• CAPÍTULO 95 •

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Sabía la existencia del mercado negro de San Francisco, pero jamás creí que fuese uno de los más grandes que hubiera visitado, se parecía casi como el de Hong Kong.
Nelson nos mostraba variedad de misiles, armas radioactivas, y armas altamente letales. ¿Cómo sé que son letales?

—Armamento Pasquarelli —leo—. Todo esto lo inventaron Agustín y Simón en algún tiempo.

—Entonces nos serán de mucha ayuda.

—Pasen por aquí, ustedes son muy bien recibidos por los vendedores. Él es rojo, tiene cualquier tipo de misil que quiera.

Veo que aquí todos tienen nombres claves.

—No. Busco algo como lanzagranadas, bombas de humo, explosivas y armamento ligero.

—Felicitaciones por la boda —me dice rojo—. Debe de sentirse orgulloso de tener a una mujer como su esposa.

—Ella es la que se siente orgullosa por tener un esposo como yo.

—¡Pasquarelli! —me rio—. Muéstreme aquellas de allá.

Al paso de una hora ambos nos separamos en el lugar. No era como que la perdiese de vista, pero tampoco la andaba cuidando porque sé que se sabe defender sola y también sé que todos aquí saben que si le tocan un pelo, es hombre muerto.

Al final terminé con una mochila deportiva repleta de armamento ligero y explosivos, como no tenía nada de plata e hecho que Dalton les haga transacciones bancarias.

Era ya la una de la mañana, salí de la mano de mi mujer y tuvimos que traspasar todo este campo, el plan era ir de nuevo a esa maldita casa pero escuché el estómago rugir de Karol y sabía que debía de conseguir comida.

No podía permitir que ella se quedase con hambre, según los estudios que leí de la señora Carmen, eso no es bueno para ella.

—¿Hay algún lugar donde pueda conseguir efectivo?

—Si señor, pero está a muchos kilómetros y no se lo recomiendo, los bancos están llenos de cámaras de seguridad.

—Vale, ¿hay alguien aquí al que pueda asaltar para que me de su cartera?

Nelson se rio. Entonces sacó su billetera y me dió un billete, no aceptaba limosnas pero en este momento me hacía mucha falta.

—Es demasiado tarde, ustedes ya saben el camino.
Si me necesitan de nuevo, llámenme, estoy a sus servicios.

—Gracias señor Nelson, nos ha servido de mucho. Cuente con aquel pago que le he prometido, nosotros somos personas de palabra.

—Lo sé señorita Sevilla —me mira—. Perdón, señora Pasquarelli.

Lo vimos alejarse hasta que se perdió de nuestra vista.
Miré a los alrededores a ver si podía encontrar un poco de luz, estábamos caminando entre monte y lo único que se podía ver eran las vacas y caballos de nuestros lados; pero no me ubico bien.

—Te voy a cargar en mis hombros y me dirás para donde se ve la ciudad.

Ella asintió, y una vez ya arriba de mis hombros comencé a caminar para que viera.

»Joder, mi herida«

Aguántate Pasquarelli que tu mujer necesita comer.

—¡Ahí!

—¿Qué ves?

—Una tienda de cuarta, pero no alcanzo a ver bien lo que dice. Seguro que han de vender algo ahí.

Al bajarla, suspiré de alivio.
Duele como la Chingada.

Volví a tomarla de la mano, el lugar no estaba a tantos kilómetros pero cada que avanzaba sabía que era un lugar de mala muerte.
Era un muy pequeño supermercado, pero de verdad, era demasiado pequeño. Podría ser incluso del tamaño de la casa de donde nos quedamos.
Habían hombres viéndonos mal, tenía que ser cuidadoso, sé que están armados y no sé si son hombres de Carlo Brooks.

Tú, Yo y El Mal Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon