Capítulo 8. Malos entendidos

19.1K 241 10
                                    

Un solitario rayo de sol que entraba por el ojo de buey incidió sobre el rostro de Sanem y la despertó.
Con una sonrisa en los labios, abrió los ojos lentamente lentamente. Estaba desorientada. ¿Dónde se encontraba? Los recuerdos de la noche anterior la inundaron de repente crenado en ella un caos de sentimientos, feliciad, amor, regocijo y, también, de vergüenza.
¿Cómo había podido ser tan deshinibida? ¿Cómo se había dejado llevar de esa manera? Siempre había pensado que...
Se giró en el camastro buscando a Can pero éste no estaba. ¿A dónde habría ido?
Se incorporó con cuidado. Tenía ciertas mmolestias en partes e su cuerpo que no había sentido jamás. Se sonrojó al recordar el motivo causante de semejantes molestias: Una noche con Can donde lo único que imperó fue la necesidad. La extrema necesidad de, por fin, poseerse el uno al otro.
Siempre había soñado con esa primera vez. Se había imaginado sonrisas cómplices, caricias furtivas y una lenta adoración de un cuerpo hacia el otro. Nada la había preparado para ese tsunami de posesión que la había atacado en cuanto Can había introducido la lengua en su boca. A partir de ahí solo un torbellino de emociones, desespero y ansias de posesión la llenó. Cada caricia avivaba más ese fuego que nació en su estómago y se enroscó en cada una de las venas de su cuerpo como lava ardiente. Un desenfreno tal que era como si toda la sangre quisiese escapar de sus venas por su piel. El latir desenfrenado de su corazón no le dejó ser realmente consciente de que era un momento que jamás se repetiría.
Cada una de las caricias habían incendiado su piel. Cada beso había echado más leña a un fuego que crecía por momentos dentro de su pecho, Cada mirada de permiso había sido respondida con una de apremio.
Can llegó un día en la oscuridad a su vida y se había quedado en ella.
El azar, quizás el destino, les había reunido una vez en un palco oscuro y les había vuelto a reunir otro día en un cine antiguo.
Habían pasado por mucho. Celos mutuos, traiciones, mentiras, secretos y silencios. Sobretodo por la parte de ella misma. Fue muy crédula. Demasiado. Antes de entrar en el juego de Emre tendría que haber estudidado mejor la situación pero es que desde la noche en que la habían besado en el palco su cabeza no funcionaba como debía. Se sentía atrapada entre los sentimientos que aquel extraño le despertó y lo que realmente sabía que sentía por Can. Descubrir que ambos eran la misma persona consiguió dar paz a su mente pero a la vez provocó un caos en su corazón.
Le había mentido tanto... le había ocultado tanto...
Era un milagro que su relación hubiera avanzado a partir de ahí y que le hubiera perdonado. Y luego Fabri...
Sanem se llevó las manos al rostro y se lo frotó intentando apartar los malos recuerdos de su mente.
No sabía si esta vez lo conseguirían pero estaba dispuesta a luchar a brazo partido de nuevo. Can era su vida.
Retiró la sabana que la cubría para levantarse y, de nuevo, se sonrojó. Lo único que llevaba puesto era el sujetador negro y la cadena con su anillo de compromiso.
Echó un vistazo a su alrededor y, a los pies del camastro vio bien dobladas un par de prendas. Los recuerdos la asaltaron de nuevo. La camiseta gris y los pantalones deportivos con la C en el lateral. Eran las mismas prendas que Can le había llevado aquel día que se quedó a dormir en su casa tras pasar horas y horas encerrados en un ascensor. Las que llevaba puestas cuando le regaló la cadena con el ámbar que ahora mantenía guardada en un cajón de su ropa interior porque el dolor que le provocaba verla era demasiado grande. La noche que, por segunda vez habían dormido abrazados. La primera había sido en una hamaca. Sonrió al recordar la incomodidad del artilugio y el calor del abrazo de Can.
Tenía tantos y tantos recuerdos de él, de ellos...
Se puso la camiseta, aferró los pantalones y se levantó. Necesitaba con urgencia ir al aseo.
No pudo evitar mirar hacia las sábanas revueltas. Sus ojos quedaron fijos en ellas donde se evidenciaba lo que había ocurrido la noche anterior. No quería pararse a pensar en el significado de las últimas palabras de Can antes de que se quedara profundamente dormido enroscado a su cuerpo.
¿Dónde estaría el baño?
Una puerta de acordeón al fondo le llamó la atención y se dirigió hacia ella. La abrió y suspiró aliviada. Usó el váter y tomó una ducha rápida, se volvió a vestir y salió al camarote.
Can seguía sin aparecer. ¿Dónde se habría metido? Aquello era un barco, ¡por lo más sagrado! Abandonarla no habría podido a menos que... ¿Se habrían dado la vuelta? Miró por el ojo de buey con el corazón en un puño y respiró aliviada cuando sólo vio mar abierto.
Fue hacia la puerta con intención de salir pero ésta estaba cerrada. ¡La había dejado nuevamente encerrada! Esta vez no gritó, tampoco se enfadaría. Simplemente se encogió de hombros y pensó que ya aparecería.
Comenzó a cotillear por la estancia grabando en su mente de memoria fotográfica todos y cada uno de los objetos, enseres y muebles que había.
Se fijó en el pequeño escritorio donde había un mapa cartográfico, una escuadra, un sextante, compás y varios objetos más propios de un navegante.
A la derecha había una pequeña librería. Paseó los dedos por el lomo de varios tomos. Muchos de ellos los habían leído ambos. Un fino volumen negro le llamó la atención. Lo sacó del estante y el corazón le dio un vuelco. En la cubierta tenía la imagen de un albatros y el nombre del ave estaba impreso debajo en elegantes letras plateadas. Era el libro de recuerdos que ella le hizo para su último cumpleaños. Lo había conservado.
Una solitaria lágrima se deslizó por su mejilla. Sanem acarició la portada y volvió a colocar el libro en su lugar pero, al hacerlo, otro volumen encuadernado en un cuero desgastado por el uso atrajo su vista.
Sacó ese libro del estante y lo analizó. El cuero efectivamente estaba bastante desgastado. En la portada tenía un pirograbado con una bola del mundo, ésta estaba oculta en parte por el ala de un albatros cuyas alas extendidas cubrían desde la esquina superior derecha hasta justo el centro de la cubierta.
Debajo del diseño, también grabadas con la misma técnica, las palabras "Cuaderno de Bitácora". Una fina tira de cuero lo mantenía cerrado. Al final de ésta se veían un dije con las letras C-D entrelazadas.
Desenrolló la tira y abrió por la primera página.
Sólo contenían los datos habituales de cualquier diario. El nombre del dueño, dirección y demás datos necesarios para devolverlo en caso de extravío.
Sanem, haciendo uso de su memoria fotográfica comenzó a leer rápidamente.
Las primeras hojas databan de hacía algunos años. Contenían mediciones, coordenadas, algún dato que no entendía y también comentarios sobre las travesías emprendidas. Siguió avanzando. A veces no podía evitar sonreír ante las anécdotas allí contadas. Giró página tras página y, de repente, se topó con una fecha: 27 de Abril de 2018. Justo un día después de que la abandonara.
Comenzó a leer con el alma en un puño.

>>Hoy parto sin rumbo fijo y el corazón nuevamente destrozado. Hoy sí puedo afirmar que es el fin.
Anoche perdí el teléfono. Sé que lo llevaba encima porque lo había usado para llamar a la ambulancia pero cuando me subí al coche tras dejarla a ella en el hospital ya no pude encontrarlo. Ni muerto podría volver a aquel hospital. He dejado a un hombre inválido por culpa de unos celos que no puedo controlar.
Salí de allí con la cabeza bulléndome de palabras, recuerdos y momentos vividos que me avergüenzan. He pasado la noche en nuestra cabaña, esperando.
Esperando a que ella viniera a mí y me impidiera partir como siempre había hecho pero han pasado las horas y las horas y ella no ha aparecido.
Ha amanecido mientras estaba sentado frente al fuego apagado donde su cuaderno se ha convertido en cenizas. No lo he hecho yo, jamás podría hacer algo así.
He recogido todo lo que realmente era importante, he hecho el petate y me he refugiado en este barco con la intención de desaparecer, de no volver. Volver y ver cómo ella se va alejando día a día de mí no lo soportaría. No sé en qué me he convertido, probablemente, en lo que ella me acusa. He perdido el control de mis actos; los celos me ciegan, sí, pero estoy convencido de que Yigit está enamorado de ella y, aunque sé, sin temor a equivocarme, que ella no siente lo mismo... no puedo evitar odiarle y odiarme a mí mismo por sentirme así.
>>No ha venido. No ha venido a mí. Creo que ha tirado la toalla. Ella. Ella que siempre ha sido la que ha luchado por nosotros porque yo no sé cómo hacerlo. Nunca se había dado por vencida. Hasta hoy. Ella siempre me ha hecho desistir de salir huyendo.
>>Una vez le dije que no quería verla más y ella se quedó. Cuando Polen volvió a aparecer en mi vida, aunque llegó a pensar que yo podría volver con mi ex, ella se quedó. Cuando dije que me iba para estar solo, no sé cómo se las apañó para seguirme. Siempre ha estado ahí. Me causó una gran decepción cuando me mintió, sufrí como nunca antes lo había hecho por causa de los enredos en los que se vio envuelta por culpa de mi hermano. Nunca he podido evitar perdonarla porque ella está grabada a fuego en mí. He mantenido las esperanzas hasta el último momento en que he echado la mochila al coche pero ella no ha aparecido. Me marcho porque no puedo quedarme, me marcho porque necesito matar a este Can celoso, agresivo, posesivo y dominante en el que me he convertido. Necesito volar como el ave que llevo tatuada y, a la vez, quemarme como esa otra mítica criatura que renació de las cenizas antes de regresar a por ella. No sé si para cuando eso ocurra ella seguirá aquí o si seguirá perteneciéndome; cuando llegue el momento ya veré cómo hacerla venir a mí. Lo que sea que ella decida será sin presiones, sin obligaciones, sin imposiciones.
Emre me dijo que acabaría abandonándola, es lo que estoy haciendo en estos momentos. Pero Emre se equivocaba de medio a medio en una cosa: no la dejo para ser libre, la dejo porque la que no es libre es ella.

A esas alturas de la narración Sanem tuvo que parar de leer para tomar aire. Tanto dolor sufrido por ambos... Tantos sentimientos encerrados sin poder expresarlos. Pero así era Can: una concha cerrada a cal y canto que sólo a veces, muy pocas veces, lograba abrirse.
Sanem se obligó a continuar leyendo con todos sus sentidos puestos en la lectura de aquellas palabras escritas con la elegante caligrafía de Can.
A medida que avanzaba en la narración de aquel diario de a bordo se le iban poniendo los pelos de punta. ¿Podría realmente existir tal conexión entre dos personas?

>>24 de Mayo de 2018

...Hoy he tenido una visión, o quizás es que he vuelto a soñar.
Se me ha grabado a fuego la imagen de tres niños cercanos en edad construyendo un castillo en la arena.
La chica mayor se llamaba Derya. Tenía el cabello castaño y los ojos ocuros y almendrados, los mismos que cada vez que cierro los ojos veo en mi mente. Son los ojos de Sanem.
Le gusta leer, como a nosotros. No sé cómo puedo esta tan seguro de eso.
Se ha girado hacia mí con la cara manchada por la arena húmeda y me ha llamado papá. Ha sido lo más hermoso que he escuchado en semanas.

Sanem tuvo que cerrar el cuaderno. Le costó la vida atarlo y dejarlo en su lugar. Por momentos la luz iba desapareciendo de su entorno. Todo se estaba volviendo negro. Se giró con la intención de regresar a la cama pero, al primer paso, el mundo giró a su alrededor, la oscuridad se la tragó y cayó a plomo sobre las tablas de madera del suelo.

Erkenci KuşWhere stories live. Discover now