Capítulo 6. El vuelo de Fénix y Albatros.

12.8K 260 8
                                    

Can se acercó a Sanem y le tendió la mano tal y como había hecho miles de veces en el pasado. No sabía si ella la tomaría en esta ocasión pero la esperanza de que pudiera ocurrir afloraba por momentos en su dolorido corazón mientras observaba como la chica la miraba aún con lágrimas en los ojos.
-Sanem...
Sanem le miró con esa mirada acuosa que tantas veces había observado en ella y que tantas veces había intentado entender su significado. Ahora creía saber. Era la expresión misma del querer decir lo que realmente quería oculta bajo la impotencia más desesperada del silencio.
-Levanta, Sanem -dijo con el tono más suave que pudo-. Daremos un paseo, hablaremos.
La joven asintió y, como tantas veces en el pasado, agarró la mano de Can. El hombre sonrió bajo su espesa barba al tiempo que exhalaba el aliento contenido y tiró de la chica para ayudarla a ponerse en pie.
Tenía prisa por llegar a su vehículo pero mantuvo el paso lento. Como tantas y tantas veces, Sanem le siguió agarrada fuertemente a su mano. Estaba aún en estado de shock y su mente estaba embotada pero sabía, era muy consciente de ello que si él le pedía que le siguiera... le seguiría.
Can la guió hasta su coche. Lo había recuperado el día anterior del garaje donde lo había dejado un año antes. Ese coche en el que tantos momentos íntimos habían compartido, el mismo coche en el que se subió un año antes sin querer mirar atrás pero sin poder evitarlo realmente.
La ayudó a subirse y le puso el cinturón de seguridad. Mientras lo hacía no pudo evitar rozarla, no pudo evitar buscar sus ojos y no pudo evitar inhalar su aroma. Un aroma que los había unido en el pasado y cuyo rastro se había quedado impregnado en él. Por mucho tiempo, por siempre.
Se apartó de ella a cámara lenta, o al menos así le pareció. Cerró la puerta, rodeó el vehículo por la parte delantera y se sentó tras el volante. Arrancó el motor, metió primera y el coche comenzó a avanzar por el camino.
(Por favor, por favor) Esas palabras se repetían una y otra vez en la cabeza. Avanzaban lentamente por el camino. Conducía sin rumbo fijo por la carretera secundaria que les alejaba de la finca. (Por favor, por favor)
Justo en el momento en el que iba a incorporarse a la carretera principal...
-¡Para el coche! -gritió Sanem.
Sanem había estado hasta ese momento en silencio, con la mente en blanco sin realmente pensar en lo que estaba ocurriendo, en lo que estaba haciendo. ¿Cómo había podido caer de nuevo en su hipnótica presencia? ¿Acaso no había aprendido la lección?
-He dicho que pares, Can.
El tono de la chica parecía desesperado.
Can paró el vehículo y a Sanem le faltó tiempo para quitarse el cinturón de seguridad, abrir la puerta y apearse. Can hizo lo mismo.
-Sanem, vuelve al coche.
-¡No!
-¡Sanem!
-¿Por qué? Tú no has regresado por mí. Si quieres irte de nuevo, ¡vete! Ya que tanto quieres irte, ¡vete!... ¡No te quiero! ¡VETE! -Sanem comenzó a golpearle en el pecho y Can le cogió fuertemente de las muñecas- ¡Vete, vete! ¡Vete ahora que todavía podría seguir viviendo!
-¡Hasta aquí, Sanem! ¡Hasta aquí!
Y, tal como hizo en el pasado, Can se la cargó al hombro, abrió la puerta trasera del coche y allí la soltó desmadejada.
(Hasta aquí los juegos. Hasta aquí mi paciencia. ¡Suficiente!)
Se había prometido a sí mismo no caer en los malos hábitos pero es que le era imposible solucionarlo de otra manera.
-¡Can, déjame ir! -dijo mientras golpeaba el cristal del coche. ¿Qué era aquello, un deja vu?
Can rodeó por segunda vez en ese día el vehículo y, nuevamente llevó a cabo el ritual de abrir la puerta, sentarse tras el volante y ajustarse el cinturón. Esta vez se tomó unos segundos para respirar. Se pasó las manos por el rostro y cuando las bajó sólo había resolución en su mirada. El brillo característico de sus ojos pardos, y que le había sido esquivo durante un año, volvía a vislumbrarse en su mirada determinada.
Sanem mantuvo el silencio todo el trayecto hasta la bahía. La furia se iba concentrando por momentos detro de ella.
Can apagó el motor tras estacionar, hizo de tripas corazón, se bajó del coche y abrió la puerta de atrás. Arrastró a Sanem por el asiento trasero, se la volvió a cargar al hombro y se la llevó hasta el barco que, justo esa mañana, lo habían atracado en el puerto. Subió con ella a la embarcación, bajó hasta el camarote y allí la encerró.
Sanem ni chistó cuando vio cómo la puerta del camarote se cerraba ante sus narices pero las llamaradas de rabia iban in crescendo.
Can soltó amarras, encendió el motor y alejó unas millas el barco de la costa. Cuando lo consideró lo suficientemente alejado para no ser molestados, echó el ancla.
¿Qué había hecho? Comportarse nuevamente como el salvaje que había creído dejar atrás. Permitir que parte de su oscuridad celosa y posesiva regresara y dejar de la lado toda su pasividad, serenidad y sosiego.
Tenía que recuperarla como fuera. Y no sabía qué método o argucia emplear. Buscó entre sus cosas y pudo encontrar una goma para el pelo. Se peinó con las manos y se recogió la cabellera formando una cola. Luego bajó los tres escalones hasta el camarote, respiró profundamente y abrió la puerta con cuidado. Se podía esperar cualquier cosa e hizo bien.
Sanem se abalanzó como poseída por el espíritu de la niña del exorcista hacia él y se agarró de su chaleco al tiempo que le zarandeaba con todas las fuerzas de las que disponía. Comenzó a hablar de manera atropellada al tiempo que le golpeaba, maldecía e insultaba. Can la dejó hacer y no se perdió ni una sola de sus palabras.
-¡Maldito seas! ¡Maldito seas por volver y destruir el pequeño remanso de paz que había logrado construir!
Sanem golpeó el pecho de Can con ambos puños.
-¡Un año! ¡Te alejaste de mí un año! (golpe) ¡Y cuando apareces, no lo haces porque quisieras volver a verme! (otro golpe). ¿Sabes acaso por lo que pasé? ¿Sabes lo que es no poder controlar tu propio cuerpo?
Sanem seguía golpeando a Can cada dos frases.
-Las crisis provocadas por tu ausencia no fueron lo peor. No respiraba, me causaron arritmias, los músculos de mis piernas llegaban a contraerse solos, no podía dejar de temblar cuando una nueva oleada de ellas me atacaba. Perdí peso porque no podía comer. Sentía tal vació por tu ausencia que lo único que quería era acostarme y dormir, dormir para olvidar, dormir para dejarme morir. Pero no era suficiente. Cada vez que cerraba los ojos volvías a mí ¡y no podía soportarlo! Quería desaparecer pero no me lo podía permitir.
>El sufrimiento no fue mío sólo. Conmigo sufrieron muchas personas. Mis padres, que veían como su hija se iba consumiendo sin poder hacer nada. Mi hermana que no sabía como apoyarme. Y Emre. Llegué a odiarle mucho más que lo hice en su día porque cada vez que le veía te recordaba con más fuerza. A la vez le quería porque, a su manera, también sentía su pérdida.
>¡Un año, Can! Ni él ni yo supimos nada de ti en todo este tiempo. Si estabas vivo, si estabas muerto, si me habías olvidado y habías encontrado en los brazos de otra el amor que sentimos. Eso me destrozaba.
>¡Me destrozaba! Las venas ardían de tal manera en mi interior que enloquecí. Pero te voy a decir algo, Can... -Sanem dejó de golpearle y el silencio invadió la estacia.
Can, que en ningún momento había dejado de mirarla, que en ningún momento la había interrumpido, se atrevió a hablar.
-¿Qué? -preguntó con voz tan baja que apenas era un susurro.
-Can Divit -Sanem le posó el dedo índice sobre el corazón-. ¡Tú eres mío!
Y, en ese momento, y tal y como ocurriera aquella lejana noche en un bosque, Sanem se puso de puntillas, agarró el cuello de Can y le besó.
La reacción de Can no se hizo esperar, le mordió el labio con ansias y la instó a abrir la boca, deslizó la lengua en el interior de la boca femenina y, con desesperación, le correspondió al beso.

(¿Continuará?)

Erkenci KuşWhere stories live. Discover now