• CAPÍTULO 19 •

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• Fuerte contenido•

Al siguiente día en la madrugada me encuentro sola en la gran cama. Bueno, sólo fue un rato porque Liam vino y se aventó a un lado mío para contarme muchas cosas de Sophia que le gustaban.
Pero al paso de unas horas se fue porque terminamos discutiendo.
Yo le dije que si me venía a platicar de las cosas que le gustaban de una chica es porque le gustaba para cosa seria.
Pero él insistía con que estaba loca y todo me lo estaba inventando yo.

Me vestí decente cuando me dijeron que era la hora de desayunar. Admito que me daba miedo recorrer los pasillos de ésta mansión pero no podía demostrarlo porque es una regla de oro: "No demostrar debilidad".

Habían muchas personas armadas ahí que me miraron cuando entré y me serví un poco de café.
Entre esas personas estaba Bratt que me comía con la mirada.

—No sabía si ya habías despertado. —Ruggero—Pero me alegro de que estés aquí.

—¿A dónde fuiste tan temprano?

—A encontrarme con Octavio, pero el idiota no aparece.

—Creí que era la mafia asiática.

—Y si.

—¿Y se llama Octavio?

—Nació aquí en Canadá, por eso tiene esta mansión aquí. —Roba de mi café—Me dijeron que estaba en el jardín pero te he visto al pasar y me he desviado del camino. ¿Vienes conmigo?—¿Ir con él o quedarme con señores que no conozco y me dan miedo?

—Si.

—Bien. Sólo que necesito encontrar a los maniáticos.

—¿Agustín y Simón?

—Los vi hace unas horas pero los vi correr a un laboratorio. A veces me pregunto seriamente el por qué es que los tengo en mi equipo.

—Porque a pesar de estar dementes crean cosas muy letales.

—Tienes razón. —Besa mi frente—Está muy bueno este café.

—Es mío.

—Era. —Se lo acaba—Vamos princesa, ese idiota ya nos debe de estar esperando afuera.

Tan sólo me distraigo un momento para dejar la taza vacía y ya no lo veo.
Salgo en busca de él pero no sé a dónde se ha metido así que me dirijo al patio pues ahí dijo que estaría.

No hay nadie.
O mejor dicho, hay muchas personas pero a nadie conozco. Sólo hay personas armadas, tatuadas hasta cada centímetro de piel y no digo que esté mal tatuarse, pero admito que me dan miedo porque son calaveras y cruces lo que tienen marcados en la piel.

Veo a tres tipos. Trato de ir por otro lado pero ellos me visualizan. No los conozco, pero he de saber que si tienen arrastrando cadenas pues han de ser de los que se llevan a las mujeres.

—Carne fresca. —Dice uno y lo ignoro.

—Ven aquí, niña linda. —"Siempre con la frente en alto" escucho la voz de Hermes en mi cabeza con sus típicas reglas de vida.

—Nena, ¿Estás perdida?

—Apártense. —Digo cuando me rodean.

—La niña tiene cojones. —Intentan tocarme la mejilla pero lo aparto con un manotazo.

—¡No te atrevas a tocarme con tus sucias manos! ¿Qué te crees? ¿Qué estás a mi nivel tan siquiera para hablarme? Pues no, así que a la próxima piensa dos veces antes de hacer una estupidez.

Tú, Yo y El Mal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora