de Sanem rompieron el silencio cuando escuchó el lamento que ella no se atrevió a soltar. Sí, su voz la conocía muy bien.
Se quedó dormida refugiada en sus brazos cuando casi habían llegado. Can la cargó en brazos y la bajó al camarote. La depositó sobre el catre atornillado al suelo y ella se abrazó a una de las almohadas. Can sonrió cuando vio que se acomodaba metiendo el blando relleno entre sus piernas de manera instintiva.
Acarició el rostro con el dorso de sus dedos y una amplia sonrisa se instaló en sus labios.
-Descansa, hermosa Sabrina. Algo inventaré para que no sepas cuál es realmente el destino final de este viaje.
Esperó escuchar la impertinente voz invisible de ella, pero bendita fuera, no estaba.
Abandonó el camarote y volvió al timón. A los pocos minutos ya divisaba el puerto de Paphos. Maniobró para atracar, echó ancla y aseguró las amarras a los pilotes del puerto. A la hora que llegó no encontró a nadie que le ayudara con ellas pero se las apañó tras atracar el «Servet» de popa entre los dos primeros pontones libres que encontró. Tras asegurarse de que todo estaba en orden en cubierta, bajó al camarote, se deshizo de la almohada que Sanem tenía abrazada y ocupó el lugar del blando objeto.
Sanem se abrazó y enroscó sobre él sin despertarse. Can le pasó un brazó bajo la cintura, se acomodó bajo ella y cerró los ojos. El sueño no tardó en vencerle también.

Erkenci KuşWhere stories live. Discover now