Capítulo 18. Con ganas me quedo y con más ganas me dejas

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Del capítulo anterior...
Sanem se movía inquieta en la cama e impedía a Can dormir.
(A la mierda.)
Can mandó la manta todo lo lejos que pudo tras hacerla una enorme bola, coló el brazo izquierdo bajo el cuello de Sanem y ésta suspiró aovillándose en torno a él. La chica pasó la pierna izquierda por encima de una de las de Can y Can la atrapó con la que le quedaba libre; posó el otro brazo en la cintura de ella levantando el pijama a su paso para tocar la tersa piel de su chica.
Sanem buscó el calor de Can en sueños y éste la atrajo más hacia sí. Ella le echó los brazos al cuello y se removió hasta quedar literalmente subida sobre él. Can, por instinto, giró con ella en sus brazos e intercambió posciones quedando ella atrapada entre su cuerpo y los barrotes de la cama.
Sanem gimió en sueños y Can comenzó a sudar. Iba a ser una noche muy pero que muy laaarga.

Leyla fue la primera en despertar aquella mañana. Bajó de la cama dejando en ella a Emre y caminó descalza hasta la habitación de Sanem. Con el mismo sigilo con el que abrió y cerró la puerta de su habitación, abrió la de su hermana. Se moría de la curiosidad. Habían dormido juntos pero dudaba que hubieran hecho algo más que dormir.
(Las mujeres turcas somos idiotas.)
Leyla se asomó por una rendija y miró hacia la cama de Sanem. Allí estaban los dos, ¡qué monos! Sanem estaba prácticamente usando a Can como colchón y Can la tenía aferrada por la cintura. ¡Un momento! ¿Esa mano estaba realmente sobre el culo de su hermana? Sí, definitivamente tenía una mano en el trasero, eso ya no era la espalda, ni baja ni alta. Sanem tendría que estar cociéndose como un pollo. ¿Qué clase de pijama llevaba puesto?
Emre apareció a sus espaldas y miró por encima del hombro de Leyla a la pareja profundamente dormida, acarició el brazo de su mujer y la agarró de la mano.
-Déjales que duerman -dijo Emre.
-No pensaba despertarles -respondió la mujer.
Leyla cerró muy despacio la puerta y ambos volvieron a su habitación.

Can abrió los ojos y lo primero que se encontró fue el clip del albatros a escasos milímetros de su nariz. La cabeza de Sanem estaba enterrada en su cuello y sentía el peso del cuerpo de la chica sobre el suyo. Si había dormido más de tres horas era un milagro. ¿Qué hora sería? Era ya de día pero el solo no parecía estar aún alto si uno se guiaba por la claridad de la habitación.
Se dio cuenta que tenía la mano sobre el trasero de Sanem. La movió un poco y notó que, pese a estar firme se amoldaba a su mano. Lo apretó por instinto pero fue una mala jugada porque Sanem se despertó como un resorte y chilló.
Tuvo que ser rápido. La giró sobre la cama y le tapó la boca poniendo su cuerpo sobre el de ella. Si la jugada anterior había sido mala ésta era aún peor. Tuvo que acomodarse para aliviar la presión y una gota de sudor corrió por su sien.
-No te muevas -le dijo a Sanem buscando su mirada-. Por lo que más quieras, ¡no te muevas!
Pero la chica oyó la voz de Mevkibe que entraba por la ventana y Sanem se movió.
(¿Por qué demonios no hace caso nunca esta loca?)
Un gemido escapó de los labios masculinos cuando la pierna de Sanem le rozó la erección.
-¡Estate quieta! -chilló esta vez Can.
Sanem no lo hizo. Intentó reptar bajo el cuerpo de Can pero el hombre pesaba bastante. En su intento de huida volvió a rozarle y el sonido que emitió Can fue de veras agónico.
-Déjame bajar. Por lo que más quieras, Can, déjame salir de esta cama ahora mismo, acabo de oír la voz de mi madre. Si nos pilla juntos en esta cama nos vamos a meter en un gran lío.
Con soberano esfuerzo Can rodó y atrapó uno de los almohadones para ponérselo sobre el regazo. El desastre ya no tenía remedio.
Sanem salió de la cama de un brinco y se quedó mirando el almohadón.
-¿Qué haces aún ahí? ¿No me has escuchado? ¡Mis padres están entrando en casa!
Sanem recorría la habitación como pollo sin cabeza. Vio una gran bola rosa delante del armario. La manta-barrera, ¡cómo no! A saber cómo había llegado ahí.
La puerta se abrió de repente.
(¡Estaban perdidos!)
-Sanem -dijo Leyla-, corre ahora mismo para mi habitación. Si mamá pregunta diremos que dormimos juntas. Corre, corre.
Sanem ni miró a Can escapó literalmente por la puerta.
-¿Estás bien, Can? -dijo al ver que su cuñado estaba tirado en la cama y no se había movido.
-¿Quieres la verdad? -preguntó Can con un gemido-. No mucho.
-Intentaré entretener a mi madre, tú... -siguió Leyla mirando hacia el almohadón-. En fin, tómate tu tiempo y baja cuando puedas.
Leyla se marchó y a sus espaldas dejó el eco de su cantarina risa.

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