• CAPÍTULO 86 •

1.1K 133 33
                                    

Hice que Ruggero se olvidase del asunto de hace rato con simples besos y caricias, nada más, no llegamos a otro nivel porque los vidrios no eran polarizados.
Amaba tenerlo comiendo de mi mano al igual que lo hacía con Harry, ambos me daban lo que quería sin ponerme peros.

Al llegar él se perdió con unos asuntos de un cargamento que no llegó a tiempo y seguramente alguien se llevará un buen regaño.
Yo me encargué de supervisar un traslado hacia Chile, eso me llevó toda la tarde.

La noche había llegado, y como lo prometí, fui a la recámara de Carmen pero al ir en el camino me encontré con Simón que apenas acababa de llegar.
Para mi suerte, Lily también nos encontró en el camino.

—Bebito —susurra, casi me ahogo con el maldito apodo que le dijo—No sabía que ibas a venir esta noche.

—Vine más bien a visitar a Karol y a su amiga Medina —le contesta, y la niña me vuelve a mirar con tristeza—¿Te parece bien si voy a verte cuando termine con ellas?

—...Claro, no... no hay problema.

Él asiente con la cabeza, yo continúo con mi camino y lo último que veo es que Simón le besa la frente antes de comenzar a seguirme.

Carmen instaló a Simón recostado sobre su cama, ya no parecía tanto una habitación, ahora parecía más una sala de psicólogos.
Puso un sonido extraño en su tableta para la relajación y la sesión había comenzado.

—Hola Simón, mi nombre es Carmen Medina y esta noche estaré contigo para que me cuentes sucesos de tu vida y el por qué te has estado sintiendo tan agobiado. Comenzaremos con algo sencillo para que me abras tu mente, háblame sobre tu infancia y sobre lo primero que se te venga a la mente.

—Me crié en una casa hogar, los niños solían ser muy crueles conmigo. Pero no los juzgo, era un niño fácil para hacerle bullying.

Me paré para irme, comprendía que era un momento privado para Simón pero no pude hacerlo porque su voz me llamó.

—Quédate, no quiero estar solo por favor.

Fue suficiente para mi, me senté no muy lejos de él.

—¿Recuerdas los nombres de tus compañeros del orfanato?

—Si, y sus rostros también.

—¿Sabes algo sobre ellos?

—Hace algunos años los maté —la señora Carmen escribe en su libreta sutilmente, ya no debe de sorprenderle estos temas ya que ya ha tratado conmigo—Tenía una amiga, la adoraba con mi vida pero sufrió un accidente automovilístico.

—¿Jamás conociste a tus padres?

—Hace ya muchos años Dalton me dijo que me podía ayudar a rastrearlos, pero si me quisieron abandonar fue por un motivo así que ya nunca más di con ellos.

—¿Tienes en tu mente algún vago recuerdo feliz de tu infancia?

—Solía ganar muchos concursos de ciencia —sonríe—Estaba en una escuela pública, probablemente la más fea del país pero no me quejaba porque el papá de Agustín hacia lo posible para pagárnosla y su mamá siempre nos hacía el lonche, su comida siempre será lo mejor que he probado en mi vida.

—¿De verdad?

—Creo que nuestra escuela tuvo grandes reconocimientos por Agustín y por mi, nos habíamos metido a unas clases de ciencia y nos apasionamos mucho. Premios ganados, pero no nos daban tanto dinero por ellos. Una vez ahorramos cinco premios y decidimos comprarle a la mamá de Agustín un honro para hornear, como agradecimiento nos hizo un pastel. Todavía recuerdo que fue el mejor pastel que había probado en aquel entonces, claro, por decir que no fue el primero. Tengo como recuerdo un buen día cuando por un premio nos transfirieron a la mejor preparatoria de la ciudad allá en Italia, el primer día conocimos a Ruggero y nos invitó a su casa a comer y a jugar videojuegos. Al principio Agustín y yo creíamos que sólo nos quería presumir sus cosas, tal vez porque nosotros éramos pobres y él parecía tener papás millonarios. Pero estábamos equivocados porque él quería ser nuestro amigo, el problema aquí era, ¿por qué?

Tú, Yo y El Mal Där berättelser lever. Upptäck nu