Capítulo 39. La petición de Sanem

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Del capítulo anterior...

Emre oyó la voz de Sanem, miró hacia el suelo y vio la cara preocupada de su cuñada al otro lado de la pantalla. Recogió el móvil del suelo y miró hacia la pantalla también.
-¿Sanem?
Emre desvió la mirada de la pantalla hacia su mujer. Leyla seguía con la vista al frente, sus hermosos ojos azules estaban perdidos y no reaccionaba a su voz.
-¿Qué le pasa a tu hermana? -volvió a preguntar mientras se sentaba al lado de Leyla en la cama y le acariciaba el brazo -¿Leyla? -volvió a preguntar.
Leyla comenzó a balbucear.
-Tri-tri-tri -repetía sólo esa sílaba.
-¡Leyla! -chillaron a la vez Emre y Sanem.
Leyla pareció reaccionar entonces. Miró con los ojos fuera de las órbitas a Emre, buscó el teléfono que éste tenía en la mano y se lo arrancó de un manotazo al tiempo que enfrentaba a su hermana en la pantalla.
-¿Qué demonios quieres decir con eso de que traes trillizos, Sanem?

...

El grito de Mevkibe se oyó por toda la casa.
Leyla y Emre miraron hacia la puerta abierta de la habitación y vieron allí a la mujer con los ojos desencajados. Abría y cerraba la boca como un pez que se le ha sacado de su pecera. Emre, que era el que menos conmocionado estaba ante la noticia, se acercó hacia su suegra y la acompañó hasta la cama y la ayudó a sentarse.
-¿Leyla? ¿Era esa mamá?
Leyla miró hacia la pantalla. Seguía desencajada.
-Era ella, Sanem.
-Dios mío, no quería que se enterara de esta manera. Quería habérselo dicho yo tranquilamente. ¿Está muy mal?
Leyla miró hacia su madre. Seguía boqueando, intentando respirar. Emre le frotaba la espalda delicadamente intentando hacerla reaccionar pero la pobre mujer tenía la mirada perdida.
-Leyla -la voz de Sanem volvió a sonar a través del teléfono-, corta la llamada. Atiende a mamá. Nosotros vamos para allá.
Leyla asintió, cortó la videollamada y tiró el móvil sobre la cama. Se acercó a su madre y se arrodilló frente a ella. Le puso las manos en las rodillas mientras Emre seguía hablando con tranquilidad.

...

-Caaan -dijo Sanem-, ¿podemos ir a casa de mis padres?
Can la miró, se llevó las manos a la cara, se frotó el rostro con ellas y se pellizcó el puente de la nariz.
-Creo que no nos queda más remedio. ¿Quién va a conducir? -preguntó-. Porque yo te prometo que no estoy aún en condiciones de hacerlo y a ti no te vuelvo a dejar mi coche ni loco.
-Lo sé, lo sé. Nos iremos en la camioneta de Bulut. Se la pediré prestada y si él necesita usar un coche que coja el tuyo, ¿te parece bien? -dijo al tiempo que batía pestañas inocentemente.
La risa de Can resonó por toda la galería.
-Anda, vamos -dijo al tiempo que se ponía en pie.
No supo como llegó a la parte de la propiedad donde se alojaba Bulut. Las piernas le seguían temblando. En su vida se había sentido así. Ni cuando tuvo aquella misión en Sri-Lanka donde terminó herido cuando sirvió en el ejército. La noticia que le habían dado hacía unas horas le había tumbado a base de bien.
("Vamos, chavalote, que no se diga que eres un pusilánime".)
-¿Te quieres callar de una vez y dejarme en paz? -preguntó mirando hacia arriba y a su derecha-. ¿Vas a estar mucho tiempo dándome el coñazo?
Sanem se giró hacia él y comenzó a reír a carcajadas.
-¿En serio la puedes escuchar?
-¿Tú qué crees? Me estoy volviendo tan loco como tú.
-Tranquilo, sólo tendrás que aguantarla unos meses. Yo llevo con ella desde que te conocí. Estuvo un año en silencio y después volvió con artillería pesada.
Can se paró y la agarró del brazo, la hizo girarse y se miraron a los ojos.
-¿Qué es eso de un año?
-Estuvo un año en silencio. Volvió junto contigo. La primera vez que la volví a escuchar estaba dando de comer a las gallinas. Me dijo que había vuelto porque tú habías vuelto también.
Can llevó las manos al cuello de Sanem y le echó la cabeza hacia atrás al tiempo que se aproximaba a su cuerpo. Se miraron fijamente a los ojos y Can no tuvo que hablar para transmitirle todo el amor que sentía por ella y los remordimientos que aún tenía. Sanem sonrió levemente y de la misma manera silenciosa le trasmitió todo el amor que sentía por él. Can la atrajo aún más hacia sí y la abrazó. Sanem le echó los brazos al cuello y se refugió en él.
Bulut, que salía en ese momento por la puerta, se paró en seco. Durante muchos meses había visto a Sanem luchar con la pérdida de ese hombre. Si la comparaba con la mujer que llevaba viendo los últimos cuatro meses... aquella Sanem no era sino una sombra de ésta, una cáscara vacía, sin vida ni alegría en ella. Esta Sanem estaba llena de una luz interior tan potente que cegaba al que la miraba. Irradiaba felicidad y, sobre todo, se había calmado. Ya no tenía brotes de locura ni necesitaba recurrir a arrancar los hierbajos para calmar su furia y frustración. Yigit le había dicho en una ocasión que Can destrozaba a quien estaba cerca. No podía estar más equivocado. Can no destrozaba a quien estaba cerca, al menos, no a Sanem. Can había traído de vuelta a la chica del mundo oscuro en el que se sumió y la chica había salido de la crisálida en la que se había refugiado, convertida en una hermosa mariposa.
-Perdón por la interrupción, tortolitos -dijo Bulut-, pero estáis dándome un espectáculo que, la verdad, preferiría no ver. ¿Qué estáis haciendo aquí?
Sanem se separó de Can, miró a Bulut y caminó hacia él con la mano extendida.
-Necesito tus llaves. Hemos de ir a casa de mis padres y Can dice que no está en condiciones de conducir aún. Añade que ni loco me va a dejar su coche.
Bulut la miró y comenzó a reír.
-¿Y pretendes que yo te deje mi camioneta? -preguntó el hombre-. Estás mal de la cabeza. Os llevo yo y luego paso a recogeros o que os traiga Emre. Mi camioneta no la tocas.
Can comenzó a reír cuando Sanem comenzó a protestar.
-Vamos, pareja, arriba -dijo Bulut mientras sacaba las llaves de su bolsillo y abría la puerta del conductor.
Sanem se volvió enfadada hacia su marido, pasó por su lado con la cabeza alta mientras murmuraba incoherencias.
("Chica, te lo has buscado tú solita. Eres un peligro al volante y ambos lo saben".)
-Sanem -dijo entonces Can mientras reía-, hazle caso a tu voz interior. Empieza a gustarme esto.
-Vete a la mierda, Can -dijo la chica cuando pasaba por el lado de Can-. Y tú de paso también -agregó volviendo la mirada y señalando a su abogado.
Sanem abrió la puerta trasera y entró. Cerró de un portazo.
-Nos acaba de mandar a la mierda, compañero.
-Sí, mi mujer tiene un carácter de lo más volátil. Pero es tan divertido meterla en cintura...
Ambos se rieron. Subieron a la camioneta y se ajustaron los cinturones. Can giró la cabeza y miró a su mujer. Sanem levantó la mano y le hizo un gesto bastante grosero. Luego elevó las dos manos e hizo el gesto del diablo mientras fruncía el ceño y le sacaba la lengua. Can sonrió y le tiró un beso.
-Encima me tira un beso, imbécil. Y pensar que voy a parir a sus hijos.
-Sanem, para ya -dijo Bulut que no se había perdido el espectáculo a través del espejo retrovisor-. El pobre hombre...
-Tú no te metas -le gritó Sanem.
Bulut levantó los brazos al aire en señal de a mí no me mires, metió la llave en el contacto y la giró. El motor ronroneó, metió primera y salió en dirección a casa de los padres de Sanem.
Llegaron en veinte minutos. Veinte minutos de lo más tensos. Sanem no paraba de despotricar contra ellos en particular y contra el género masculino en general. Bulut no dejaba de mirarla de vez en cuando a través del retrovisor y luego por el rabillo del ojo observaba a Can. Éste tenía el brazo derecho apoyado en el tirador de la puerta del coche, la mano sobre el mentón y no dejaba de sonreír. A veces le daba la sensación de que ambos estaban chiflados.
-Hemos llegado, familia.
Sanem ni se despidió. Bajó del vehículo pegando otro portazo al cerrar. Can se volvió hacia Bulut, le dio las gracias y también se apeó. Antes de cerrar miró al abogado con la sonrisa aún en los labios y le guiñó un ojo.
-Esta noche van a estallar estrellas, te lo digo yo.
-Por favor, Can, no quiero oír esas cosas. Es como mi hermana.
-Nos vemos, colega.
Can cerró la puerta y Bulut metió primera y se perdió de vista. Can respiró profundamente, se giró hacia Sanem y ésta le propinó un puñetazo en el hombro.
-Por reírte de mí.
Sanem se giró, subió un peldaño de los tres que tenía la entrada de la casa de su infancia y llamó al timbre. El sonido del silbido de un pájaro resonó en sus oídos. Ese llamador le traía tantos y tantos recuerdos...
Can miró hacia la esquina y casi pudo ver la cuerda de sábanas que salía por la ventana y a Sanem bajando por ella con aquella camiseta amarilla y la falda negra. Y luego decía que no sería buena escaladora. Algún día tendría que mostrarle lo contrario.
La puerta se abrió y fue Emre quien lo hizo.
-Gracias a Dios que ya estáis aquí. Pasad.
No le pasó desapercibida la tensión de Sanem pero a su hermano se le veía bastante relajado. Le miró a los ojos y lo supo. Can había vuelto. Su hermano recordaba.
-Bienvenido de nuevo -dijo Emre.
Can entendió a la perfección lo que Emre quería decir. Le sonrió y ambos se estrecharon en un abrazo.
-¿Desde cuándo?
-Hace unos días.
-Si los hermanos Divit habéis terminado de hacer el idiota, me gustaría ver a mi madre. ¿Dónde está?
-En nuestra habitación -dijo Emre muy serio.
Sanem se descalzó y comenzó a subir las escaleras.
Can se entretuvo algo más en desabrocharse los cordones de las botas y ponerse las zapatillas.
-Está algo enfadada. No la he dejado conducir ni Bulut tampoco.
-Normal -señaló Emre-. Yo no le prestaría las llaves de mi coche ni en plena borrachera.
-Pues no lo entiende.
Emre, palmeó la espalda de Can.
-Tío, eres un máquina. Tres de una vez. Aún intento asimilarlo. Tanto te tuvo en el dique seco que luego todos tus soldados llevaron a cabo un buen asalto al castillo.
Can comenzó a ponerse blanco de nuevo y la vista comenzó a nublársele. Se aferró a la barandilla y pensó que era mejor sentarse en alguno de los escalones. Emre le sostuvo como aquella vez en el despacho.
-Estoy bien, ya se pasa. Me mareo del miedo.
Emre se sentó con él en el escalón y le pasó el brazo derecho por los hombros.
-Yo también estoy asustado, hermano -dijo entonces Emre-. Leyla también está embarazada, son hermanas y no quiero ni pensar lo que nos encontraremos en unos días cuando le hagan la primera eco.
-Te aconsejo que vayas preparado para cualquier cosa -dijo entonces Can al tiempo que se quitaba una de las cadenas que llevaba al cuello oculta bajo la camisa. Abrió el cierre, sacó la alianza que allí tenía y se la colocó en el anular de la mano izquierda. Emre abrió la boca.
-Bueno, es hora de poner fin a toda esta falsa.
Se agarró de la barandilla, se puso en pie y le hizo el gesto a Emre de que se levantara. A Can aún las piernas le flaqueaban. Emre no salía de su asombro. ¿Se habían casado? ¿Cuándo? Aun así se mantuvo en silencio y ambos subieron las escaleras.

...

-Tenemos que avisarla, Leyla -dijo entonces Sanem-. No importa lo que hiciera o lo que dejara de hacer, es su madre. Tiene derecho a estar aquí y verlos nacer.
Mevkibe, que estaba recostada sobre el cabecero de la cama con un paño húmedo en la frente habló.
-Sanem tiene razón, cariño -dijo la mujer-. Tenéis que avisarla y a Aziz. Ambos deben de volver. Tienen derecho a sostener a sus nietos en brazos y no a conocerlos por fotografía. Si es necesario, yo misma iría a por ella a Australia.
-Aquí nadie va a ir a por nadie a ningún sitio -interrumpió Can.
Mevkibe miró hacia el hombre que en ese momento entraba en la habitación y le ponía la mano izquierda a su hija menor en el hombro. Lo primero que vio fue la alianza de oro en el dedo anular. Sus ojos volaron hacia la mano izquierda de su hija. Sanem llevaba uno de esos enormes anillos hippy que tanto le gustaban últimamente pero, bajo éste, pudo distinguir el brillo del oro y en el de su mano derecha, bajo otro anillo hippy similar, pareció distinguir un fino aro de plata. El anillo de pedida que Can había puesto en su dedo hacía más de un año y que ella no había vuelto a ver desde que ingresaran a su hija en la clínica. La mujer se incorporó en la cama, el paño húmedo resbaló de su frente y cayó sobre la almohada
-¿Qué está pasando aquí? -preguntó.

(¿Continuará?)

Erkenci KuşWhere stories live. Discover now