Capítulo 61 - Rumbo a destino

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Temporada 3. Capítulo 1

Estambul, atracadero de casa de Mihriban

Las lágrimas recorrían el rostro de Mevkibe mientras agitaba la mano en señal de despedida de la menor de sus hijas. Le había entregado un barquito de papel donde decía que no se preocuparan por ella, que estaría bien y que regresaría pronto, pero... ¿qué madre no se preocupa de una hija? ¿A qué clase de madre no la abandonaría el sueño y mantendría sus desvelos a causa de un hijo? Mientras escuchaba arrancar motores y veía como la menor de sus hijas se refugiaba en los brazos del hombre al que amaba, Mevkibe recordó una promesa. Les vio zarpar manteniéndose allí y sonriendo a la pareja. Can le había quitado con mucha delicadeza antes de zarpar el tocado de flores que llevaba y lo había sustituido por una gorra de capitán. Entre lágrimas, no pudo evitar sonreír. Sus chicos habían pasado por tanto...
Unos minutos después, cuando la embarcación ya era sólo un punto blanco en el horizonte, entre risas, lágrimas y comentarios a distintos niveles auditivos, la comitiva se fue dispersando. Sólo quedaron allí ella, Nihat y Deren que seguía trasteando en el móvil.
Nihat le pasó un brazo por los hombros y la besó en la coronilla.
-No me preocupan para nada. Sé que van a estar bien.
El hombre la acarició en el hombro mientras Mevkibe asentía con la cabeza y se enjugaba las lágrimas de felicidad por Sanem y las de pena por el nido vacío que dejaba.
-Venga, vamos, cariño, la tarde empieza a caer.
Mevkibe volvió a mirar hacia el mar y luego desvió la vista a la chica que esperaba distraída.
-Adelántate, tengo que hablar con Deren.
Nihat asintió, volvió a besarla esta vez en la sien y se marcho con su paso lento y acompasado.
Mevkibe se acercó a Deren y ésta dejó de teclear en el móvil.
-¿Lo tienes? -le preguntó aún con los ojos brillando por las lágrimas y la garganta contraída.
-Lo tengo, señora* Mevkibe.
-Ya sabes qué tienes que hacer con él, cariño -le dijo al tiempo que acariciaba la tersa mejilla de la chica.
-¿No cree usted que Can acabará enfadándose?
-Si se enfada tiene dos cosas que hacer: enfadarse y desenfadarse. Envíalo.
-Señora Mevkibe, ¿puedo hacerle una pregunta que me corroe desde que empezamos todo este juego?
-Claro, cariño, pero házmela mientras caminamos de regreso. Aquí no hacemos nada ya.
Mevkibe comenzó a caminar pero no lo hizo con sus andares ligeros y pizpiretos de siempre, lo hizo como lo hacía su marido, con un andar calmo y pausado. Deren adelantó los dos pasos que la mujer le había ganado y se puso a su lado.
-¿Por qué lo hace?
Mevkibe se detuvo y se giró hacia la chica, la volvió a acariciar la mejilla y sonrió con tristeza.
-Porque, a pesar de todo, es su madre. Y... porque, a pesar de todo, no es el ogro que todos creen que es y ni mucho menos la clase de mujer que deja ver. Envía ya ese vídeo, cariño -dijo sonriendo con amargura al tiempo que palmeaba con delicadeza la mejilla de la joven.
Deren se fue a ajustes y cambió de SIM, buscó el vídeo en su galería, le dio a compartir y buscó el contacto de la madre de Can en su teléfono. Dudó, dudó unos segundos. Mevkibe sonrió. Esa chica era una fiel amiga de Can, casi una hermana, entendía sus reticencias.
-Deren, envíalo y volvamos a la casa.
Deren no se lo volvió a pensar y pulsó la tecla táctil de envío. A los pocos segundos, la ruedecita se completó, saltaron los dos checks gris en su móvil pero éstos tardaron unos minutos en ponerse en azul. Unos minutos que a ambas les parecieron eternos.
-Hecho. Enviado y recibido.
-Pues estamos en manos del destino, niña.

Zurich, Suiza.

El smartphone emitió el doble sonido que avisaba de la entrada de un WhatsApp. La mujer se despertó sobresaltada al oírlo y buscó a tientas el aparato sobre la mesita del café. Sus dedos rozaron la lisa superficie del cristal antes de aferrarlo y llevárselo con ella. Hüma desbloqueó la pantalla y buscó en la app. Tenía un par de su hijo Emre, otros tantos de Leyla y uno de un número que no tenía en la agenda. El mismo que la noche anterior le había enviado el vídeo de la Noche de Henna. El corazón le dio un vuelco pero aun así prestó atención primero a los de su hijo y su nuera. Los de Emre: «Todo hecho» y una foto de su hijo mayor y Sanem ante la mesa de boda. La imagen estaba tomada desde un lateral de la mesa, tomada por uno de los testigos. Sabía que era su hijo menor, apostaba el cuello. Sonrió y pasó el índice por la mejilla y la barbilla de Can mientras una pena muy grande le embargaba el corazón. Miró a Sanem. Estaba preciosa. La luz había vuelto a su mirada. Se sentía tan culpable por todo... No pagaría con cárcel lo que había hecho, pero cuánta verdad había encerrada en eso de que la existencia se puede convertir en un purgatorio. Y ella tenía mucho que purgar. Demasiado.
Cerró la conversación con Emre y abrió la de Leyla. La foto que le había enviado era a su vez un reenvío. Eran ella y su hermana en lo alto de la escalera de casa de los Aydın. El vestido que llevaba Sanem y que en la foto anterior ni se apreciaba... aquí se veía en todo su esplendor. Nadie que la viera podría pensar que esa chica estaba embarazada. Quien había diseñado y confeccionado ese vestido sabía de su oficio. Cerró ese chat y abrió con dedos temblorosos el que tenía asignado en su agenda como «Ángel». Ella no es que fuera muy devota de ninguna religión pero, ¿qué palabra podría definir mejor a quien se ocultaba tras ese número? Esta vez no cometería el mismo error. Agradecería y no trataría de contactar. Otro vídeo. Lo visualizó con el corazón partido en dos pero con gran alborozo en el alma. Estaba casi al final del mismo, viendo a su hijo bailar con su nueva nuera en lo que parecía el césped de la casa de Mihriban cuando el timbre de la puerta la sobresaltó. Apagó el smartphone, se levantó con piernas temblorosas y se dirigió a la puerta. Al pasar por la cocina miró el reloj. Eran las 16:18. No podría ser otro que Aziz. Respiró profundamente y se armó con su coraza. Todos los años que habían pasado no eran suficientes para olvidar lo que su corazón no hacía, que por mucho daño que le hubiera hecho en el pasado con sus desplantes, su indiferencia, sus críticas... ella seguía enamorada como una chiquilla. Hacía mucho que sabía que no lo recuperaría, a decir verdad es que nunca le tuvo realmente él siempre estuvo enamorado de otra. Tragó la saliva que se le atascaba en la garganta y respiró otra vez de manera profunda. Se recompunso. Se tiró del bajo del vestido y se puso su careta de frialdad, recurrió a todas sus fuerzas para sonreír, abrir esa puerta y afrontar una de las conversaciones más difíciles que había tenido en su vida.
Cuando abrió la puerta y lo tuvo enfrente... se perdió, como siempre, en sus ojos azules y su primer impulso, también como siempre, fue arrojarse a sus brazos y suplicar una pizca de afecto. El afecto que había mendigado en otros hombres porque no lograba obtenerlo del que había amado toda su vida.

En algún lugar del Mar Egeo

Las firmes manos de Can se aferraban al timón mientras calculaba mentalmente la trayectoria a seguir. No se lo había comentado a nadie salvo a Metin que era quien había arreglado los pasajes pero tendrían que estar en el aeropuerto de Paphos por la mañana. Lo había calculado bien. La travesía entre Estambul y el puerto de Paphos no tendrías que llevarles más de cuatro horas, tiempo suficiente para atracar y pasar la noche antes de coger el vuelo con destino a Guayaquil. El sueño de Sanem siempre había sido vivir en las Galápagos, bueno estaba claro que no podrían vivir allí para siempre, tenían una agencia que dirigir y también estaba la empresa de las cremas que, aunque hubieran vendido los derechos de producción y distribución siempre estaba la opción de crear fórmulas nuevas y estaba seguro que de Galápagos, Sanem se traería dichas fórmulas, pero bien que podrían disfrutar una semana allí.
Sonrió mientras miraba ora al horizonte ora a ella. Le sentaba bien la gorra de capitán pero el vestido que llevaba le coartaba movimientos.
-¿No quieres cambiarte? -le preguntó buscando su mirada.
-No me atrevo a hacerlo -dijo sonriendo-. Temo quitarme el vestido y que todo se esfume. Temo volver a encontrarme sola en aquella clínica y que estos meses hayan sido un sueño.
-No me voy a ir a ningún lado, lo prometo.
Sanem se acercó a él con la cola del vestido enrollada en su brazo izquierdo. Can separó un brazo del timón y le hizo hueco para que se pusiera entre él y la rueda. Sanem se recostó sobre su pecho y su coronilla reposó donde bajo chaleco y camisa estaba tatuado el albatros. Ni siquiera le molestaron las cadenas que se clavaron en su espalda. Se sentía justo en el lugar que parecía hecho para ella.
-Lo hemos hecho y lo hemos hecho a ojos de todos, ¿verdad? Es otro nuevo comienzo para los dos.
-Sí, es un nuevo comienzo. La continuación de lo que empezamos en aquel teatro hace casi tres años.
Can le acarició el lateral del cuello y siguió por su hombro hasta la fina tiranta del vestido. Rozó con sus dedos el costado de su pecho en su camino hacia el abdomen redondeado de ella. Allí extendió los dedos y acunó con su palma lo que se había convertido en lo más preciado de ambos. Sanem rozó con su mano la de Can y sonrió.
-Algo me dice que no vamos a estar solos mucho tiempo -dijo Can.
-Algo me dice que no vamos a estar tranquilos mucho tiempo -afirmó Sanem.
El silencio se hizo entre los dos. Algunas veces no era preciso hablar para poder comunicarse simplemente había que sentir. Y en aquel día de calma, mientras el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, ambos mantuvieron silencio mientras con sus manos expresaban todo lo que necesitaban comunicar al otro. Can miró el reloj, qué más daba que atracaran en Paphos antes de caer la noche o no. Lo que tenían era que estar allí por la mañana. El vuelo FR 3132 con destino a Guayaquil y escala en Londres salía de Paphos 2:25 PM tiempo más que suficiente.
Can no se lo pensó dos veces, echó el ancla, aseguró el timón y levantó a Sanem entre sus brazos para bajar con ella los escalones del camarote. Al llegar allí, la depositó en el amaderado y recién acuchillado suelo. Se quedaron mirándose el uno al otro. Por la mente de ambos surcaron a la velocidad de la luz todos los recuerdos buenos que les había llevado hasta allí. El primer beso en la Ópera, la primera mirada en la agencia, el momento en el que la sacó de la fiesta de Fabri... La mente de Sanem se detuvo en el cine, en aquel momento en el que giró la cabeza y vio su sombra, sintió el mismo anhelo de aquella vez pero ahora sí que estaba realmente con ella. Can notó en su mirada el cambio. Se acercó a ella y lo primero que hizo fue quitarle la gorra de capitán que lanzó al suelo sin saber dónde caía, luego acarició el cuello con la yema de sus dedos lo que provocó en ella un escalofrío que la recorrió desde el cogote hasta el cóxis. Ambos se miraron a los ojos durante unos segundos que parecieron eternos antes de que los labios de Can se apropiaran de los de ella. Sanem entreabrió los labios y permitió que su boca fuera asaltada. Volvía a estar completa una vez más, como siempre.
Can bebió de sus labios, saboreó su sabor en ellos. Volvía estar completo una vez más, como siempre.

Erkenci KuşWhere stories live. Discover now